Preparar el mercado interno para ganar la guerra comercial
La lógica económica termina por imponerse. Recordando que el proteccionismo no es solo subir aranceles como lo hiciera Trump, Biden está luchando por poner a andar un astronómico plan de gasto por 1,9 billones de dólares para ganar la guerra económica a China, volviendo otra vez a lo esencial: apoyar la industria nacional a través de inversión en infraestructura (carreteras, puentes, ferrocarriles), fortalecimiento del entramado creador de ciencia y tecnología (siendo la educación formal el eje de ello) y plata por montones para que la gente compre, pero eso sí bajo la consigna ‘gringo compra gringo’. La financiación provendría de un alza de impuestos a las corporaciones, idea que hasta el FMI ve con buenos ojos.
Por Edmundo Zárate
Economista
Salvo a los dinosaurios neoliberales a nadie debe sorprender el rumbo económico que está tomando Biden. No cabe en la cabeza de los ortodoxos de la patria uribista que la Estrella del Norte –como el adulón presidente Suárez se refirió a los Estados Unidos en 1918–, arrecie la lucha para reconstruir la industria gringa, recurriendo al peor arsenal que pueda exhibirse ante los neoliberales: el proteccionismo.
Una breve historia
Conviene llamar la atención sobre dos aristas que tiene el proteccionismo que, al decir de los historiadores, permitió en los siglos XVIII y XIX edificar las economías que se constituyeron en las potencias dominantes, Alemania, Estados Unidos, Japón, Reino Unido.
La primera arista fueron los altos aranceles que protegieron su naciente industria contra la competencia extrajera. Diversos autores, entre los que sobresalen Alexander Hamilton (1757-1804) y Federico List (1789-1846) argumentaron que quizá la libre competencia mundial era válida para los países desarrollados, pero no para los que apenas iniciaban su desenvolvimiento industrial.
Estados Unidos y América Latina, indican los datos, tuvieron los aranceles más altos del planeta en el último tercio del siglo XIX, y sin embargo los resultados fueron notoriamente diferentes. Es ahí donde aparece la segunda arista del proteccionismo: No vasta con subir aranceles para que como por arte de magia el país se industrialice. Se requiere una política de industrialización, es decir, es necesario que el Estado actúe de manera activa para lograrlo. Japón era para el tramo final del siglo XIX el más atrasado de los países arriba mencionados pero el gobierno que se instaló en 1868, la Dinastía Meiji, empezó por crear algo así como el ministerio de industria a la par que subía los aranceles.
Federico List oteando la política internacional de su época acuñó la expresión “patada a la escalera” para subrayar que las potencias de ese momento habían subido los peldaños del desarrollo por la escalera proteccionista, pero que ahora en un tardío acto de falso arrepentimiento le daban la patada para que nadie siguiera sus malas mañas y en cambio adoptaran una política librecambista.
La actual disputa por la primacía mundial
En lo corrido del siglo XXI China ha venido acortando la distancia que la separa de Estados Unidos en la esfera económica. Las desmesuradas tasas de crecimiento que ha tenido –aun hoy, a pesar del covid– han sido el resultado de la consolidación de su industria nacional, como lo es el caso de otra potencia en ascenso, Corea del Sur.
Hay que advertir que la propaganda interesada –los textos del FMI, del Banco Mundial, del Foro Económico Mundial– insiste en dar la “patada a la escalera” pues ahonda en la mentira de que fue gracias al comercio como se desarrollaron estas nuevas potencias. Tergiversando totalmente la historia de los llamados “milagros asiáticos” fue que pusieron en marcha para América Latina el Consenso de Washington, es decir el comercio como camino al desarrollo. Pero, volviendo a la historia, Adam Smith, en la Riqueza de las naciones, advirtió que el “desarrollo natural” era consolidar la economía nacional (el mercado interno) y, ahí sí, volcarse al mercado mundial. Lenin desarrollaría esta tesis en las condiciones del capitalismo de finales del siglo XIX.
La lógica económica termina por imponerse. Recordando que el proteccionismo no es solo subir aranceles como lo hiciera Trump, Biden está luchando por poner a andar un astronómico plan de gasto por 1,9 billones de dólares para ganar la guerra económica a China, volviendo otra vez a lo esencial: apoyar la industria nacional a través de inversión en infraestructura (carreteras, puentes, ferrocarriles), fortalecimiento del entramado creador de ciencia y tecnología (siendo la educación formal el eje de ello) y plata por montones para que la gente compre, pero eso sí bajo la consigna ‘gringo compra gringo’. La financiación provendría de un alza de impuestos a las corporaciones, idea que hasta el FMI ve con buenos ojos.
No es gratuito que hasta la revista que mejor expresa el pensamiento capitalista, The Economist[1], afirme que hay un resurgimiento de la vieja teoría de la industrialización por sustitución de importaciones, que en nuestros lares fuera enterrada por los aprendices de economía y con ello de paso casi toda la industria nacional.
La industrialización es el camino natural del desarrollo. Una vez consolidada la producción nacional, será posible pensar en ganar la guerra comercial, o más exactamente, mejorar la balanza comercial. El hecho de que el precio de las mercancías exportadas por China a Estados Unidos sea mayor que las que corren en sentido inverso, no puede ocultar que por los términos de intercambio desfavorables en contra de China (por su menor nivel productivo) en realidad este país está enviando más trabajo hacia Estados Unidos del que corre en sentido contrario. Es decir, desde la perspectiva marxista China está enviando más plusvalía a Estados Unidos que este país a China, así los precios muestren otra cosa[2].
¿Y en Colombia?
Como puede verse, hay razones de peso para entender que los neoliberales criollos estén aturdidos. Contando desde las malhadadas épocas del revolcón gavirista, llevan treinta años intentando hacer crecer al país a punta del comercio exterior para lo cual pusieron en marcha el modelo minero-energético que ha producido millones de dólares de ganancia… para los inversionistas extranjeros. Ahora la Estrella del Norte no solo cierra las puertas del comercio (eso por sí solo muestra que las supuestas ventajas del comercio exterior no aparecen, lo que debería ser suficiente para corregir el camino en Colombia) sino que Biden además promete meterles Estado a todos los poros de la economía y aumentar los impuestos a los mil millonarios.
Los productores colombianos deberían tomar atenta nota de estos vientos. Salvo Gustavo Petro, todos los otros precandidatos y sus papás en la sombra siguen insistiendo en que la solución es volcarnos al mercado mundial (así sea exportando aguacates, en la peor de las ironías que les ha tocado aguantar en este punto), recortar el gasto público, bajar los impuestos a los grandes capitales y seguir abriendo las puertas a la inversión extranjera concediéndole más y más gabelas como convertir al país en una inmensa zona franca que no paga impuestos ni crea puestos de trabajo decentes.
[1] The Economist, Why is the idea of import substitution being revived ... Nov 7, 2020 ...
[2] Por las diferencias salariales y de productividad, actualmente cada hora de trabajo incorporada en una mercancía cualquiera en Estados Unidos equivale a siete horas en China. Es decir, el valor condensado en cualquier mercancía China es siete horas por cada hora que recibe de Estados Unidos. (Cfr. US – China trade war. Zhiming Long, Zhixuan Feng y Rémi Herrera. Monthly Review, oct 2020). Por esa razón Marx afirmó que el comercio exterior es la forma de extraer la plusvalía entre países.