Economía de mercado, pobreza y pandemia

Por Fernando Guerra Rincón

Investigador del Centro de Investigaciones del Pacífico (CEMPA)
Universidad del Valle

La pandemia de corona virus, Covid-19, que tiene aterrorizada a la humanidad, un enemigo que nadie ve, aún más dañina que cualquier guerra, una enfermedad civilizatoria o nuevos tipos de padecimientos globales (Ulrich Beck, Paidós 1998), ha puesto en evidencia los peores rasgos de la economía de mercado desregulado que rige en buena parte de los países del mundo.

Tras el objetivo de la máxima ganancia al menor costo para reportarle rendimientos exclusivamente a sus asociados, el capitalismo desregulado arrasa con la naturaleza (El Covid-19 tiene entre sus causas la inclemente deforestación a que es sometido el planeta), los niños, los jóvenes, los sistemas educativos y de salud a todo nivel, los trabajadores, mujeres y hombres, adultos mayores, ancianos; pulveriza el conglomerado social y lo convierte en una jungla invivible y tenaz. La vida, en todas sus expresiones, queda reducida a un gigantesco supermercado global donde todo es negocio y el único pegamento social es el dinero.

Una de las mayores desventajas que tiene la sociedad mundial en esta lucha a muerte contra este virus implacable y veloz es el desmantelamiento de los sistemas de salud pública y de los sistemas de pensiones para entregárselo a los conglomerados empresariales y a los pulpos financieros que convirtieron derechos en negocios.

Esta transmutación tenebrosa de convertir el derecho a la salud en un negocio ultra rentable, que pretende atender una demanda creciente con los mismos recursos, el universo de la escasez, el pilar del negocio, encontró desprotegida a la sociedad y en esta peste del siglo XXI los enfermos encuentran, en los centros médicos privados, una barrera infranqueable: el costo desmesurado de los servicios, de los medicamentos y de los insumos.  Como pasa con el gel antibacterial, el alcohol, las mascarillas, el papel higiénico, elementos básicos para el cuidado en casa para prevenir la contaminación y evitar la circulación, porque con ella también lo hace el virus.

Los aumentos han sido en general en todas las mercaderías, aprovechando el pánico que esta agresión viral ha causado a todo nivel. Un economista de esos que se consideran bien formados diría, prepotente, que esa conducta es racional, que ello obedece solo al comportamiento del precio ante un exceso de demanda. La mano invisible de la extorsión en masa.

En Estados Unidos, según el New York Times, llegaron a cobrar hasta 4.000 dólares por un test de corona virus. En España los centros privados exigen 330 Euros por una prueba y se han detectado cobros a pacientes hasta por 810 euros por confirmar o rechazar la presencia del virus. Estos cobros desmesurados e inhumanos en una crisis de tal naturaleza inhiben a los enfermos a no realizarse prueba alguna con la incidencia de que el virus se propague de manera exponencial.

Un dato ilustra el drama en la tierra de Mr. Trump quien en plena emergencia se burló del asunto y desoyó advertencias de personalidades como Bill Gates quien había advertido de la inconveniencia de arrasar con el sistema de salud pública ante la eminencia de una pandemia: la tasa de chequeo del virus fue de 26 por cada millón entre el 11 de febrero y el 03 de marzo, mientras que en Corea del Sur se llegaron hacer 18.000 test diarios.

En la lógica del mercado sin límites, donde sobrevive el más fuerte, la actual pandemia viral tiene predilección por los más débiles, los más vulnerables, los viejos sin ingresos, porque no tienen pensión o es mínima en comparación a sus aportes y sus necesidades, que se quedó enredada en este negocio sin salud pública, cercenada por las políticas de austeridad que asfixiaron los presupuestos, arrasando con centros de investigación públicos claves, hospitales, profesionales de la salud, camas, unidades de UCI, etc.

Los efectos de la política hacen que la epidemia desborde la capacidad de atención ante una curva epidemiológica pronunciada, coyuntura espeluznante ante la cual aun los mejores sistemas de salud pueden resultar insuficientes. La sociedad está expuesta. Por ello, los profesionales de la salud son los héroes del momento.

En Italia, en los últimos diez años le fueron sustraídos al Sistema Sanitario Nacional más de 37.000 millones de euros y despidieron 42.800 operadores sanitarios a todo nivel. En España e Italia hay 4 médicos por cada mil habitantes, en Norteamérica 3 y en Colombia solo hay solo 2 médicos por cada mil habitantes. Según la OCDE, en países del G7, como Estados Unidos y Canadá, el número de camas por cada mil habitantes es de 2.8 y 2.5, respectivamente. En la Alianza del Pacifico, donde está Colombia, la tasa es de 1.7 camas por cada mil colombianos.

Pero el asunto es más grave en el patio: Según la tesis de maestría en Derecho Médico de la Universidad Externado de Colombia de Jesús A. Ramírez, el país tiene los índices más bajos de América Latina y del mundo en enfermeras y enfermeros, 1.1 por cada mil habitantes, profesionales claves en la atención y en los cuidados de los pacientes de todo el sistema, siendo superados en la región por Brasil y México y por naciones más pobres que la nuestra: República Dominicana, Nicaragua, Honduras, Ecuador, El Salvador. El número de enfermeras para cuidados intensivos es más bajo aún. En importantes ciudades colombianas los hospitales no cuentan con unidades de cuidados intensivos. En importantes ciudades colombianas los hospitales no cuentan con unidades de cuidados intensivos [1]

El promedio esconde la realidad de que, en apartadas regiones del país, no existen ni centros de salud, ni médicos. En América Latina, de manos de la austeridad, las políticas prevalentes en orden a los dictados del FMI, la región gasta por persona en salud US$ 949, muy por debajo del promedio de los países de la OCDE, US$ 3.973 y menos que el Medio Oriente y África donde ese gasto es de US$ 1.420.

Las aspiraciones de una salud universal, en el marco de este modelo, choca radicalmente con los escasos recursos que les dedican los gobiernos enganchados en la falacia de la austeridad. Millones de pobres e indigentes de América Latina viven hacinados, en tal precariedad, que no tienen como cumplir las recomendaciones de aislamiento para evitar el contagio, no cuentan con agua potable, ni alcantarillado, comen mal, difícil que conozcan el gel antibacterial, es decir, en la peste de las carencias más elementales son presa fácil de este monstruo viral desatado, un campo propicio para la devastación.

Son ilustrativos los testimonios que llegan de Italia, donde este virus trasatlántico hace su agosto, en terreno abonado por estas políticas. Según Infobae, se ha elaborado en Piamonte, una región italiana en el centro de la crisis, un nuevo protocolo en el que los contagiados, adultos mayores de ochenta años en adelante, con menos probabilidades de superar la enfermedad, no son prioridad.

Con el Covid-19, la longevidad es un pasaporte a la muerte. Con los años, los males son más agudos, se ahonda la precariedad y la indefensión. Se requiere Estado protector, garantista, como con los niños, por su exigencia de mayores cuidados. En la economía de mercado desregulada son desechables. Un individuo que no produce, pero si consume no es funcional a la ganancia y a los Estados austeros que hicieron de la pensión un negocio. Cuanto más rápido se muera mejor: se quitan un costo. Muertes en soledad, aislados, en cuarentena. Sin la posibilidad de un adiós:

“Chau, papá, te fuiste solo pero nunca estuviste solo porque mi amor infinito por vos nunca de abandonó. Espero que ese corazón rojo dibujado sobre un pedazo de papel, en el aislamiento de tu cuarto, te haya dado fuerza para no tener miedo. Tu luz siempre estará en mi corazón”, le escribió Alessandro para despedir a su papa de 81 años en el Corriere della Sera fallecido en el hospital Niguardia de Milán. En este titanic viral, en los botes salvavidas de la economía de la austeridad no hay cama para tanta gente. Pragmatismo infernal de una economía despiadada.

El asunto no es nuevo, y se toca con aspectos involucrados en esta crisis. El FMI propuso bajo la dirección de Cristian Legarde en 2016, que a partir de cierta edad la gente se pague su propia pensión y que esta no sea obligación de los Estados: “Los ancianos viven demasiado y tenemos que hacer algo ya porque son un peligro para la economía”.

En síntesis, la epidemia cuestiona algunas de las más profundas convicciones de nuestra civilización, la fe en el progreso que conduce a la humanidad al control total sobre la naturaleza, la inviolabilidad de la economía de mercado donde todo se vende y que ha derribado instituciones básicas para una sociedad humana y solidaria y los cimientos básicos de la globalización, tal y como está planteada, en beneficio exclusivo de los grandes poderes. La peste nos pone frente a los límites físicos y materiales de nuestro cuerpo y de nuestro entorno más inmediato.


[1] José Fernando Hoyos y Guillermo Franco, Corona virus en Colombia: la guerra será por las camas de cuidados intensivos, La Republica, 17/03/20.

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