La sed encrespa la inconformidad popular en Puerto Colombia
Verdadera puerta del progreso nacional en el Caribe, esta pintoresca población agoniza de sed en la desembocadura del río más caudaloso de la patria. El déficit tiene su origen en las incompetencias administrativas derivadas del régimen neoliberal de privatización de los servicios públicos, pero también en la expansión desordenada de Barranquilla y del casco urbano de Puerto Colombia. Una andanada masiva de reclamos en las redes sociales y de plantones desencadenó un proceso de aglutinamiento cívico. Pero antes de que se cumplan los planes de largo alcance, todavía deberán sortearse dos años más de azarosas dificultades, a lo largo de los cuales el calvario continuará.
Por Arturo Villarreal Echeona
Periodista y escritor
Verdadera puerta del progreso nacional en el Caribe, esta pintoresca población agoniza de sed en la desembocadura del río más caudaloso de la patria. Resumen del espíritu laborioso del país entero, este pueblo se levanta en el horizonte del desarrollo con el esplendor y las miserias que son el timbre de la Colombia contemporánea. Pero sobre su piélago de calamidades, asoman como nunca las agudas aristas de la inconformidad popular, encrespada en estos días por la grave escasez del agua potable, que ha adquirido en los últimos meses las dimensiones de una verdadera crisis humanitaria.
El déficit tiene su origen en las incompetencias administrativas derivadas del régimen neoliberal de privatización de los servicios públicos, pero también en la expansión desordenada de Barranquilla y del casco urbano de Puerto Colombia. Grandes complejos habitacionales, educativos, comerciales y recreacionales que en tan sólo una década alcanzaron a configurar una flamante ciudadela en el llamado Corredor Universitario, al norte de su jurisdicción, coparon la capacidad del acueducto local. Pero mientras esas zonas privilegiadas disfrutan en plena crisis del servicio las 24 horas del día, los sacrificados han resultado ser los pobladores más humildes y raizales, que habitan en barrios de nombres sonoros como El Ancla, Vista Mar, Nuevo Horizonte, La Risota, Altos de Cupino. El alcalde actual se defiende de los reproches ciudadanos alegando que el nuevo acueducto, un megaproyecto articulado al desarrollo del área metropolitana, será la solución definitiva del problema.
No obstante, la gente no entiende cómo una inversión gigante que ronda los 200 mil millones de pesos, no prevea soluciones que garanticen al menos un mínimo diario de agua potable y exige soluciones inmediatas. La proverbial paciencia de los porteños llegó a su límite máximo en la pasada Navidad, cuando se vieron privados del vital líquido casi por completo, debiendo hacer guardia toda la noche, para capturar menos de 50 litros por familia, insuficientes para satisfacer las necesidades básicas cotidianas. Ese fue su triste aguinaldo, en medio de una pandemia galopante que ha dejado en la población más de 2.000 contagiados y 60 muertos.
Desde entonces, una andanada masiva de reclamos en las redes sociales y de plantones desencadenó un proceso de aglutinamiento cívico que hizo a un lado la tradicional discordia política entre los grupos dependientes de los baronazgos electorales que se disputan cada cuatro años la administración municipal. La presión social terminó por persuadir al alcalde Willman Vargas de poner en marcha una agenda de diálogo con la comunidad, restablecer el servicio en los sectores afectados e imprimirle mayor diligencia al suministro con carroanques a los barrios que no cuentan con redes domiciliarias.
Su promesa es que un tanque elevado que fue construido en la cumbre del emblemático Cerro Cupino y que forma parte del nuevo sistema de agua potable, comenzará a operar en el término de un mes, dando inicio así a una nueva época. Pero antes de que eso ocurra y se cumplan los planes de largo alcance, todavía deberán sortearse dos años más de azarosas dificultades, a lo largo de los cuales el calvario continuará. Por eso, aunque la lucha social por el derecho al agua ha entrado en un compás de espera, los porteños aprovechan la tregua para organizarse, mientras se mantienen -como dijo un líder cívico del Comité de Gestión Ciudadana- con un ojo en el gato y otro en el garabato.