En Venezuela. ¡QUE DECIDA SU PROPIO PUEBLO SIN INTERVENCIÓN GRINGA!

 
Las movilizaciones en apoyo del gobierno venezolano han sido gigantescas, algo que la oleada mediática
intervencionista no puede ocultar.

   

Consuelo Ahumada

Profesora universitaria, directora del Centro de Estudios Nueva Gaceta, integrante del Comité Ejecutivo del PTC

En el curso de los últimos tiempos, la situación de la República Bolivariana de Venezuela se ha convertido en tema clave de controversia en las elecciones presidenciales, no solo en América Latina, sino también en países como Grecia, España y Francia. Frente a esta discusión, toman partido los más diversos sectores del espectro político, social y académico y, con mucha frecuencia, se pretende descalificar ante los electores a quien no exprese su rechazo al régimen del país caribeño.

No obstante, en este caso como en tantos otros de la historia reciente, predominan el inmediatismo, los comentarios superficiales y la información tergiversada y con mala intención. En medio de una fuerte polarización política y social y de una crisis económica grave, en Venezuela están en juego principios fundamentales del mundo democrático como la soberanía y la autodeterminación nacionales. Quienes dominan el orden mundial, Estados Unidos, las organizaciones internacionales a su servicio y el sistema financiero, no han escatimado el menor esfuerzo para desestabilizar a un gobierno elegido democráticamente y por tratar de justificar y legitimar una intervención abierta que dé al traste con las importantes conquistas alcanzadas en más de tres lustros por la Revolución Bolivariana.

En este propósito, los medios de comunicación del mundo entero, pero en especial los de nuestro continente, han mostrado toda su pericia y poder de maquinación. Como en ningún otro caso, han hecho todo lo posible por destruir por completo la credibilidad del régimen: verdades a medias, informes tergiversados, magnificación de las protestas y ocultamiento de las movilizaciones populares de respaldo, manipulación de cifras. Entre tanto, los líderes de la oposición son presentados como héroes y heroínas, cuando han puesto todo su empeño en que retorne al poder la élite excluyente y parasitaria como ninguna otra del continente, subalterna del Imperio, que llevó al país a la crisis social y política de hace dos décadas (1).

Se trata, ante todo, de desinformar y confundir a las clases medias y a una parte de los sectores populares, sin duda afectados por la crisis, por lo que se muestran tan susceptibles al impacto mediático. Mientras tanto, los poderosos del país y de fuera ya están desde hace tiempo alineados en contra de este y de otros gobiernos que osaron desafiar las decisiones de Washington y el orden neoliberal, impuestas desde los años 90 en todo el continente.

Con estas consideraciones, ¿qué es lo que está en juego en Venezuela? En primer lugar, la supervivencia de un régimen, heredero de un proceso transformador cuyo impacto se sintió no solo en el país caribeño sino en toda la región y en el mundo entero. Hugo Chávez y Luis Ignacio Lula da Silva fueron los pioneros de esos gobiernos que desde comienzos de siglo ganaron las elecciones en varios países del Sur y Centroamérica y movilizaron a amplios sectores de la población, pobres urbanos y rurales, indígenas, negros e indignados en general que por siglos estuvieron por completo invisibilizados. Plantearon una lucha frontal contra la pobreza y un desafío a los intereses de Estados Unidos en la región.

En síntesis, lograron torpedear el avance neoliberal, despertando esperanzas por doquier sobre la posibilidad de un mundo mejor. Sin duda, un logro sobre el cual los dueños del mundo y las élites locales no están dispuestos a conceder el beneficio de perdón y olvido. La imagen que recorrió el mundo de la cara de disgusto y frustración de George Bush en la IV Cumbre de las Américas realizada en Mar de Plata, Argentina, sigue viva en el Departamento de Estado. Fue la ocasión en que los países de la región le dieron sepultura al proyecto imperial del ALCA. Esta Cumbre, celebrada en noviembre de 2005, marcó el avance incontenible de los gobiernos alternativos de la región.

En segundo lugar, Venezuela es el país de mayores reservas probadas de petróleo en el mundo y el segundo en reservas de oro y de coltán, lo que no es un asunto menor. Generar las condiciones políticas para un golpe de Estado, duro o blando, sería la forma de garantizar el control sobre estos recursos estratégicos. Y un precedente también para el resto de la región, en especial Ecuador y Bolivia. Cualquiera de las figuras de la oposición de Venezuela estaría dispuesta a satisfacer con creces estos propósitos.

Los trabajadores de PDVSA también defienden su país.

En tercer lugar, la extrema derecha del mundo entero, que obtuvo un triunfo importantísimo con la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, está al asecho de cualquier gobierno que ose desafiar los principios del orden internacional. No en vano, el mandatario anunció recientemente un incremento histórico del gasto militar en 54,000 millones de dólares, “para ganar guerras de nuevo” y complacer a los halcones que estaban algo escépticos en su país. Los ataques más recientes a Siria y Afganistán, con armas no utilizadas hasta ese momento, permiten prever lo peor sobre el alcance de esta política.

En cuarto lugar, provocar el derrumbe de un régimen que ha registrado, pese a las crecientes dificultades y al saboteo, indudables avances en el campo social sería una advertencia clara a diversos movimientos políticos y sociales que pugnan por el avance de las luchas sociales y a los trabajadores que resisten en el mundo entero las políticas predominantes.

Desconocer cuáles son los móviles de esta situación y centrarse solamente en la supuesta falta de garantías democráticas en Venezuela, es caer en la manipulación de los medios y de los poderosos. En este punto, hay que señalar que incluso sectores del campo democrático se han confundido en este análisis sobre Venezuela.

En su momento, deberá redondearse el balance de la experiencia de Venezuela y sus lecciones. Por lo pronto, no podemos perder de vista que lo que acontezca en el hermano país repercutirá sobre nuestro proceso de paz con inmensa influencia. Los colombianos tenemos una gran deuda de gratitud con Venezuela, por su fundamental contribución a la paz colombiana. Por encima de cualquier otra consideración, la salida a la crisis de Venezuela debe ser constitucional, pacífica y negociada y debe provenir de los venezolanos y no de la descarada intervención extranjera.

Nota

  1. La radicalización de los medios y su posición unánime en contra del proceso venezolano ha sido total. Basta recordar que hasta hace unos meses los programas de opinión todavía se esforzaban en invitar a uno que otro analista entre quienes defendemos el proceso, aunque siempre en posición de absoluta minoritaria. Ahora dan por sentado que esa discusión no es válida.
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