Claves ocultas en el discurso de Trump contra Venezuela
De indiscutible y candente interés resultan las apreciaciones de este artículo de William Serafino. Señala que, en agosto pasado, cuando hubo que definir si Estados Unidos evacuaba sus tropas o permanecía en Afganistán se dio el punto de inflexión de un verdadero golpe de Estado en cámara lenta. El complejo militar-industrial del imperio retomó entonces las palancas del mando del Estado norteamericano prosiguiendo en firme su objetivo de “disciplinar” la incoherencia gubernativa de Trump, especialmente en materia de política exterior. Así la decisión fue permanecer en Afganistán, haciendo que Trump contradijera su promesa de campaña. Reafirmar como sus blancos principales de ataque a China, Rusia, Irán y Venezuela. Colocar la perspectiva militar como norte de la geopolítica estadounidense, en lugar de sus intereses como nación. Ubicar a tres generales, a saber, Mattis, Secretario de defensa, Mc Master asesor de seguridad nacional, y Kelly, jede del personal de Trump, como los verdaderos jefes de la política exterior noreamericana. Destacar a Nikki Haley, la embajadora en la ONU, a quien la prensa, inclusive la conservadora, ubica como la Secretaria de Estado de hecho, por encima de Tillerson.
Esta combinación de la doctrina de guerra permanente, la desregulación total de Wall Street y la Reserva Federal, y la orquestación de sus propósitos globales por “la corriente principal de medios de comunicación” es la que se está aplicando a Venezuela.
El discurso de Trump en la 72ª Asamblea General de la ONU delinea su significado. Consolidar la versión del imperio sobre Venezuela como “Estado fallido” o “narcoestado”, estrangular financieramente al gobierno de Maduro, restringiendo drásticamente las remesas de utilidades y fuentes de crédito de Citgo (la filial de Pedevesa en Estados Unidos), dilación indefinida del City Bank de los pagos venezolanos de alimentos y medicamentos importados, saboteo a la reanudación de los diálogos entre gobierno y oposición en República Dominicana, impulso a grupos no formales en la OEA contra Venezuela, montaje de sanciones contra ese país en el Consejo de Seguridad de la ONU y contra Maduro ante la CPI, y la reunión del 18 de septiembre en Nueva York convocada por Trump con la embajadora gringa en la ONU, el Jefe del Comando Sur, y el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, para presionar su concurso en la agresión militar contra la patria de Bolívar.
Por William Serafino
Publicado originalmente en Misión Verdad
En paralelo al desastre político del antichavismo en Venezuela, el establishment de EE. UU. vive a lo interno su propia versión de caos y enfrentamiento. El primer día de la 72a sesión anual de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU), tuvo como evento estelar el discurso de Donald Trump. Allí se confirmó lo que era de esperarse: el “foco central” recae interesadamente en Corea del Norte, Irán y Venezuela a beneficio de la agenda de asedio geopolítico de EE. UU.
Una introducción poco romántica
Si algo ha demostrado Donald Trump a casi un año de ser electo como presidente de EE. UU., es sobretodo debilidad en política interna e incoherencia en política exterior.
Las contradicciones con respecto a las promesas de su campaña electoral (el envío de tropas a Afganistán cuando prometió que las retiraría durante su campaña), sumadas al rápido desmontaje de su equipo político inicial, dan cuenta no sólo de la fuerte pugna interna por controlar la política exterior de EE. UU., sino de la cualidad en sí del presidente actual.
Un artículo escrito por Daniel Larison en The American Conservative intetna definir el porqué de las continuas contradicciones de Trump, tan asiduamente sobreexplotadas por Fox y CNN: “Como he observado antes, este es un hombre que no cree en nada más que en sí mismo, y no tiene convicciones firmes, por lo que puede ser manipulado por quienquiera que esté hablando con él al momento”.
Complementa el analista: “1) Trump generalmente no entiende o no se preocupa por la sustancia política; 2) no se siente obligado a cumplir con los compromisos que ha contraído; 3) todo lo que le interesa es la aparición en una negociación de éxito”.
Estos tres puntos definen parcialmente el marco que orienta las acciones de Trump. Para él enviar tropas a Afganistán no significa una traición a ningún precepto ideológico, no encarna ninguna sustancia política vociferar que destruirá a Corea del Norte o afirmar que el gobierno de Irán es una “dictadura corrupta” al igual que el de Venezuela, todo al mismo tiempo y generando más dudas que consensos.
Mostrar musculatura política y hacer ver que efectivamente EEUU es ese policía global indoblegable y fortalecido de finales del siglo XX, es tan importante en apariencia como aquello que encubre: la escasez de fuerza para lograr esos objetivos, desastrosamente planteados, es compensada con la necesidad de imponer una narrativa que mantenga a flote la posibilidad de un enfrentamiento con sus rivales estratégicos.
Venezuela, para Trump específicamente, es vista bajo esa misma premisa: en su condición de negociador percibe una oportunidad (política, económica y financiera) altamente rentable, en concordancia obligada con quienes controlan hoy la política exterior. Mientras, los costos energéticos y políticos que podría acarrear internamente el devenir sanciones más agresivas hacia el sector petrolero y financiero venezolano o una intervención militar directa, dificultan -por ahora- cumplir con la realidad aumentada de su discurso ante la Asamblea General de la ONU.
Militarización de la política exterior estadounidense
Contrario a la administración Obama, signada por un contrapeso entre mandos civiles y militares con respecto a la política exterior estadounidense, la administración Trump, en este tema, se fue inclinando rápidamente hacia el sector militar.
El escritor y exreportero del New York Times, Stephen Kinzer, sostiene que “el poder supremo para conformar la política exterior y de seguridad de Estados Unidos ha caído en manos de tres militares: el general James Mattis, secretario de Defensa; el general John Kelly, jefe de personal del presidente Trump; y el general H.R. McMaster, asesor de seguridad nacional”.
Kinzer analiza dicho momento de la administración Trump como la conclusión de un “golpe militar en cámara lenta”, dirigido a disciplinar el gobierno de EE. UU. ante los “políticos locos” que rodean la Casa Blanca producto del ascenso de Trump. La imposición en los hechos de un gobierno de facto, también de locos.
Este perfil que intenta homogeneizar a la administración Trump bajo una sola estrategia, bajo los intereses de las corporaciones armadas y petroleras que cabildean tras los bastidores, va mostrando en el terreno diplomático que llegó para quedarse.
El discurso de Trump ante la ONU evidencia que su vocería está programada por los neoconservadores: el partido político del complejo militar-industrial que tiene en H.R. McMaster y John Kelly sus inversiones más prometedoras y en la doctrina de la guerra permanente la mirilla que se coloca sobre bloque emergente representado por Rusia, China, Irán y Venezuela, entre otros. Actores de peso que concentran parte importante de las reservas energéticas y minerales necesarias para que el complejo militar-industrial, sustento de la economía gringa, siga funcionando.
Dado el perfil militar de la administración actual, los hilos de la guerra no convencional contra Venezuela empiezan en la misma Casa Blanca.
El tono agresivo, belicoso y tosco de Trump es también expresión y síntoma del desespero de un inmenso aparataje de acumulación que a gritos busca su supervivencia en el largo plazo. Como lo resume The Saker, los neoconservadores representan “una tendencia hegemónica dentro de Wall Street, la Casa Blanca, el Congreso, el Pentágono y los medios de comunicación mainstream, su programa doctrinario el Proyecto Para Un Nuevo Siglo Americano y la Doctrina de Dominación de Espectro Completo son las cartillas de navegación que han propugnado por el excepcionalismo global, la agenda hiperbelicista, la desregulación total y absoluta de Wall Street y la Reserva Federal”.
Hay demasiado en juego y Venezuela, por ser parte de “su hemisferio”, es la apuesta más codiciada.
Entra en el juego Nikki Haley: ¿”la solución es militar”?
Siendo militares quienes ahora controlan la política exterior, su aproximación lógica a la geopolítica es eminentemente militar. Al margen son concebidas las “prioridades nacionales” de EE. UU. como nación (o lo que queda de ella) en el mediano plazo, mientras son sustituidas por las “prioridades militares” que mucho tienen que ver con la metódica de la guerra en sí y poco con la forma de administrar lo que viene después.
Estos tres jefes militares supremos, sin embargo, se han enfocado en tareas que van más allá de “disciplinar” la Casa Blanca. Sus tentáculos se han extendido hasta el Departamento de Estado, logrando colocar como Secretaria de Estado paralela, en detrimento de Rex Tillerson, a una vocera que reproduce la agenda hiperbelicista de quienes detentan la jefatura central del gobierno. Hablamos de la exgobernadora de Carolina del Sur e inexperta en temas de política exterior, Nikki Haley.
El medio National Review, de clara tendencia neoconservadora, da en el clavo con respecto a estos cambios recientes y cómo a partir de su vocería se intenta simplificar a todo el bloque emergente en una misma agenda de asedio: “Haley se ha convertido en la principal voz estadounidense para los derechos humanos y contra la tiranía”.
En Haley han encontrado el perfecto ventrílocuo para desautorizar el Departamento de Estado manejado por Tillerson y para unificar la agenda en política exterior desde su púlpito en la ONU. Phillip Giraldi, que escribe para The American Conservative, afirma que Haley no sólo actúa por fuera del dominio de Trump, sino que “está firmemente en el campo de los neoconservadores, recibiendo elogios de los senadores como Lindsey Graham de Carolina del Sur y de los medios de Murdoch”.
A continuación el dato peligroso tras bastidores: el senador Lindsey Graham ofreció armamento militar y apoyo a Juan Manuel Santos durante su primera visita oficial a Washington, ante un eventual conflicto bélico con Venezuela. Haley también compartió con el presidente colombiano durante la cena de conspiración convocada por Trump en Nueva York el pasado 18 de septiembre, acompañados por el mismo general Kelly que en 2015 mostró su intención de invadir a Venezuela por razones “humanitarias”.
Marco simbólico, excepcionalismo y maniobras para revertir el diálogo
El diálogo político iniciado en República Dominicana como resultado de la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente, ha provocado un conjunto de acciones que buscan su reversión.
Las audiencias truchas de ONG y corruptos venezolanos protegidos por EE. UU. ante Luis Almagro en la OEA, en coordinación con Zeid Al Hussein, Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, para intentar allanar el camino de Maduro hacia la Corte Penal Internacional (CPI) por “crímenes de lesa humanidad”, fueron el plato fuerte.
Días antes se apretaron las tuercas del bloqueo financiero contra Citgo, filial de Pdvsa, limitando sus líneas de crédito para afectar sus ganancias y la repatriación de dividendos al país, extralimitando incluso las propias licencias del Departamento del Tesoro posterior a la Orden Ejecutiva de Trump. De igual forma, toneladas de alimentos y medicinas no pueden ingresar al país debido a que bancos estadounidenses como Citibank no procesan el pago a las importadoras.
Haley no sólo tiene cercanas relaciones con Zeid, también a partir de su puesto en la ONU busca unificar -bajo chantajes y extorsiones de distintos tipos, ya probadas durante los meses de abril y julio- a la OEA, agencias de la ONU y a los “socios” regionales del grupo ad hoc creado en Lima, incluyendo a los actores opositores internos, para ampliar el cerco financiero y diplomático contra Venezuela como respuesta al diálogo en República Dominicana, iniciativa que cuenta con apoyo de la ONU, gobiernos de la Unión Europea y algunos gobiernos de la región que figuran como mediadores.
El artículo de National Review ya mencionado también aclara a qué está jugando Haley a lo interno de la ONU: “Es alguien que está dispuesto a presionar públicamente a agencias de la ONU corruptas e ineficaces como el Consejo de Derechos Humanos por su hipocresía y antisemitismo mientras reafirma la alianza de Estados Unidos con Israel de una manera que normalmente es asunto del secretario de Estado”.
Desde el Consejo de Derechos Humanos, la dupla Haley-Zeid ha reafirmado su interés de afianzar el aislamiento de Venezuela. Las distintas operaciones que van desde la intención de construir un caso contra el presidente Maduro ante la CPI o el amague con la tentativa de activar la Convención de Palermo, forman parte de un caldo de cultivo que por más que no termine de cuajar ni de redefinir el curso de la geopolítica, debe verse como una agenda en desarrollo que busca llevar las sanciones al nivel más delicado.
La Asamblea General de la ONU iniciada con un discurso hiperbelicista de Trump y la convocatoria a una reunión de cancilleres del “Grupo de Lima”, es una oportunidad dorada para dar pasos adelantados en esta agenda de intervención: allanar el camino para llevar el “problema venezolano” al punto más elevado de la institución (Consejo de Seguridad), al igual que se hizo con Libia y Siria en su momento.
Mientras que paralelamente intentan activar medidas coercitivas de estilo penal contra la dirigencia chavista, un camino que todavía no se ve despejado al igual que la entrada de Venezuela como tema permanente del Consejo de Seguridad, las fichas sobre el tablero sugieren que el objetivo más factible en el horizonte cercano sería la consolidación del expediente de “Estado fallido”, vía cartelización de medios, agencias de la ONU y Congreso de EE. UU., para justificar acciones unilaterales más agresivas en el terreno económico y financiero.
Más allá de lo que la apariencia y el discurso público indica, calibrar los objetivos contra Venezuela le exige a EE. UU. superar las alcabalas de las instituciones multilaterales tradicionales, o al menos combinarlas con estructuras informales estilo “Grupo de Lima”, con el fin de soltarse las amarras del derecho internacional y depender, en última instancia, de ellos mismos. El caso sirio funciona como ejemplo de cómo aun saltándose la legislación internacional para invadir un país por medios no convencionales, las guerras híbridas que prepara a futuro necesitan de instituciones globales más flexibles, desreguladas, desnacionalizadas y expeditas, que borren las fronteras diplomáticas, políticas y militares dentro del teatro de operaciones.
Al no tenerla todavía desarrollada en su máxima expresión, y por más que la ONU sea una institución que le ha resultado bastante bien a sus intereses geoestratégicos, nada pudo detener que del lado sirio fuera aprovechado el organismo para blindar los procesos de negociación y diálogo en Astaná. Del otro lado del Atlántico, Venezuela recibe apoyo del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, y del Consejo de Derechos Humanos.
En ese sentido van las “recomendaciones” de Haley para “reformar” la ONU, comentadas en la previa a la Asamblea General: desmontar las agencias que entorpezcan o condenen la agenda excepcionalista de EE. UU., con especial énfasis donde Venezuela, Rusia, China, Irán y Siria ejercen una influencia clave.
Conclusión en desarrollo
Si bien la estrategia política de EE. UU. va ganando nitidez, tanto por los actores e intereses del complejo militar-industrial que están detrás como por los objetivos que persigue con respecto a Venezuela en esta coyuntura, el discurso de Trump ante la ONU no debe vaciarse de contenido ni tomarse a la ligera.
El marco simbólico (de factura militar) que intentan cerrar ante el foro político global más importante del mundo -por ahora- es que en Venezuela no hay una solución política, sino militar. Calificaciones como “narcoestado” y “dictadura” expresan las narrativas por las cuales se intenta opacar que Venezuela cerró un ciclo de violencia política mediante el proceso electoral constituyente, que en menos de un mes habrá elecciones regionales donde participará la oposición y que existen negociaciones con actores políticos antigubernamentales para estabilizar económicamente al país ante las agresiones internas y externas.
Nada de eso apareció en el discurso de Trump ante la ONU. Los tres jefes militares que representan el gobierno real, suben las apuestas intentado presionar a socios y neutrales en el concierto de naciones para que acompañen su agenda antipolítica y violenta contra Venezuela, en todas las instancias multilaterales donde ejercen influencia.
A lo interno el desconocimiento y fractura del Estado venezolano se transforma en punto de honor. Cualquier mecanismo de negociación y estabilización política, sea vía elecciones o diálogo, no cambia en nada su postura (a menos que pierda el chavismo). No sólo por la guerra a la que quieren llevarnos por necesidad económica elemental, sino porque la premisa de la cual parten sus acciones de bloqueo financiero y asedio diplomático tiene como base considerar “ilegítimo” cualquier escenario político que reconozca al chavismo como gobierno.
Detrás del fetiche de “restaurar la democracia” comentado por Trump en Venezuela, no hay política. Su tono casi rayando en lo bélico así lo evidencia. Los múltiples frentes abiertos de EE. UU. bajo esa misma narrativa, transformados en guerras devastadoras, dan cuenta de ello.
Por lo pronto, Venezuela tiene el mismo presidente y puja por superar sus desafíos económicos, ampliando sus relaciones con Rusia, China e Irán, enmarcadas en un megaproyecto económico y financiero global que amenaza la hegemonía del dólar y las reglas comerciales e instituciones financieras que la soportan. La agresividad de Trump es también sintomática de cómo hemos respondido ante sus sanciones y el alto grado de sensibilidad geoestratégica que encarna ingresar en una arquitectura financiera por fuera de EE. UU.
Mientras tanto Haley lo seguirá intentando contra Venezuela, Rusia, Irán y Corea del Norte, con H.R. McMaster y John Kelly tras los bastidores operando en las entrañas de ese ventrílocuo de Carolina del Sur. El denominado “Eje del Mal”, que en su gran mayoría no tuvo representación presidencial en el evento -en una clara señal de desautorización del organismo por parte de Putin, Maduro y Xi Jinping-, sale fortalecido ante la desastrosa presentación de Trump, colocando a EE. UU. en una posición de debilidad política e incapacidad de presentar una política exterior que genere confianza y credibilidad en el concierto de naciones.
En paralelo, Trump también espera detrás de la puerta para dar otro discurso escrito en manos de quienes lo tumbaron hace meses.
Y no hay nada más peligroso que unos criminales de guerra frustrados y equipados con armamento pesado.