Editorial. Los 100 días del gobierno Petro, balance y perspectivas
Nos adentramos en un período de más mediciones de fuerza: manifestaciones y contramanifestaciones callejeras. La manifestación del 15 de noviembre, de respaldo al gobierno, es una primera respuesta al alboroto y la desorientación que la extrema derecha y sectores de derecha pretenden instalar en las calles. En consecuencia, la consigna del día estriba en salir a la calle, participar resueltamente en el debate público, preparar las movilizaciones venideras, y crear conciencia entre las organizaciones de masas y el pueblo raso de que la presencia callejera, popular y masiva, resulta indispensable. Acudir a todas partes, intervenir en todos los ámbitos, a debatir y refutar las posiciones y falsedades de la ultraderecha, a difundir las políticas y logros del Gobierno.
No pocos y muy importantes han sido los pasos concretos dados por el Gobierno Petro en sus primeros tres meses largos. El más temprano, frente al viejo modelo económico-social, lo constituyó la aprobación de la reforma tributaria. En lugar de la exención y la insignificancia de las cargas a los megarricos ─incluidos los supermagnates financieros─, la nueva tributación progresiva los gravó con sobretasas e impuesto al patrimonio. La elevación de la carga tributaria a las empresas petroleras y del carbón no sólo generará alrededor de la mitad de los $20 billones de la reforma, es también una contribución de Colombia a la brega mundial contra el calentamiento global.
En la nutrida lista de realizaciones sobresalen, entre varios otros, la entrega del presidente Petro a 50 familias campesinas de la finca que ocupó Carlos Castaño cerca de Montería, como la disponibilidad oficial de tierras para distribución entre el campesinado de más 660 mil hectáreas, la firma con Fedegán del compromiso de compra de 3 millones de hectáreas de tierra cultivable con el mismo propósito, la aprobación por el Congreso del proyecto legislativo de la política de Paz Total, la reapertura de la frontera y de las relaciones diplomáticas y comerciales con Venezuela, y la adopción en adelante para Ejército y Policía de un nuevo rasero del buen desempeño, consistente no en el número de bajas sino en vidas salvadas y en la defensa de la soberanía nacional.
Mención notable ameritan los planteamientos del presidente colombiano en la asamblea general de la ONU y en la COP27 sobre la urgencia de contrarrestar el calentamiento global, el principal problema actual de la humanidad, lo injustificable de las guerras imperialistas por hidrocarburos, y el apremiante reemplazo de la fracasada política prohibicionista en materia del tráfico de drogas.
Así haya críticas de elementos del progresismo y la izquierda, porque el filo de la reforma tributaria resultó un poco mellado y por otros motivos, conviene enfatizar que, en general, el gobierno Petro procede con arreglo al margen de maniobra que le permite la correlación de fuerzas, una política acertada y realista. No debemos ignorar que la ultraderecha y buena parte de la derecha, aún derrotadas, obtuvieron cerca de la mitad de los sufragios del total de los votantes de las pasadas presidenciales. Ni perder de vista que el poder también reside en la riqueza concentrada en una minoría oligárquica, propietaria del capital financiero y de la mayor extensión de las mejores tierras, como en el viejo control de la economía colombiana por Estados Unidos, en su prevaleciente influencia en las Fuerzas Armadas, ni tampoco pasar por alto la persistencia del influjo del uribismo en sus filas, su actitud ante el conflicto armado ni los nexos de parte de sus mandos con el narco.
Las perspectivas del rumbo del país dependerán de si el Gobierno Petro puede conducir hacia adelante las grandes tareas del desarrollo nacional y de mejoramiento sustancial de la vida del pueblo en su conjunto. Tan grandiosas metas dependen, a su vez, de modo crucial, de si los enemigos del cambio se avienen o no a un acuerdo de fondo, como ha propuesto el Gobierno Petro, para civilizar la contienda política en Colombia. Las perspectivas de nuestro rumbo como nación también dependen de que se agudicen o no las contradicciones implicadas en las relaciones entre Colombia y Estados Unidos como de la aplicación de la política global de la superpotencia. De si la relación con Washington será de cooperación, en un plano de respeto mutuo, igualdad y beneficio recíproco, o de si el gobierno estadounidense planea que continúe siendo de sometimiento de nuestro país y en provecho de la metrópoli.
Hoy por hoy, lo real es que los adversarios de las transformaciones desatan una campaña mediática y política contra el Gobierno Petro. Pretenden responsabilizarlo de la difícil situación económica y social, de crímenes e intranquilidad ciudadana, heredada del gobierno Duque y empeorada por la desastrosa ola invernal, como de los efectos inflacionarios provocados en nuestro país por la guerra de Ucrania, agravados para el mundo entero por el alza de las tasas de interés de las Reserva Federal norteamericana, afectándonos con subida del dólar y devaluación del peso.
Nos adentramos en un período de más mediciones de fuerza: manifestaciones y contramanifestaciones callejeras. La manifestación del 15 de noviembre, de respaldo al gobierno, es una primera respuesta al alboroto y la desorientación que la extrema derecha y sectores de derecha pretenden instalar en las calles. En consecuencia, la consigna del día estriba en salir a la calle, participar resueltamente en el debate público, preparar las movilizaciones venideras, y crear conciencia entre las organizaciones de masas y el pueblo raso de que la presencia callejera, popular y masiva, resulta indispensable. Acudir a todas partes, intervenir en todos los ámbitos, a debatir y refutar las posiciones y falsedades de la ultraderecha, a difundir las políticas y logros del Gobierno.
Bogotá, 15 de noviembre de 2022