El doble rasero de la derecha colombiana en las relaciones internacionales

Marlon
Edición #101
Febrero 2025

El artículo presenta una crítica contundente hacia la derecha colombiana y su doble rasero en el ámbito de las relaciones internacionales, en particular en lo que respecta a la política hacia Venezuela y la influencia de Estados Unidos. Además  llama a una reflexión sobre la necesidad de nuevas alianzas y un enfoque más humano y equitativo en la política exterior de Colombia.

Por Marlon Rico Arango

Mg. en Ciencia Política
LB

Desde finales del año anterior, diferentes congresistas de ambos partidos políticos tradicionales, de Cambio Radical, el Partido de la U y el Centro Democrático, así como periodistas de las cadenas radiales y televisivas con libreto sesgado, utilizaron sus redes sociales y micrófonos para especular y, a su vez, apabullar la decisión que el Gobierno Petro tomaría para la posesión de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela.

Llegó el 10 de enero y tanto los unos como los otros acudieron a su mezquina moral para sentenciar que Gustavo Petro apoyaba la dictadura y que, según ellos, debió asumir una símil postura a la del presidente chileno Gabriel Boric o, por el contrario, debió sumarse a la pantomima mediática y pasajera que el expresidente Uribe y su séquito de lacayos llevaron a cabo en Cúcuta, en la que incluso, a pesar de que se autoproclaman como demócratas, pidieron la intervención militar por parte de la Comunidad Internacional, petición que no tuvo peso y que solo confirmó cual es la política de sangre que “enaltece” las banderas del uribismo.

Al respecto, no queda más que decir que el Presidente, en una decisión diplomática que resguarda y vela no solo por las relaciones comerciales con la República Bolivariana de Venezuela, sino por la protección de todas las personas que comparten la extensa frontera, quienes mayoritariamente fueron los que padecieron la ruptura de relaciones durante el nefasto gobierno Duque, determinó que solo asistiría el embajador de Colombia en Caracas (quien permanece allí), dejando clara su postura de que debería haber una nueva posibilidad de expresión libre del pueblo venezolano, en la que además, dicha libertad se manifestara también a través del levantamiento del bloqueo económico.

Sin duda, fue una decisión que dejó entrever un aprendizaje significativo del mal manejo de las relaciones bilaterales en el anterior Gobierno colombiano. ¿De qué sirvió romper las relaciones con el vecino país? ¿esa fue la solución para que Maduro dejara el poder? ¿el otrora rompimiento de relaciones con el país hermano afectó a Maduro o a las personas de bajos recursos económicos que viven cerca de la frontera?

Los únicos beneficiados fueron los grupos delincuenciales que operan allí y que hicieron de esa decisión un rentable negocio para aumentar sus arcas, ¿o será quizás aquello lo que prefiere la derecha colombiana? ¿trabajarán, entonces, para el beneficio de la ilegalidad?

Ahora bien, pasó el tiempo y días previos al 20 de enero, en sus redes sociales y en las mismas cadenas radiales y televisivas tradicionales, los senadores por el Centro Democrático María Fernanda Cabal y Miguel Uribe Turbay –además precandidatos presidenciales por el mismo partido– expresaban con entusiasmo y frenesí la invitación a ocupar un asiento (por cierto alejado de donde estarían los protagonistas del show central) en el edificio del Capitolio de Estados Unidos, lugar en el que se posesionaría el presidente número 47 de ese país norteamericano, Donald Trump.

El júbilo de ambos congresistas no solo evidencia que la esclavitud moderna reflejada en el “sueño americano”, no es necesariamente inherente a las clases menos favorecidas de los países del sur global, sino que ocupa un lugar importante en las agendas de muchos políticos de derecha de las naciones con economías emergentes.
A ambos personajes, una con amistades de dudosa procedencia como Rodrigo José Sarasti Guerrero –testaferro de los Rodríguez Orejuela– y José Ernesto Macías (quien afronta demandas por apropiación indebida de tierras), por tan solo mencionar algunos, y el otro, nieto de Julio César Turbay, nada más y nada menos que el líder del sangriento estatuto de seguridad y vinculado con el narcotráfico por los Estados Unidos, les llena de gracia el saludo nazi de Elon Musk durante el acto mencionado y la política canalla contra los migrantes que desde su campaña avizoró Trump.

Estos dos personajes de la política colombiana, igual que su jefe natural y sus sectarios seguidores, son los mismos que se rasgan las vestiduras por la actualidad política venezolana –la que, claro está, carece de principios democráticos y merece un cambio de Gobierno, el cual no debería estar mediado por la amenaza de la intervención militar ni por la presión de los bloqueos, que solo hacen que Maduro se atornille aún más en el poder–, pero a su vez, observan con beneplácito las medidas autoritarias y represivas del presidente estadounidense, en las que no solo queda en vilo la libre competencia comercial sino, y fundamentalmente, el trato y los derechos humanos de las personas, incluyendo una gran cantidad de sus connacionales.
La derecha colombiana guarda silencio, y por ende, ve con buenos ojos que quienes salieron de este país en búsqueda de oportunidades laborales y quizás un mejor futuro para sus familias, sean devueltos en condiciones indignas y tratados como delincuentes, sin importar que al interior de los grupos de migrantes deportados haya infantes que aun durante este proceso inhumano han presentado cuadros de desnutrición.

Personajes como Polo Polo, JP Hernández y partidos como Cambio Radical, ignorados por Musk, solicitaron públicamente a la red social X cerrar la cuenta del presidente Petro, porque por allí el mandatario exige un trato digno y el respeto por los derechos de todos/as los migrantes. Una vez más fallan los representantes políticos de la derecha colombiana, pues dicen defender la democracia, pero pretenden callar a quien libremente puede expresarse y máxime si es en defensa de la dignidad de miles de personas cuando incluso muchos de ellos, son seguidores de quienes ahora guardan un silencio cómplice frente a este acto de crueldad.

Hoy esa misma derecha colombiana, que hipócritamente dice defender el bienestar del pueblo venezolano pero, que realmente explotan laboralmente, estigmatizan y discriminan a la diáspora de ese país establecida en el nuestro, comulga con las políticas fascistas de Trump como la idea de apropiarse “temporalmente” de la Franja de Gaza (obviamente aplaudida por Netanyahu), la suspensión del Fondo USAID, el traslado de migrantes a Guantánamo y en general su trato desmedido e indigno, la guerra comercial con China, Canadá y México, que en un mundo globalizado como el actual, no solo afectará la economía de esos países, sino que traerá más miseria, principalmente a regiones como la latinoamericana.

La única excusa de la derecha, que no es más que una plutocracia hostil que históricamente ha generado desigualdad social, violencia y la desaparición de quienes luchan por un país diferente, es que Estados Unidos es el receptor del 30% de nuestras exportaciones y por ello debemos permanecer bajo su yugo incesante y aceptar cuanta condición quieran ponernos, así como callar frente al abuso excesivo y la vulneración de los derechos humanos a los colombianos que, huyéndole al país que esa misma derecha ha construido, se establecieron o buscaban hacerlo en los Estados Unidos.

Empero, este momento de coyuntura política y económica a nivel mundial, contrario a lo que pretende la derecha nacional que es seguir doblegándose al poder estadounidense, poniendo por encima de las personas a las mercancías, debería ser aprovechado por Colombia –y en sí por los demás países latinoamericanos– para acercarse paulatinamente a otros mercados internacionales que también requieran de nuestros productos, siendo uno de ellos la BRICS, pues, este bloque económico (conformado por Brasil, Rusia, La India, China y Sudáfrica) que concentra el 30% del PIB y casi la mitad de la población mundial, no solo es una alternativa comercial importante para las economías emergentes, sino que, es una oportunidad para acceder a créditos internacionales menos asfixiantes –a través del Nuevo Banco de Desarrollo– que coadyuven a un crecimiento económico de los históricamente desfavorecidos y le den inicio al desprendimiento de la dependencia económica que siempre ha caracterizado la relación entre Colombia y Estados Unidos.

Claro está que este no sería un proceso fácil ni rápido, ni tampoco exigiría romper relaciones con los Estados Unidos, aunque seguramente, con el autoritarismo de Trump acolitado por la derecha colombiana, traería repercusiones principalmente arancelarias pero, es el momento para dar un paso hacia la descolonización.

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