Editorial. La cuestión candente de la unidad
En esta edición especial LA BAGATELA dedica su editorial al asunto más relevante para la izquierda y los sectores no uribistas del país, con vistas a las elecciones presidenciales de 2022. El PTC contribuye así a la reflexión pública que de seguro ocupará el lugar central de los medios alternativos durante los meses venideros y hasta muy adentrado 2021. La Redacción
Asistimos a una polémica que recién comienza. Intensa y apasionada que, se comprenda o no, arrojará trascendentes repercusiones sobre el país e incluso sobre el curso mismo de su historia. Tiene lugar entre los distintos sectores democráticos y trata de cuál debe ser la actuación de estas frente al uribismo gobernante, en especial frente a las presidenciales de 2022.
Discusión pertinente y repleta de razones por la actual realidad colombiana, saturada de turbulencia, amenazas y violencia política contra exguerrilleros acogidos a los acuerdos de paz, líderes sociales y de la oposición, como sobre comunidades indígenas, afros y sobre los colombianos rasos. Mientras tanto, hay anuncios de un rebrote de la mortal pandemia, como de ruina nacional, desempleo y pobreza crecientes, que de continuar las cosas por donde van dan cabida a los peores presagios. Tan alarmante perspectiva, frente al proyecto que se desarrolla desde el gobierno, a quienes quieran un país mejor no les deja opción diferente a la de una resistencia civil que procure la unidad de las fuerzas democráticas y respalde un solo candidato presidencial para el 2022.
Amplísima unidad o veto y exclusión
Tan tersa conclusión, de sentido común, ha recibido desde algunos de los medios políticos democráticos resueltos respaldos o interpretaciones que la contrarían o la obstruyen. Como la de Iván Marulanda, que sin oponerse a la necesidad de juntar fuerzas, anuncia que primero se escogerá entre algunos sectores el candidato que compita con la candidatura de Gustavo Petro en primera vuelta y luego se apoyaría al que de los dos pase a la segunda. En tanto que Roy Barreras deja su militancia en uno de los partidos de la coalición de gobierno y se declara dispuesto a participar en un proceso de unidad sin vetos ni exclusiones. La propuesta de Humberto de La Calle abre la posibilidad del programa conjunto y el acuerdo sobre la escogencia de un candidato de toda la democracia. Alexander López, el aspirante presidencial del Polo Democrático, ha insistido en una amplia consulta con todos los aspirantes de los sectores democráticos.
En cambio, voces como las de los candidatos Sergio Fajardo y Jorge Robledo, establecen vetos y exclusiones a la sumatoria de fuerzas y se oponen a todo acuerdo para una consulta conjunta de los diversos sectores con el propósito de escoger un solo candidato de las filas democráticas para las presidenciales del final del presente cuatrienio. La contemplación de las ballenas y el voto en blanco fueron su elocuente precedente al respecto. Cabría esperar que no permanecieran indiferentes a la experiencia de 2018 ni a la ostensible necesidad de la más amplia unidad de fuerzas.
Tanto Fajardo como Robledo expresan o dan acogida tácita al argumento que se repite desde medios del establecimiento: Colombia ama “el centro” y repudia los extremos. Porque estos “polarizan”, se dice, y a quien polariza se le identifica de modo intencionado como promotor de la violencia. Con esta manera de ver las cosas, ya no aparece como promotor de acciones violentas sólo quien ha fomentado por doquier Convivires, y ha sido señalado por mil denuncias como responsable o partícipe de matanzas y falsos positivos. Ahora “polariza” quien denuncia los horrores en toda su dimensión y causas, y propone cambios de fondo en la estructura económica y social del país. Labor esta última que exige dedicación, valor e inteligencia, pero a quien la emprende se le pone junto a los autores de los crímenes denunciados. Una bonita manera de presentar los “extremos” como iguales; así, para que “por el medio” puedan desfilar Salomones.
Se confunde los efectos con la causa. La indignación de muchos colombianos por el asesinato de Javier Ordóñez a manos de efectivos de la Policía y la protesta a que dio lugar no es la causa de que el país se polarice, sino la consecuencia de la brutalidad policial con respaldo oficial, de la misma forma que el rechazo de los trabajadores al trabajo por horas no ocasiona el conflicto social motivado por la política antiobrera del gobierno sino su efecto. Tampoco es cierto que el país se polarice por la claridad y la contundencia en la denuncia contra el uribismo gobernante; reemplazarlas por la tibieza y la ambigüedad, solo conviene a los enemigos de la paz, de la vida y la salud y de la democracia. Más de medio país denuncia indignado atropellos e injusticias del uribismo de hoy y de ayer. Y han sido estas la causa real del fenómeno de la polarización, de que millones de personas denuncien, se movilicen y protesten contra el señor del Ubérrimo y contra quienes en su nombre gobiernan desde la Casa de Nariño. Por consiguiente, no hay objetividad sino falta a la verdad cuando se pone en el mismo plano a quienes promueven la violencia y las tropelías contra el pueblo y se les quiere confundir con quienes las denuncian.
El argumento de la preferencia del país por el centro, no dirige su filo contra la derecha sino de manera definida contra la izquierda. Con nombre y apellido, va dirigido contra Gustavo Petro. La cuestión es que el artificio, en últimas, en realidad no beneficiaría al mentado centro; al contribuir a la fragmentación de las fuerzas democráticas, le sirve a la ultraderecha colombiana.
La necesidad de concentrar la fuerza
El PTC coincide con numerosas voces y agrupaciones democráticas en que para vencer al uribismo gobernante aquellas han de concentrar sus fuerzas en una sola coalición, en un único frente, que escoja un candidato presidencial para el 2022 al que todos nos comprometamos a respaldar. Un frente que deberá constituirse sobre la base de un programa común, y escoger dicho candidato mediante una consulta en la que participen los aspirantes, sin vetos ni exclusiones, de todos los sectores que propugnen el cambio del injusto estado de cosas existente.
A menos que se crea que es mejor la actual dispersión que la unidad, y siendo hoy claro que el resultado de las presidenciales venideras está fuertemente condicionado por la necesidad de satisfacer la premisa elemental de concentrar toda la fuerza posible para ganarlas, las fuerzas democráticas enfrentan el problema de superar su desventajoso estado de fragmentación.
No resulta de fácil pronóstico una situación en la cual algunos de los sectores integrantes del conjunto de los agrupamientos democráticos, apuestan al triunfo empeñándose en no contar o excluir de tajo fuerzas no sólo de peso sino claramente decisivas en la actual contienda. Cuesta identificar cuál sea la ventaja, predicada por ciertos destacamentos políticos del bando de la democracia colombiana, para calcular que hoy pueda ganársele al uribismo en el poder sin el concurso de la formidable fuerza materializada en los más de 8 millones de colombianos que respaldaron la candidatura de Gustavo Petro en 2018. Expresan la objeción de que fueron muchos sectores los que posibilitaron alcanzar la elevada cifra de votantes ─la mayor obtenida por un candidato presidencial de izquierda en la historia del país─, pretendido reparo que no hace sino fortalecer la conclusión del enorme poder de arrastre político de Petro entre sectores distintos por la confianza suscitada por su liderazgo. Lejos de menguarse en el año de la gran emergencia y crisis de 2020, su influencia se consolidó en medio de tan compleja prueba. Las características personales del líder de Colombia Humana, sus limitaciones y defectos, no constituyen fundamento razonable ─no pueden serlo respecto de ningún líder realmente importante─ para descalificarlo y menos para descartar su papel en la actual crisis.
Los aspirantes a la presidencia que vetan o excluyen a Petro de antemano de la gran respuesta colectiva con que la democracia ha de responder a la tiranía uribista, tienen la obligación de plantear con claridad en qué basan su actitud. Seguir eludiendo con generalidades o frases ambiguas el debate público de asunto tan trascendente, o con el subterfugio de posponer su definición arguyendo que ya habrá tiempo para ello, como negarse a considerar la necesidad de ventilar a fondo una consulta en la que participen todos los aspirantes de sectores democráticos a la presidencia en el 2022, simplemente confirmaría una actitud soberbia que se apartaría de manera injustificable de la imprescindible deliberación pública democrática. Que, sin duda alguna, prestaría una ayuda objetiva a los enemigos de la paz, la democracia y el mejorestar del pueblo.
No hay motivo para suponer que una discusión pública franca y abierta por parte de los renuentes sobre tales cuestiones pueda no ser bienvenida por todos los sectores de la democracia.
Un programa común, vía para la más amplia unidad
Tres son los sectores que desde el punto de vista político y social pueden integrar las filas de un amplísimo bando unificado de la democracia en Colombia: la izquierda, el centro y algunos sectores del establecimiento, si bien en cada uno de ellos hay diferenciaciones que no deben perderse de vista.
Al interrogante de cómo establecer cuáles sectores tienen la disposición de sumar fuerzas en el gran frente o coalición que se necesita no parece que pueda dársele respuesta distinta a la de la invitación formal a llegar a acuerdos por la vía de concertar, punto por punto, un programa de lucha, de reivindicaciones y de gobierno, es decir, de las transformaciones a llevar a efecto para elevar el nivel de vida, la democracia y el desarrollo nacional, y del concurso de Colombia dentro de las tareas globales de la humanidad. Mientras cada sector escoge su propio candidato, el proceso de discusión sobre un programa conjunto y acerca del compromiso para efectuar una sola consulta, arrojaría un definitivo resultado sobre las reales posibilidades de la democracia colombiana, no sólo de subsistir sino de dar grandes pasos de avance.
El carácter antifascista del frente
A primera vista, el punto de mayor coincidencia y afinidad es la necesidad de enfrentar y derrotar la concentración del poder del Ejecutivo uribista y no permitir la subordinación ─consentida o impuesta─ o la liquidación del Legislativo y del Judicial (puesto que esto conlleva el aplastamiento de la democracia). En fin de cuentas, se trata tanto de las instituciones democrático-burguesas surgidas de la revolución francesa, como del conjunto de derechos, libertades públicas y garantías ciudadanas hasta hoy conquistados, todo lo cual se concreta en el Estado de derecho, en cuya defensa ─que no puede motejarse de “socialista” ni de “castrochavista”─ se presupone interesados a los sectores de izquierda y del centro y a los civilistas del establecimiento. Coincidencia muy positiva puesto que la implantación completa del proyecto uribista no es nada menos que el fascismo, y este consiste precisamente en la supresión de tales instituciones y principios, amenaza que constituye el mayor peligro de la democracia, como del interés popular y nacional. Por tanto, en cuanto apunta a la principal necesidad del momento y a la más factible coincidencia democrática, el carácter antifascista es lo sobresaliente de este frente único.
Si desde la izquierda y/o el centro y los sectores civilistas del establecimiento no se ve con claridad este peligro, o se le resta importancia, esto generaría actitudes que pueden entorpecer la unidad de las fuerzas democráticas. La más importante: no percibir que la urgencia del momento ─el aspecto principal de la situación─, superior a cualquier consideración, es enfrentar la amenaza fascista. La desunión democrática frente a las presidenciales del 2022 sería un fatal error, y si esta falta de unión se mantiene en el caso nada descartable de que la ultraderecha gobernante se decida por un golpe de Estado antes de dichas elecciones, padeceríamos una verdadera tragedia. Lo grave de la no comprensión del asunto radica en que si el uribismo completa la imposición de su proyecto al país antes de las presidenciales, y la democracia sigue desunida, todas las reivindicaciones democráticas y antineoliberales quedarían postergadas de modo indefinido puesto que entonces la preocupación del día sería la supervivencia física y política de los sectores democráticos y sus liderazgos. El llamamiento reciente de Gustavo Petro a la unidad aludiendo al parecido de la Alemania de 1933 con nuestra situación, se ubica en esa aleccionadora perspectiva.
Un programa antineoliberal con soluciones negociadas y de compromiso
Entendiendo que lo más importante en el mediano y largo plazo es el modelo económico y social que se busca reemplazar por uno nuevo y más justo, no puede ignorarse que los diferentes sectores sociales y sus voceros tienen ideas distintas sobre el modelo de sociedad más conveniente. Esta disparidad resulta el punto más polémico y de mayor dificultad en el proceso de lograr un programa común y un frente único. Lo cual no significa de ninguna manera que sea insalvable.
Aunque a primera vista lo que obstaculiza la búsqueda de la unificación de las fuerzas democráticas son las diferentes personalidades de los dirigentes y sus rivalidades, una mirada menos epidérmica, más detenida y profunda, puede revelarnos que, más allá de tal impresión inicial, las disparidades se dan realmente entre intereses sociales, de distintas clases y sectores de clase, expresados de modo inevitable a la hora de adoptar un programa común. Esta es la verdadera causa de las reticencias o del abierto rechazo de buena parte del centro y de los sectores civilistas del establecimiento a unir fuerzas con la izquierda. Diferencias de intereses que en principio no son ni tienen por qué derivar en irreconciliables y a cuya expresión conjunta puede y debe encontrársele una expresión de transacción y compromiso, razonable y satisfactoria. Pero es claro que si estas diferencias se manifiestan en el empeño de propiciar el miedo al “castrochavismo”─o al “chavismo oculto”, como dice ahora el expresidente Álvaro Uribe─ argumento que fue intensamente utilizado por el uribismo contra la izquierda en las pasadas elecciones presidenciales, desembocaríamos en la repetición del fallido resultado de 2018.
Habida cuenta de que estas diferencias son reales y que pueden presentarse en la adopción de un programa común ─puesto que inevitablemente implica cuestionar a fondo el modelo neoliberal─, existe el riesgo desde el centro o desde los sectores civilistas del establecimiento, como también ─aunque en menor grado─ desde la izquierda, de que se descarte persistir en la búsqueda del acuerdo que fructifique en la más amplia unidad política y social posible. En este punto Gustavo Petro ha planteado, con su ejemplo sobre el sistema de salud y una eventual negociación del vital asunto con el GEA ─el Grupo Empresarial Antioqueño─, una salida mixta, pública y privada, de compromiso razonable, donde la primera cubra la mayoría de la población.
En suma, el obstáculo principal en las filas democráticas al proceso de unificar todas las fuerzas, hoy lo encarnan las reticencias y la negativa abierta a unir efectivos con la izquierda. Es la malhadada persistencia en nuestros días, ya manifestada en ocasiones anteriores y en especial en 2018, de la tradición de Patria Boba de la lndependencia. Quienes se equivocaron en aquella ocasión histórica invocaban el federalismo como forma de organización de la naciente república, que habría sido aceptable tras tres siglos del despótico centralismo colonial en un país de regiones y siempre que estuviese en paz, pero no en medio de una guerra de emancipación nacional como la que se libraba, que requería un férreo centralismo republicano. Este fatal error provocó la división entre los patriotas y la absurda disputa abrió paso a la sangrienta reconquista del pacificador español Morillo. Aunque a deshoras, los equivocados de la original Patria Boba por lo menos levantaban una bandera democrática, la del federalismo norteamericano recién instaurado por la entonces joven república del norte. En la actualidad, los motivos invocados contra la unidad son inexcusables.
No puede pasarse por alto que el mayor peso en la posibilidad de transformación en la correlación general de fuerzas ─y por tanto en la unidad democrática─ lo tiene la reanudación de la rebelión social del 21 de noviembre de 2019 con gran vigor y extensión posibles, es decir, la masiva movilización callejera de los colombianos. Los demócratas consecuentes hemos de emplearnos a fondo en la tarea de revivirla y animarla, empezando por la resuelta participación en la gran protesta nacional del paro obrero y ciudadano de este 19 de noviembre. Entretanto, en la perspectiva de superar el bache, debe procurarse no antagonizar las diferencias, incrementar las consultas e intercambios y adelantar a fondo la imprescindible lucha ideológica y la persuasión unitaria. Sobre todo cuando la derrota de Trump y la victoria de Biden parecen haber enterrado la apuesta del gobierno uribista de Duque sobre el resultado de las elecciones en Estados Unidos, y despejado del horizonte uno de los nubarrones más oscuros: el eventual apoyo del agresivo inquilino de la Casa Blanca del cuatrienio que termina a un eventual golpe del uribismo gobernante al Estado de derecho en el país. Los vientos del Sur vuelven a soplar con fuerza en Bolivia y se revigorizan en Chile; logremos lo propio en Colombia.
Bogotá, 16 de noviembre de 2020