Del Acuerdo de París a la Cumbre Climática de Glasgow
Y ya que todos los medios de comunicación anuncian que se ha precipitado la campaña presidencial de 2022, coincido con la pregunta que públicamente hace a los candidatos presidenciales el académico Manuel Rodríguez Becerra, exministro de Ambiente, en su habitual columna en El Tiempo: ¿Qué opinan de la meta prometida por el presidente Duque de disminución de la emisión de gases efecto invernadero en 51% para 2050?
Por Yezid García Abello
Secretario (e) del Partido del Trabajo de Colombia (PTC) / 10 de diciembre de 2020
En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre cambio climático, celebrada en Francia en diciembre de 2015, se firmó por 195 países el Acuerdo de París, donde los gobiernos asumieron el compromiso de disminuir drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), especialmente dióxido de carbono (CO2), principal responsable del aumento planetario de la temperatura. Este Acuerdo reemplazó el Protocolo de Kioto de 1997, que no pasó de ser un mensaje de alerta, con muy poca recepción del auditorio mundial sobre el peligro ambiental que acecha la humanidad.
El compromiso global del Acuerdo de París de 2015 es que la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) permita que la temperatura del planeta en el siglo XXI no se incremente más allá de dos grados centígrados en relación con la temperatura de la época preindustrial. Sin embargo, según el informe de Naciones Unidas sobre la “Brecha en las emisiones de 2020”, publicado en este diciembre, el mundo se enfila a un aumento de la temperatura cercano a los tres grados centígrados, muy por encima de lo estipulado en el Acuerdo de 2015, lo cual sería catastrófico. Además, la decisión de Trump de sacar del Acuerdo a Estados Unidos, que es el segundo país contaminante (13% del total), es un fuerte golpe a los objetivos comunes y al futuro de la humanidad.
La pandemia obligó a postergar un año la siguiente cumbre climática que ahora deberá celebrarse en Glasgow, Escocia, en diciembre de 2021. Ante la gravedad que implica que si no se renuevan los compromisos ni se disminuyen en serio las emisiones de gases efecto invernadero, ni se comprenden las palabras del Papa Francisco de que “ha llegado el momento de un cambio de rumbo para no robarle a las futuras generaciones la esperanza en un mundo mejor”, Naciones Unidas, Reino Unido y Francia organizaron de manera virtual el pasado 12 de diciembre la Cumbre de Ambición Climática 2020, que registró en medio del pesimismo por el incumplimiento de las metas, avances importantes. El primero, las palabras del presidente electo de Estados Unidos Joe Biden, de regresar al Acuerdo de París, tan pronto como se posesione en enero, y el segundo, el anuncio de China, el mayor contaminante con 27% de las emisiones totales, de comprometerse que en 2060 alcanzará la neutralidad de carbono. El tercero, el anuncio de Europa de reducir para el año 2030 el 55% de sus emisiones frente a las del año 1990.
La neutralidad de carbono se presenta cuando el total de emisiones netas de gases de efecto invernadero es igual a cero. Y las principales formas de obtenerla son: la utilización de energías renovables y limpias, que no tengan emisiones de dióxido de carbono (CO2); retirando gases de la atmósfera con campañas de siembra de árboles; pagando compensaciones a países poco industrializados a través de los llamados bonos de carbono o subsidiándoles la protección de sus selvas y bosques y la siembra de centenares de millones de árboles.
En la intervención hecha en la Cumbre para la Ambición Climática 2020, a nombre de Colombia, el presidente Iván Duque anunció el compromiso nacional de reducir en 51% para el año 2050 las emisiones de gases de efecto invernadero. La mayoría de los ambientalistas y los expertos en el tema en el país se preguntan cuáles serán las estrategias oficiales para cumplir semejante compromiso si se insiste en las energías de combustibles fósiles y el fracking, la explotación minera indiscriminada y la deforestación de selvas y bosques. Hasta ahora no se han anunciado, y lo que está sobre la mesa es la negativa oficial y de la bancada del partido de gobierno y sus aliados de ratificar el acuerdo ambiental de Escazú, que fue firmado desde el año anterior por Guillermo Fernández de Soto, representante permanente de Colombia ante Naciones Unidas. Este acuerdo tiene el mérito de ser el primero sobre el tema ambiental en América Latina y el Caribe, y el primero en el mundo que contiene disposiciones para proteger la vida y la labor de los ambientalistas. Pero si no se logra que 11 países de América lo ratifiquen en sus parlamentos, dormirá, como tantas otras iniciativas progresistas, el “sueño de los justos”.
Y ya que todos los medios de comunicación anuncian que se ha precipitado la campaña presidencial de 2022, coincido con la pregunta que públicamente hace a los candidatos presidenciales el académico Manuel Rodríguez Becerra, exministro de Ambiente, en su habitual columna en El Tiempo: ¿Qué opinan de la meta prometida por el presidente Duque de disminución de la emisión de gases efecto invernadero en 51% para 2050? Esa respuesta, el compromiso con las energías renovables, la contención a la deforestación, el freno a la minería y al fraking, la protección del agua, los páramos, la fauna y la flora, el transporte con base a energías limpias, serán temas ineludibles en el debate político. Lo que se juega para Colombia y la humanidad es demasiado importante.
Bogotá D.C., 15 de diciembre de 2020