Érase una vez un patriota

Pablo Escobar
Edición #100
13 de noviembre, 2024

Érase una vez un patriota es una novela de ficción de la editorial GOW Textos, escrita por el abogado Pablo Sánchez Báez y por Andrés Arellano Báez, fundador de Otra República. El texto acá publicado es el primer capítulo del libro. 

Por Andrés Arellano

Gobierno y Relaciones Internacionales. Tomado con consentimiento del autor de https://otrarepublica.com/@andresarellanob
Andrés Arellano

La historia jamás contada del asesinato político que cambió la historia de Colombia

La conjura

El denso humo del habano de Joe se mezclaba intermitente con el del denso café de Gaviria. Era pasada la medianoche, en Envigado, Antioquia, y era ese lugar una hacienda cafetera con terreno suficiente para fundar sobre él una ciudad con un par de millones de habitantes. La inmensidad del espacio creaba un silencio intimidante como única compañía para estos dos hombres, sentados en los extremos de un rústico comedor, en la antecámara de una antigua y alta hacienda cafetera. Como si se tratara de instalar un escenario perfecto para la conversación a prestarse en horas posteriores en esa madrugada, por las pequeñas ventanas de la saleta adjunto se percibía cómo una fría bruma daba cobijo a todo alrededor de la finca en la que en su interior se encontraba el dúo.

El sencillo inmueble era sostenido por una añeja madera exhibidora del abandono al que había sido condenada. Su sala y mobiliario era campestre y, en la mesa de centro, en la más grande de todas, Joe permanecía sentado dando bocanadas a su cigarro. Con la última de ellas decidió mantener el humo apresado en su boca más tiempo del aconsejado y paso a seguir, se lo tragó.

—Nunca he entendido cómo no te ha matado eso ya.

A Joe, las palabras de su interlocutor le produjeron una sonrisa entre tierna y burlona. Le parecieron inocentes. Gaviria respondió negando con un delicado movimiento de cabeza, a la par de producir una sutil sonrisa con sus labios, aquellos que él sabía estaban destinados a sufrir por el sorbo de su hirviente bebida en pocos segundos. Fue también en ese instante, mientras esperaba el tiempo perfecto para deleitarse con su placer, con su mirada sostenida en el recién creado remolino del líquido en su taza, consecuencia de su mano revolver imparablemente el azúcar con el negro líquido, cuando descifró la situación en la que se había enfrascado. “Una metáfora de mi vida” fue la epifanía que resonó atronadoramente en su cabeza.

—No va a venir —comentó Joe.

—No sabes eso —respondió inmediatamente Gaviria alzando con ímpetu su cabeza, esperando enfatizar con el gesto la certeza pretendida en sus palabras. 

Para su desgracia, la ausencia de cualquier prójimo en kilómetros a la redonda debilitaba su argumento. Una mirada de ambos a través de las pequeñas ventanas, al extenso terreno alrededor, los comenzó a intranquilizar. Desde donde estaban ubicados, hasta donde la vista alcanzaba, ningún humano hacía presencia y solo la niebla los acompañaba.

—Aunque sería lógico que no lo hiciera —se lamentó él mismo, mientras conservaba su atención en el desolador horizonte en donde la oscuridad de la noche sometía todo.

Las horas pasaban, la paciencia se agotaba y el estrés crecía de a poco. Joe había acabado con su vicio. Gaviria no quería seguir satisfaciendo su gusto. Este caminaba por toda la sala desesperadamente, mientras aquel permanecía sentado en la mesa. Y así, de repente y en forma impetuosa, el sonido de un todoterreno acercándose a los dos alternó la tensa calma existente, hasta lograr extinguirla un par de minutos después. “Se te cumplió el deseo, maldita sea”, reflexionó Gaviria. Él, ahora inquieto, con una tembladera en su mano, dirigió su andar con paso rápido hasta la entrada principal donde abrió la puerta metálica en toda su extensión. Las oxidadas bisagras produjeron un sonido electrificante en Gaviria y desde la mesa, aún sentado, la apertura le descubrió a Joe el exterior de la finca. A través de la gran extensión de la puerta que permanecía sosteniendo su compañero, él vislumbraba una inabarcable propiedad. Para Joe era imposible no notar la ansiedad que dominaba a su compañero al esperar el arribo del auto cuya persona al interior era capaz de acabar con su paz. A él le producía orgullo permanecer absorto ante la luz de los focos del vehículo atravesando la niebla.

La camioneta se detuvo a cinco pasos del porche. De él se apeó un hombre gordo, con bigote y rizos en el cabello. Pese al frio vestía una camisa manga corta blanca con finas rayas azules. Su nombre, conocido ya en aquel momento por todo el planeta, era Pablo Emilio Escobar Gaviria. Cuando Joe tuvo confirmación visual de quien era el que arribaba, segundos después de verlo salir de la bruma, se levantó de la mesa, tomó la chaqueta azul descansando en sus piernas y, como buscando hacer toda una declaración de intenciones, se abrigó con ella. A su espalda se podía ver claramente el logo de la organización donde venía haciendo un gran nombre gracias a su trabajo: la DEA.

A la puerta de la clásica vivienda llegó de manera pausada Pablo, quien se encontró en ese espacio con un pálido Gaviria. El recién llegado le ofreció su mano en forma de saludo, pero un rostro impávido viéndole fue lo único obtenido como respuesta. La nula reacción de quien parecía el anfitrión se volvió incómoda para aquel actuando como invitado. Pablo ladeó sutilmente su cabeza, impulsado por la sorpresa causada por la situación. Gaviria se despabiló y, de manera afanosa, con brusquedad inclusive, tomó la mano frente a él esperando por un apretón. Pablo sonrió.

—Señor secretario, tenga buenas noches —dijo en voz suave y entrecortada.

—Escobar —fue lo único capaz de replicar Gaviria, con una voz tímida por poco imperceptible.

Con Joe terminando su caminata junto a ellos en la puerta, Pablo soltó la mano de Gaviria con tal de disponerla para saludar al tercero en la reunión.

—Mister Di A Ei —dijo Pablo, enfatizando con fuerza cada una de las letras y descubriendo su patética pronunciación del idioma imperial. Joe, impresionado por la temeraria actitud del capo, tan solo sonrió. Pablo atravesó el espacio dejado entre los dos, obligando a la pareja a seguirlo hacia el interior de la casa.

El reconocido mafioso estaba sentado a un lado del campestre comedor de madera; Joe y Gaviria lo estaban en el opuesto. El último de ese par tenía sus brazos sobre la mesa y su espalda hacia delante. El primero se mostraba firme y con las manos en los bolsillos de su chaqueta. Como era su costumbre, la de Pablo, aceptó la taza de café ofrecida, la que saboreaba de a poco, con una solemnidad digna de los más exigentes catadores. Concluyendo su degustación, ya todo un ritual para él, el criminal remató el disfrute de la bebida insignia de su tierra, dejando el pocillo sobre el plato blanco reposando sobre la mesa. Acomodada la vasija de cerámica, limpió la gota derramándose por un lado del pocillo con su dedo deslizándolo suavemente sobre ella y, con su mirada en el recipiente y la concentración en el secado acometido por el pulgar, Pablo espetó:

—Señores, ustedes solicitaron esta reunión.

Gaviria no terminó de escuchar cuando ya se había parado de la mesa de manera afanosa en dirección a un ventanal, con una risa nerviosa emitida como antesala a su acto. Pablo, manifestando su sorpresa a la inesperada reacción, espabiló su cabeza y abrió sus ojos hasta el máximo de su capacidad. Joe se acomodó, segundos después, buscando quedar erguido en la silla. Gaviria permaneció allí, de pie, dándole la espalda a ambos. Mientras Pablo lo evaluaba, Joe dijo con ese tono enfático natural de una voz ronca:

—Pablo… queremos que mates a Galán.

cenefa 1

Érase una vez un patriota es una novela de ficción de la editorial GOW Textos, escrita por el abogado Pablo Sánchez Báez y por Andrés Arellano Báez, fundador de Otra República. El texto acá publicado es el primer capítulo del libro. Para adquirir una copia del escrito, a ser lanzado próximamente, por favor hacer click en el siguente enlace. Profundamente agradecidos por tu apoyo:

https://otrarepublica.com/2024/10/24/erase-una-vez-un-patriota/

 

Colabora con La Bagatela
Comparte en tus redes sociales