México: hacia el cambio de régimen político
AMLO es un líder de masas formado en la gestión en el territorio en su natal provincia de Tabasco, en donde mantuvo fuerte vínculo con pueblos originarios de la región. Ha demostrado no ser un presidente que busca afincarse en un acuerdo con grupos, seas estos empresariales o de “clases subalternas”, su proyecto de reforma de las relaciones entre el Estado y la sociedad ha sacudido a antiguos aliados y viejos enemigos, por igual. Su gobierno es una novedad dentro de la historia nacional mexicana y también ha marcado una posible pauta para otras experiencias. La manera en la que se ha procedido a ejercer una transformación del Estado, desde sus entrañas, devela la profundidad que este tiene en el conjunto de la vida social.
Por Jaime Ortega
Hasta el 2018, México se había colocado en la estela de gobiernos conservadores de la región. Formando parte del grupo “de Lima”, la nación mexicana vio una profundización del neoliberalismo como forma de organizar la economía, el Estado y el sentido común de la sociedad. Sin embargo, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en 2018 abrió la puerta para pensar un horizonte no neoliberal de gestión del gobierno y de transformación de la sociedad. Ello en un contexto ciertamente adverso ante la emergencia de la pandemia provocada por el nuevo coronavirus, pero favorable en la medida en que soplan vientos de cambio que colocan la posibilidad de un escenario en donde el neoliberalismo parece ir en retirada.
AMLO es un líder de masas formado en la gestión en el territorio en su natal provincia de Tabasco, en donde mantuvo fuerte vínculo con pueblos originarios de la región. Posteriormente hizo parte de una ruptura al seno de la clase política dominante que se negó a aceptar el pacto neoliberal (1988), convirtiéndose en un referente de la lucha por la democracia y el desarrollo social de su tierra natal. Su momento de proyección nacional y no solo regional, llegó cuando fue electo para gobernar la capital mexicana (2000-2006), centro de las grandes oposiciones al neoliberalismo y lugar con gran valía económica, social y simbólica. En ese momento perfiló su primera candidatura presidencial, frustrada en 2006 tras una elección sucia, repitió esta encomienda nuevamente en 2012 cuando una gran operación comandada por los medios de comunicación facilitó el triunfo del viejo Partido Revolucionario Institucional y su candidato de fachada, Enrique Peña Nieto. Durante este último gobierno se dieron graves procesos de violencia y corrupción que condicionaron fuertemente el apoyo popular a AMLO, por parte de una sociedad agotada ante un entorno deprimente. Así, en 2018, una sociedad desgarrada por la violencia y cansada de la corrupción, votó mayoritariamente por el candidato que expresaba las ansias de cambio.
AMLO ha construido en estos años un discurso que pone a su gobierno como un momento dentro de una estela de transformación: el nacimiento de la nación en 1821; la lucha contra las invasiones extranjeras en el siglo XIX que además logró la separación entre Iglesia y Estado; la revolución popular y campesina de 1910 y, finalmente, la “Cuarta Transformación” que vendría a recomponer las capacidades de soberanía del Estado mexicano. ¿Cuáles son los principales componentes de la autodenominada Cuarta Transformación de México? Podemos señalar que su principal seña de identidad es una modificación del Estado y de este en su relación con la sociedad.
En el plano de la transformación o reforma del Estado, AMLO ha procedido a destrabar los anudamientos que intervenían sobre este. Su alegato en la corrupción es una forma de deshacerse del pacto oligárquico que había ocupado el Estado. Se trata de un conjunto variado de intereses económicos que se servía de la administración pública para hacer negocios y captar parte del excedente social. Hasta el 2018 el Estado mexicano servía menos como garante del bienestar de la sociedad y más como mecanismo de transferencia de recursos a diversos grupos empresariales, legales o ilegales. Si algo puede englobar la cruzada de AMLO es la de desalojar a quienes habían privatizado el Estado con la finalidad de lograr mayores ganancias. Si bien no puede ser considerado como “anticapitalista”, es claro que diferencia entre lo público y privado, en favor de la primera dimensión. Ello ha incluido numerosas acciones, como la de obligar a las grandes empresas a pagar impuestos (sin aumentarlos), la de revisar el ejercicio presupuestal del organismo de Ciencia, el desmontaje de los acuerdos con monopolios farmacéuticos, la de replantear la política de energía y combustibles, así como una reducción de los funcionarios con altos sueltos. También AMLO practica una política a “ras de suelo”, viajando en avión y comiendo en lugares populares, señalando que el gobierno es desde el territorio y no desde los cubículos de los expertos en políticas públicas, que diseñan sin tener relación con la población. Esto le ha valido la animadversión de los intelectuales y clases medias, que detestan la dimensión plebeya que imprime a su gobierno y que se sienten arrinconados por lo que llaman el antintelectualismo del presidente mexicano.
Por el otro, AMLO ha generado una nueva relación de fuerza al iniciar la transformación de los vínculos entre Estado y sociedad. Ello ha implicado numerosos problemas, pues ha actuado de manera uniforme frente a la denominada “sociedad civil”, sean estas organizaciones campesinas que sirven como mediadoras entre el gobierno y la población rural, o bien ONG compuestas por jóvenes clase medieros-universitarios que viven del financiamiento internacional. AMLO ha demostrado no ser un presidente que busca afincarse en un acuerdo con grupos, seas estos empresariales o de “clases subalternas”, su proyecto de reforma de las relaciones entre el Estado y la sociedad ha sacudido a antiguos aliados y viejos enemigos, por igual.
¿Qué es lo que explica esta forma de proceder? Se trata de una apuesta de gran calado en donde el panorama de las fuerzas políticas y su incidencia en la decisión política están cambiando todo el tiempo. AMLO ha privilegiado una política social que tiende hacia la universalización, pero también hacia la individualización. Ello ha roto vínculos clientrales o corporativos, pero ha generado también problemas en zonas rurales e indígenas, marcadas por la decisión comunal. Ha posibilitado, además, la aparición de la bancarización, pero esta se está direccionando a ser controlada por el Estado, de tal manera en que los activos económicos de la sociedad esté por fuera de la financiarización global.
En el plano internacional México ha dado un giro radical. Ha mantenido una política de distancia frente a Estados Unidos, ha apoyado a Cuba dada la crisis de la escasez, ha marcado distancia frente al grupo de Lima, el cual ha abandonado y sostenido una política de independencia frente a asuntos como Venezuela, al grado que México será ahora el lugar de negociaciones de grupos enfrentados de ese país. Famoso es el papel de México durante el golpe de Estado a Evo Morales.
Hay muchas tareas pendientes. La pandemia rompió dinámicas y complejizó muchos de las prioridades del gobierno. El gobierno de la 4T es una novedad dentro de la historia nacional mexicana y también ha marcado una posible pauta para otras experiencias. La manera en el que se ha procedido a ejercer una transformación del Estado, desde sus entrañas, devela la profundidad que este tiene en el conjunto de la vida social.
Hasta ahora, el proyecto de AMLO y la 4T parece ir en consonancia con tendencias globales que producen liderazgos fuertes en búsqueda de recuperar algo de la soberanía del Estado frente a lo que Marx llamó “el déspota del mercado mundial”. La recuperación de la soberanía por parte del Estado es un principio básico frente a la forma neoliberal que produjo despojo y privatización. Si bien es insuficiente, puede ser la primera piedra de una reconstrucción de procesos que converjan en la creación de Estados de bienestar (con instituciones públicas fuertes) y procesos de emancipación (que permitan la autonomía y la autogestión).
México puede ser un ejemplo para otras sociedades, cuyos climas suelen estar marcados por aires conservadores, pues muestra algunas de las tareas urgentes. Y si bien cada pueblo y sociedad tiene sus especificidades, el neoliberalismo dejó impresa una huella que nos hace tener problemas comunes y cuyas resoluciones, serán también en común.