En el centenario de la Revolución Rusa de 1917. EL PENSAMIENTO RUSO DEL SIGLO XIX

 
El 8 de marzo de 1917 (23 de febrero de acuerdo con el calendario juliano en vigencia en la Rusia de la época), en Petrogrado, un gran grupo de mujeres fue a las calles para exigir, a gritos, el fin de la guerra.    

Alexis Medina

Historiador

En la pasada edición de La Bagatela, realizamos un balance general de la principal producción bibliográfica realizada en el último periodo sobre la Revolución Rusa de 1917. Conviene, por tanto, adentrarnos en las particularidades del desarrollo histórico de esta transformación social y política que, si bien no fue la primera del siglo XX a nivel mundial considerando que la Revolución Mexicana se produjo en 1910, constituyó la más importante y la que marcaría el desarrollo mundial del siglo XX.

Para detenernos en esas características históricas, una serie de escritos monográficos en cada edición irán permitiendo delimitar ese cuadro que, de conjunto, presente la gesta bolchevique. En esta oportunidad, haremos mención a los antecedentes ideológicos centrales del siglo XIX que marcaron el pasado inmediato de los acontecimientos de 1917.

La Rusia prerrevolucionaria era mayoritariamente campesina, una sociedad tradicional que carecía de una poderosa burguesía con amplias capas medias que permitieran el desarrollo de un régimen democrático liberal como en las sociedades europeas y occidentales del siglo XIX. Su composición rural estaba basada en el sistema de servidumbre y la persistencia de una lógica feudal de producción.

De acuerdo con Julián Casanova, esta era una sociedad que resistía a la penetración capitalista, en el que proliferaran usureros y prestamistas, con una fuerte tradición oral dadas las altas tasas de analfabetismo, y en donde el dominio patriarcal se preservaba con una mayoría campesina que descendía de los siervos, no obstante la promulgación del Edicto de Emancipación en 1861 bajo el régimen de Alejandro II (1).

Este último se convirtió en zar una vez muere Nicolás I en 1855. Por aquellos años, la universidad era el lugar de difusión de ideas revolucionarias entre pequeños círculos intelectuales que se debatían entre el pensamiento filosófico de Hegel y las influencias francesas de Rousseau y los socialistas utópicos. Sin duda, fue Hegel el inspirador de un movimiento intelectual que durante la década de los cuarenta debatió alrededor de la relación entre individuo y sociedad, y al cual se sumó un número importante de pensadores que se lanzaron al campo revolucionario ante la opresión política del zarismo antes que por las desigualdades económicas latentes en la sociedad rusa.

Derecha, típica familia campesina rusa.

Este movimiento fue la expresión intelectual de una clase social a la que se le denominó, la “nobleza con mala conciencia”: grupo de terratenientes, oficiales y representantes de la incipiente burguesía que se levantó contra su propia clase, basado en unas concepciones políticas románticas que reivindicaban el carácter revolucionario de las tradiciones campesinas rusas. Sin duda, Alexander Herzen es el representante más significativo de esta orientación ideológica. En su concepto, el socialismo ruso sería impulsado por un campesinado portador de una moralidad derivada de manera instintiva y natural (2). Sus ideas fueron la fuente para la “(...) creencia Naródniki de que la comunidad campesina tradicional rusa, con su propiedad comunal conjunta, era prueba del carácter socialista de la tradición rusa” (3).

Bajo el ropaje de la crítica literaria y filosófica, dada la censura propia de la época, la intelectualidad rusa durante la década de los sesenta se acercó cada vez más al materialismo (4). Las obras de aquellos años dieron paso a dos corrientes claramente definidas: de una parte estaban los eslavófilos, quienes buscaban la recuperación de la tradición rusa y eran los representantes de la herencia de Herzen y los naródniki, y de otra los occidentalistas, quienes defendían las instituciones burguesas y el desarrollo histórico de tipo europeo. En esta última corriente se expresaba desde la variante más liberal que aprobaba las instituciones burguesas, hasta los marxistas que si bien concebían el desarrollo según las etapas históricas europeas (esclavismo, feudalismo, capitalismo), rechazaban la democracia e instituciones burguesas y reivindicaban la instauración del socialismo.

Sin embargo, sería hasta la década de los setenta y ochenta del siglo XIX cuando los intelectuales rusos pasarían a la acción. Bajo la consigna de la “Ida al pueblo” (5), estudiantes universitarios y miembros de círculos intelectuales radicales se movilizaron hacia el campo con la intención de atraer a estos al movimiento revolucionario. El resultado, lejos de esto, fue la constatación práctica de la existencia de dos Rusias: una rural, mayoritaria pero aislada, en proceso de transformación hacia relaciones de tipo capitalista occidental, y una urbana que controlaba el zarismo y en cuyo margen se expresaba círculos intelectuales pequeño burgueses.

En 1881, en un ataque terrorista, es asesinado Alejandro II por una organización clandestina denominada “Voluntad del pueblo”. La respuesta fue una mayor y prolongada represión del régimen cuyo efecto fue la apatía popular. Al igual que en el motín de oficiales de 1825 -“conspiración decembrista”-, las acciones políticas de estos años tuvieron como característica una baja participación de las masas, un aislamiento político de estas y, en consecuencia, una débil organización revolucionaria con capacidad de movilización que se agenciaba mediante el terror individual.

Al movimiento intelectual de la década de los sesenta y posteriores, se les conoció como los representantes de la “herencia”, “populistas” y “discípulos”. Lenin caracterizó a cada uno de estos grupos según sus posturas ideológicas comunes. En su criterio, los ideólogos de la “herencia” eran portadores de las ideas enciclopedistas que defendían la instrucción pública y combatían el sistema de servidumbre. Representaban a la burguesía progresista y revolucionaria de su época, entre cuyos autores se ubica a Skaldin y Engelhardt, quienes defendían los intereses de las masas populares y el campesinado, junto a las libertades y el desarrollo europeo(6).

Los “populistas”, por su parte, fueron los primeros en llamar la atención sobre el problema de capitalismo. No obstante, consideraron el mismo una “(...) desviación del camino prescrito”(7), y su actitud, en consecuencia, regresiva ante este tipo de desarrollo particularmente en el campo. Concebían la comunidad campesina como una originalidad y el campesino era idealizado como el producto autóctono del desarrollo histórico ruso. Negaban el carácter de las clases sociales y sus conflictos asociados, así como la relación entre la intelectualidad, las instituciones jurídico-políticas y sus intereses materiales.

En último lugar se ubicaban los denominados “discípulos”, quienes, bajo una orientación materialista de la historia, reconocían el carácter progresivo del desarrollo capitalista del cual se engendrarían las contradicciones cuya resolución estaba ligada al bienestar general. Analizaban la sociedad bajo los intereses del trabajo, en donde se expresaban las condiciones concretas de los grupos económicos y su papel en la producción. Eran, sin duda, los representantes de la variante más avanzada del materialismo que reconocían el aporte realizado por la herencia enciclopedista de la década de los sesenta.

Estos fueron años de una intensa lucha ideológica. Su expresión no fue otra que la antesala de las transformaciones que en el orden económico de desarrollarían a finales del siglo XIX en donde el punto cumbre sería la transformación política del XX. Visto así, las transformaciones de 1917 estarían precedidas de una transformación revolucionaria de las ideas y la cultura como una antesala necesaria. Una adquisición de conciencia sobre el carácter labrador de la historia que tendrían las masas y el papel que cumplen sus organizaciones como forjadores conscientes, algo que se desarrollará con la constitución posterior de núcleos marxistas y la fundación del partido obrero.

Notas

  1. Casanova, Julián. Europa contra Europa, 1914-1945. Barcelona: Crítica
  2. Herzen, Alexander. Obras filosóficas escogidas. Ediciones en lenguas extranjeras, Moscú, 1956.
  3. Carr, E.H. “Herzen: un revolucionario intelectual”. En: Estudios sobre la revolución. Madrid: Alianza Editorial, 1970.
  4. Entre los autores más significativos de aquellos años podemos ubicar a Chernishevshi, Dobrolíubov, Písarev. Véase: Carr, E. H. “Algunos pensadores rusos del siglo XIX”. En: Estudios sobre la revolución. Madrid: Alianza Editorial, 1970.
  5. En algunos textos la traducción al español se ha realizado como “Ve con el pueblo”. En regla, se refieren al mismo movimiento.
  6. Lenin, V. I. (1981). “¿A qué herencia renunciamos?”. En: Obras escogidas, Tomo 1. Moscú, Editorial Progreso.
  7. Ibíd, p. 94.

 

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