Entrevista a José Alberto Tejada. “El periodismo no podrá ser jamás objetivo, neutral, lo que requiere es honradez intelectual”
“El periodista no puede convertirse en un comunicador organizacional, y no debe hacerlo porque nos acostumbramos a que el periodismo se dejó mimetizar por la comunicación, y entonces usted ve a una cantidad de periodistas que todos los días están en el puesto de mando unificado, pendientes de qué va a decir la gobernadora, el alcalde o el secretario de Despacho, y eso lo vuelven noticia, ¡pero eso no es noticia! Eso es volverme un ventrílocuo del poder y no es periodismo. El periodismo tiene que tener profundas convicciones frente al momento histórico que vive una sociedad determinada. Yo, por ejemplo, he dicho en todas partes que el periodismo que hoy estoy haciendo, es un periodismo que se hace en un balcón desde el cual estoy mirando esta realidad, y el balcón que yo escogí es el balcón de la muchachada”.
Por: Darío Henao Restrepo
José Alberto Tejada, periodista y director del Canal 2, se ha destacado por darle voz a los protagonistas del actual estallido social: los jóvenes. El cubrimiento que ha realizado de la protesta social es un periodismo en terreno, valiente y honrado. Entrevista exclusiva para La Palabra.
Darío Henao Restrepo (D.H.R.): ¿Cuál ha sido tu filosofía de cubrimiento de los hechos acaecidos en este mes de huelga como periodista?
José Alberto Tejada (J.A.T.): Nosotros en el Canal 2 tomamos la decisión de hacer contra información, porque partimos de la tesis según la cual la matriz mediática que manejan tanto los grandes medios locales y nacionales, al igual que el propio Gobierno, es una matriz que de entrada condena, estigmatiza y criminaliza la protesta social. Entonces tomamos la decisión de ir a terreno, en cuanto nos sea posible, a darle rostro y voz a esa protesta que es esencialmente de jóvenes de barriadas, y a quienes están acompañando a la comunidad. Eso es lo que hemos estado haciendo. No hemos hecho ni más ni menos: ir a que ellos digan directamente por qué están allí, cuál es su planteamiento, cuáles son sus motivaciones más profundas y cuáles son sus expectativas y sueños.
D.H.R.: ¿Qué es lo más íntimo y lo más profundo que has percibido de esta juventud?
J.A.T.: Lo primero que tengo para decir es que estoy sorprendido, porque así como creo que la pandemia cogió a todo el mundo descolocado, este movimiento, este estallido juvenil y popular nos cogió fuera de base a todos, porque los muchachos, en primer lugar, están protagonizando un estallido, una protesta, una sublevación inorgánica a cualquier tipo de aparato, y esto debe ser claro para todos. Ahí no hay partidos políticos, centrales obreras, estudiantiles, agrarias u organizaciones no gubernamentales que estén aupando esta explosión. Fueron ellos los que brotaron, seguramente, precedidos por un estado latente de insatisfacción, desahogo y desesperanza que encontró una válvula de salida. En segundo lugar, creo que los muchachos han logrado algo que para mí es mágico: el avivamiento del espíritu comunitario. En los años que tengo y en muchos eventos de masas en los que he tenido la oportunidad de participar, en algunos como espectador, en otros como participante directo y en otros como dirigente, nunca había visto tal grado de compenetración entre el entorno comunitario donde están las barricadas, y los muchachos que están en lo que ellos llaman primera, segunda y tercera línea. Como dijo Antoine de Saint-Exupéry, lo esencial es invisible a los ojos. Hay algo allí que es invisible, pero lo alcanzo a percibir como un hilo que se está tejiendo entre lo mental, lo espiritual, lo ético, lo cultural y lo aptitudinal que a todos los conecta. En primer lugar, no han usado la violencia. Por más que la matriz mediática diga que son vándalos, no han utilizado mayoritariamente la violencia, y la que han empleado es simbólica: la piedra y la cauchera. He visto muchachos tirándole a una tanqueta de la policía con una cauchera: es Pedro Picapiedra contra Terminator. Pero también he visto ollas comunitarias en donde los muchachos, los señores y las señoras, le ofrecen comida a los policías. He visto a personas del común sacando tarros con agua al andén para que los muchachos se refresquen cuando los gasean; he visto a comerciantes llevar pan y gaseosas para que se alimenten y se refresquen. A mí me han dado comida en las barricadas. Hay algo ahí. Ellos están en una ruptura cultural profunda con esa violencia a la que veníamos acostumbrados. En todos los recorridos que hemos hecho, no hemos encontrado a muchachos pidiendo plata mensual porque supuestamente es su derecho. ¡A ninguno! Todos dicen que no quieren nada regalado. Quieren oportunidades de estudio, de trabajo y de alimentación. Hay algo que me llama poderosamente la atención: muchachos que visiblemente han consumido drogas, me dicen: “Queremos oportunidades para que mi hermanito, para que nuestros niños no terminen en la drogadicción”. Hay muchachos que nos han dicho: “Aquí vienen a buscarnos para darnos 200, 300, 500 mil pesos para que vayamos a gatillar (sicariar), y no queremos más eso”. ¡Esto es lo que están diciendo los muchachos! Por eso digo que hay un hilo invisible que está rompiendo con la mentalidad del traqueteo, la mentalidad del lava perros, del nuevo rico, con toda esta cultura narco-estatal y narco-social. Los muchachos ya no quieren eso y nos reprochan a nosotros, a las generaciones mayores, que no fuimos capaces; que dijimos que éramos librepensadores y libertarios, pero dejamos que el narcotráfico se metiera hasta lo más hondo de la estructura social; que no fuimos capaces de impedir que se montará un estado neoliberal en lo económico y en lo social que ha generado una estela de exclusión. Por eso ellos están diciendo que no quieren más eso.
D.H.R.: Te he escuchado hablar muchas veces por estos días de la responsabilidad de nuestras élites empresariales y políticas en esta coyuntura. Profundicemos un poco en esto.
J.A.T.: Las protestas sociales siempre se vuelven dicotómicas: por un lado los protestantes y por el otro el gobierno. La sociedad civil se hace a un lado por cobardía, por temor, por comodidad o por intereses de parte; pero ahora, en esto que yo llamo el quiebre histórico, a la sociedad civil y a la clase dirigente (entendiendo por clase dirigente no sólo los ricos, sino también los voceros del gran capital, el periodismo, el micro, pequeño y gran empresariado, los líderes educativos de todos los niveles, la Iglesia, el sector cooperativo, los gremios de todas las naturalezas, los intelectuales, etcétera), nos tocó mojarnos. Pero para eso, tenemos que empezar a deslindar fronteras. ¿Qué quiero decir con eso? Hoy todavía la mayoría de gremios están alineados con el Gobierno y con el establecimiento político de poder, muchos por intereses de parte, otros por temor a quedar “rayados”, como dicen ellos, y entonces después se les cierren oportunidades, y algunos otros pocos por convicción, es decir, por fanatismo ideológico, pues están embebidos de que no hay nada que negociar. Yo digo: ¡nos llegó la hora! Nosotros tenemos que hacerlo, ¿pero cómo? ¡Yendo al territorio! Ya no más esa actitud arrogante de que hay que esperar a que ellos vengan aquí a los estudios del Canal; al gremio A o al gremio B; a las oficinas de la Cámara de Comercio; a las oficinas de la Alcaldía; a las oficinas de la Gobernación, al centro de episcopado. ¡No! ¡Tenemos que ir allá! Tenemos que ir a recorrer sus calles, a oler su ambiente, a sentir su cotidianidad, porque si no lo hacemos, vamos a seguir equivocados, vamos a seguir formulando, como sacadas de la manga de la camisa, recetas mágicas que nuestra miopía política y sociológica nos ponen como éstas son, cuando los muchachos están teniendo claro que no son esas porque ya no funcionaron. Ellos quieren otro tipo de relacionamiento, ya no quieren más la verticalidad del poder, ni la verticalidad de la filantropía de quienes decimos: “Bueno, yo voy ayudar, voy a abrir 50 puestos de trabajo, voy a generar una donación de no sé qué, voy a construir un polideportivo. ¡Eso no sirve para nada, señores! ¡Ese es el modelo que está deshaciéndose, derrumbándose! Ahora hay que tener humildad de espíritu. Yo le decía ahora a unos colegas con los que estaba reunido, que tenemos que aprender que ya no fuimos nosotros los protagonistas de la historia. Ahora nos corresponde ser ayudantes en la construcción de esa nueva historia. Ese es el papel que nos toca hacer.
D.H.R.: Estamos dirigiéndonos a un público juvenil universitario, y me parece que tu experiencia tiene una importancia capital, emblemática, ejemplar. Quiero que hagas una reflexión sobre lo que significa comunicar, y los retos que se nos presentan en este momento y en este contexto particular a la hora de realizar esta tarea.
J.A.T.: Es urgente diferenciar el periodismo de la comunicación. Allí hay a una confusión no sólo epistemológica (o sea, de acercamiento al conocimiento), sino también metodológica en cuanto a la formación de ese talento humano, especialmente joven, que termina confundido porque en muchas partes, obviamente con honrosas excepciones, hay muchas señales de que el comunicador se siente más cercano a la farándula y al jet set de la sociedad, que al testigo de la historia, y esto hay que entenderlo. Yo diría que una de las reformas estructurales de la educación debería ser que separen las facultades de comunicación, de las facultades de periodismo, pues no son lo mismo. Si yo soy un comunicador organizacional, debo serlo y hacerlo muy bien; pero hay que decir que soy comunicador organizacional, y que por lo tanto, me dedico a cubrir ruedas de prensa, tanto en el sector político como en el empresarial y deportivo, por poner algunos ejemplos. Eso es comunicación organizacional y es legítima. Pero ese no es periodista. El periodista no puede convertirse en un comunicador organizacional, y no debe hacerlo porque nos acostumbramos a que el periodismo se dejó mimetizar por la comunicación, y entonces usted ve a una cantidad de periodistas que todos los días están en el puesto de mando unificado, pendientes de qué va a decir la gobernadora, el alcalde o el secretario de Despacho, y eso lo vuelven noticia, ¡pero eso no es noticia! Eso es volverme un ventrílocuo del poder y no es periodismo. El periodismo tiene que tener profundas convicciones frente al momento histórico que vive una sociedad determinada. Yo, por ejemplo, he dicho en todas partes que el periodismo que hoy estoy haciendo, es un periodismo que se hace en un balcón desde el cual estoy mirando esta realidad, y el balcón que yo escogí es el balcón de la muchachada. A todo el mundo le habló desde los jóvenes, pero no porque yo me sienta intérprete de ellos, pues no soy para nada intérprete de los muchachos. Yo soy un periodista que va con micrófono y cámara a darles voz y rostro, pero voy allá porque no se los están dando. Hay mucho periodista, o por lo menos así se llaman a sí mismos, que están utilizando en los medios nacionales términos como “los vándalos quemaron, incineraron, adulteraron no sé qué”, pero no han estado en terreno, solo han estado reproduciendo comunicados oficiales. ¡Eso no es periodismo! El periodismo tiene que ser capaz de untarse de los protagonistas de la historia que está narrando. En este caso yo decidí untarme de la historia de los muchachos. Puede haber (y deben haber) periodistas que se estén untando de la “gente de bien”, pero deben decirlo. Lo que es inaceptable es que no digan desde qué balcón están contando la historia. Si un periodista dice: “Yo me la juego por Ciudad Jardín, por la clase alta o por el establecimiento”, que lo digan y que lo hagan, y nadie podrá cuestionarlos. Podremos controvertir, pero lo que sí es inaceptable es que no digan desde qué orilla están contando la realidad y nos la vendan como la visión totalizante. El periodismo no podrá ser jamás objetivo, neutral, lo que requiere es honradez intelectual. Es decir, que yo cuando esté cogiendo un micrófono, una cámara o una pluma, le tengo que decir a usted que es mi lector, mi oyente, mi televidente: “Mire, yo le estoy hablando desde esta orilla, desde aquí estoy mirando la realidad. Usted tendrá la oportunidad y la decisión legítima de estar o no de acuerdo conmigo, de complementar lo que estoy planteando o controvertirlo”. Los periodistas también tenemos, además, una tentación terrible, y es la de volvernos dizque “formadores de opinión”. ¡¿Cómo así?! ¡Nosotros no somos adoctrinadores de nadie ni de nada! Ese es un pecado esencial del periodismo. Los periodistas somos orientadores de opinión, que es distinto. No es lo mismo ser orientador que ser formador. Ser formador es demasiado pretencioso y es casi como volvernos pastores, curas, ayatolas, generales, promotores de marketing ideológico y político. ¡No! Los periodistas somos orientadores, y como somos orientadores, pues uno orienta desde la orilla donde uno está mirando. O sea que siempre será necesario decirle a nuestro interlocutor: “Yo estoy mirando la realidad desde esta ventana”. Eso es un acto de honradez intelectual.
D.H.R.: En estos días me he preocupado mucho viéndote en tu trabajo, en tu oficio, porque de todas maneras hay infiltraciones, hay ambientes muy enrarecidos. ¿Cómo es el tema de tu seguridad, y cómo ejerces con tanta valentía, con tanta entereza, con tanto rigor, como lo has dicho, en las condiciones actuales?
J.A.T.: No me esperaba que hacer lo correcto se magnificaría de tal manera como ha sucedido. Siempre he sido, periodísticamente hablando, una persona que ha asumido posición en público y en privado frente a temas de la realidad nacional. Quienes me conocen de cerca saben que yo no me pongo con rodeos, y en este mes que ha pasado toda esta ebullición social, no he hecho más que mantener mi condición de siempre: decir las cosas sin rodeos. No he hecho nada extraordinario, más que meterme allá a ver qué es lo que está pasando con estos muchachos, porque yo mismo me sorprendí. Yo dije: “¡Carajo, aquí pasa algo!”. Y lo que sí he descubierto es que hay un sujeto político nuevo que nos tiene a todos absolutamente descolocados. Entonces la verdad es que yo no he tenido mucho tiempo para pensar en los riesgos de seguridad y en lo que me pueda pasar. No me siento ni héroe, ni Superman, ni tampoco creo que yo sea un periodista excepcional. Soy un periodista que trata de ser honrado con lo que está haciendo. Posiblemente ya a estas alturas sí hay riesgos, y posiblemente yo mismo no los pueda dimensionar, también tengo que reconocerlo. Pero yo le respondo a quienes me preguntan: sí, me da miedo. Mentiría si digo que no siento miedo. Anoche mismo, por ejemplo, fui a las 10 y pico de la noche a un sitio en San Nicolás donde había muchas personas detenidas, porque la comunidad me lo pidió, porque a mí me llamaron y me dijeron: “Venga, porque tenemos temor de que personas que están allá y que vienen de las barricadas, de pronto se las lleven para otro lado. Por lo menos venga y deje la evidencia de que sí es cierto que eso existe”. Después salieron la Personería y la Policía a decir que yo estaba desinformando, que eso ya se conocía, que eso ha sido financiado por la Alcaldía. Yo no sé qué tanto hayan hecho o dicho ellos. Lo único que hice fu volverles a poner el micrófono, y se lo puse a un policía de civil, quién fue el que dijo que allí había 427 muchachos. Se lo puse a un policía que me abrió la ventana y a quién regañaron los de adentro que porque me había abierto la ventana. Filmé su desesperación, y al momentico llegaron como tres motorizadas con parejas, y llegó una patrulla de la Policía sin identificación. Pero a todos nosotros sí nos pedían identificación y filmaban las placas de los carros en los que andábamos. Es decir: la Policía, que nos debe cuidar, sí nos identifica a nosotros, pero nosotros no tenemos derecho a identificar a la Policía, y nos filman. Uno de ellos dice: “¡Este es el que nos tiene jodidos a nosotros!” Así se lo dijo un policía al resto de policías. ¡Claro que eso es un riesgo! Pero yo también lo tengo que decir con toda franqueza a los cuidados y a quien corresponda: yo no me voy a quedar callado porque ya decidí que estoy defendiendo el derecho de una juventud que está haciendo una explosión inédita en Colombia, que tiene un código ético distinto al de nosotros y que tiene una proyección de sociedad distinta a la de nosotros. Decidí darles la voz y ponerles el rostro, y no lo voy a dejar de hacer. Y si por alguna circunstancia tuviera que dejar de hacer el programa, o me tocara dejar de cubrir como lo he venido haciendo, donde quiera que yo esté, no me voy a acobardar. Esto también lo quiero dejar claro: voy a seguir haciendo el trabajo periodístico porque creo que es mi deber histórico como colombiano, ciudadano, padre de familia y periodista. Es lo menos que puedo hacer para honrar no sólo las oportunidades que he tenido de formarme y de construir o no construir el país que hoy tenemos. Cuando veo a una juventud que tiene valentía, que no es guapeza sino valentía, es decir, una carga moral que yo no la veía hace años y que a mí, en lo particular, me da mucha fuerza cuando escucho a esos muchachos, cuando ayer en la tarde, en Puerto Resistencia, entrevistó a un niño de 23 años encadenado a un poste y le preguntó: ¿Cómo te llamas?”, y me dice: “Me llamo Libertad”, y le digo: “¿Cuál es tu mensaje?”, a lo que me responde: “Yo estoy aquí resistiendo por mí, por ustedes, por los que están en sus casas y por los que no nos entienden, porque quiero un país distinto” ¡Un niño de 23 años! ¿Cómo no voy a estar yo comprometido, cuando la matriz mediática dice que esos niños son unos vándalos? ¡Así que no voy a renunciar a mi papel! Ese es el que me correspondió y lo voy a hacer.
D.H.R.: Te he visto en algunos de estos sitios y, obviamente, se corren muchos peligros por lo que sabemos, que tienen infiltrado el movimiento y todas las fuerzas, dijéramos, oscuras que se mueven ahí. Lo último que te quiero pedir es, como un cierre final, un llamado a lo que sigue después de este mes tan arduo, en el que los mismos muchachos están buscando con mucha creatividad salidas. ¿Qué piensas de esto?
J.A.T: Arropar a los muchachos. Que la clase dirigente y la sociedad civil colombiana vayan a los territorios, que vayan a conocer sus vidas, sus esperanzas, sus sueños, y que de una vez por todas entendamos que el futuro de Colombia no está en mantener el estatus quo; el futuro de Colombia está en aceptar que ellos están llamando a un quiebre histórico en lo cultural, en lo político, en lo económico y en lo social. Los muchachos, en su inmensa mayoría, para nada son vándalos, son casi niños que juegan a ponerle el cuero, como dicen ellos, a este momento, porque ellos sí tienen la valentía de soñar con un mejor país.