Relato. Reencuentro

Edición #75
9 de marzo de 2021

No tengo nada que reprocharle a esa mujer de 20 años, que le dio sustento irreverente y sólido, a esta mujer que hoy ella se encuentra, pasados los 50.

Por Teresa Consuelo Cardona
Poeta y Comunicadora social

Me la encontré en las curvas desgastadas de los recuerdos. Tenía la fuerza invencible, la vitalidad incontenible y la prisa endemoniada que se tiene a los 20 años. Se me quedó mirando fijamente, desafiando mis respuestas ante la cascada de preguntas que nunca liberó. Pero sentí toda su inquietud, sus incógnitas, y por supuesto, sus reproches. Me clavó la mirada preguntando por la rutina de mis días y supe de inmediato que le resultaba imposible que yo, con el paso del tiempo, hubiera aceptado una vida que estuviera planeada en detalles que parecen simples y le pareció que dejaba al azar los grandes sueños… Un azar que posiblemente ya se había jugado y que había dejado pérdidas en mis amaneceres. Ella me cuestionaba por la calma con la que aceptaba cosas que le eran imposibles de admitir. Me increpó por el silencio, por los pasos tranquilos, por la ausencia de insultos, por la paz venida de treguas no pedidas. Le parecí innecesariamente desprovista de rencores y dolores a pesar de haberlo vivido todo, como para llevar en la piel del alma, las cicatrices que deja el desamor, el dolor de la miseria humana, el estigma del origen, la confrontación con la diferencia. Le pareció pura y llana indisciplina que no luchara contra mis kilos, ni contra mis deseos más profundos y le sorprendió que yo exhibiera unos y otros, sin vergüenzas. Le aterró que suspirara más de lo que se hubiera imaginado y que llorara sin esfuerzo, especialmente ante lo bello. Me censuró que no había construido un mundo y ni siquiera había cambiado el que tenía. Que era más permisiva de lo ideal y que además, perdonaba a otros cosas que yo no me permitía. Me acusó de que leía menos de lo que mi tiempo me facilitaba y de que me detenía con frecuencia a releer, a buscar una frase entre los libros ya ajados de tanto ser repasados. A pesar de todo, me reconoció que estaba armada de certeza.

Empecé a responderle mientras la contemplaba sin la altivez con la que ella me miraba. Pese a todo, no pude sentirme agredida por su implacable juicio, por la forma como ella vislumbraba lo que era mi pasado y que le resultaba, palabras más o menos, una pérdida de tiempo. Le sonreí gustosa y supe que podría entre los parpadeos a que me obligaba la intensidad de su mirada, entender lo que ella no podría, no por falta de inteligencia o por su actitud hostil, sino porque no tenía los elementos necesarios para comprender lo que vendría cuando cruzase la línea de los 20. No tenía cómo saber qué es amar hasta la médula, y que la entrega de amor no exige nada. Ni sabría tampoco que el tiempo deja de presionar cuando encuentras tu sitio en este mundo. Que los kilos de más son sólo kilos. Y los silencios son espacios que se dejan para la búsqueda de sí misma. Que los grandes sueños van tomando forma en las conquistas y las conquistas dejan de ser memorables. Que los libros no son un desafío, sino el legado que espera sereno a que estés preparada para degustarlo.

Vi en sus ojos que me reprochaba la calma y la dulzura que ahora me acompañan, que deshoja mis versos porque le parecen cursis, y me critica las canas que todavía no merezco. Que extraña en mi haber muchas hazañas y que se ríe con tristeza por lo que atesoro entre mis pliegues. Poca cosa, le parece.

A mí, en cambio, me resulta magnífico encontrarla. Verla ahí, anhelante, enérgica y traviesa. Sin sus bríos jamás hubiera podido llegar a esta calma que tanto le molesta. Sin su ambición de hacer un mundo nuevo, no hubiera podido entender que el mundo se construye a cada paso y que la vida es aquello que podemos recordar con pundonor y con decoro. Puedo explicarle que lo que importa es la idea central del guion, los hechos que son determinantes para que la vida sea vivida. Y lo demás, aunque sean luces deslumbrantes, no es más que utilería. No tengo nada que reprocharle a esa mujer de 20 años, que le dio sustento irreverente y sólido, a esta mujer que hoy ella se encuentra, pasados los 50.

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