‘Grabar imagen de negros bailando libera a gobernantes de su responsabilidad’ Entrevista a Alfonso Múnera

Una de las explicaciones más difundidas en las últimas semanas por los alcaldes de Barranquilla y Cartagena, Jaime Pumarejo y William Dau, pasando por la gobernadora del Atlántico Elsa Noguera, hasta el Gobierno Duque, ha sido la de que las altas cifras de contagio en el Atlántico -que concentra una tercera parte de las personas muertas en todo el país- obedecen a que reina la “indisciplina social”. Para complejizar lo que parece una mirada simplista de la realidad, la Silla Académica entrevistó a Alfonso Múnera, profesor de la Universidad de Cartagena y exembajador de Colombia ante Jamaica entre 1999 y 2003. Múnera es un gran estudioso del Caribe.

Por Natalia Arbeláez Jaramillo
Tomado de lasillavacia.com / 28 de junio de 2020

Una de las explicaciones más difundidas en las últimas semanas por los alcaldes de Barranquilla y Cartagena, Jaime Pumarejo y William Dau, pasando por la gobernadora del Atlántico Elsa Noguera, hasta el Gobierno Duque, ha sido la de que las altas cifras de contagio en el Atlántico -que concentra una tercera parte de las personas muertas en todo el país- obedecen a que reina la “indisciplina social”.

Para complejizar lo que parece una mirada simplista de la realidad, la Silla Académica entrevistó a Alfonso Múnera, profesor de la Universidad de Cartagena y exembajador de Colombia ante Jamaica entre 1999 y 2003. Múnera es un gran estudioso del Caribe. Es autor del libro “El fracaso de la nación: región, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1810)” y co-editor de “La ciudad en tiempos de epidemias. Cartagena durante el siglo XIX e inicios del XX” que compiló ensayos de estudiantes de la universidad. Múnera relata en esta entrevista cómo las epidemias han marcado la historia del Caribe y también su lugar en la construcción de la Nación, de una forma que no dista mucho de las ideas sobre lo que está pasando actualmente con el coronavirus en esa parte del país.

La Silla Académica: En varias historias hemos contado lo duro que está pegando en el Atlántico el coronavirus, pero no parece ser algo inédito. Usted dice que al Nuevo Mundo lo inauguraron las epidemias que entraron por El Caribe tras el segundo viaje de Colón...

Alfonso Múnera: La epidemia es connatural a los encuentros entre los mundos, es casi inevitable que se generen problemas cuando poblaciones, que por milenios no han tenido conocimiento unas de otras, se encuentran: no han desarrollado un sistema inmunitario.

La llegada de los españoles fue una catástrofe. La Conquista trajo consigo la intensa explotación de los indígenas, el desplome de sus instituciones y la reducción, en algunos casos casi desaparición, de su población, siendo una de las causas las epidemias. Al principio, esto se asoció con la maldad del conquistador. Hoy tenemos análisis más equilibrados. Los españoles no trajeron la viruela, el sarampión o la fiebre, deliberadamente, sino que venía con ellos.

LSA:El alto contagio del Atlántico se ha relacionado con la pobreza de muchos de sus habitantes. Usted habla de los contextos sociales en que históricamente se dan las epidemias y va más allá de las condiciones materiales para plantear una relación con el estado anímico de las personas y su efecto en el sistema inmunológico...

A.M.:Las poblaciones indígenas no encontraban dentro de su cosmovisión una explicación para el encuentro repentino con los españoles. El caballo, por ejemplo, en algunas crónicas de la época era para los indios un animal monstruoso, y los españoles una suerte de dioses. En esa línea, el historiador francés, Tzvetan Todorov, en su conocido libro “La conquista de América. El problema del otro”, ha sostenido que la Conquista causó también el derrumbe espiritual de los indígenas relacionado con la derrota de sus dioses. La perplejidad frente a que millones de personas terminaran siendo sometidas por un grupo muy pequeño tuvo un efecto depresivo en los indígenas, que contribuyó a su sometimiento.

LSA:Y ¿cómo se relaciona esto con el sistema inmunológico?

A.M.:Es algo que no se comprobó científicamente en esa época, pero hago esa relación con base en los conocimientos actuales que tenemos sobre que el estado anímico de las personas, la depresión, influye en sus defensas. Tras la Conquista hubo una práctica generalizada de suicidios en las poblaciones indígenas y esclavas para no someterse ellos mismos ni a sus hijos a la explotación brutal, eso habla claramente de cómo se sentían. Los que subsistieron tuvieron además un desbalance en su nutrición producto del sometimiento a horas y horas de trabajo y a los cambios profundos en su dieta. En ese clímax, las epidemias fueron devastadoras. En México se calcula que debía haber 20 millones de habitantes a la llegada de los españoles. A finales del siglo XVI había millón y medio. En República Dominicana, Cuba, a lo largo del Caribe en general, prácticamente desaparecieron.
 

Esa realidad va a ser permanente. En el Caribe las epidemias siguieron manifestándose cíclicamente como parte de nuestro paisaje: epidemias y guerras civiles serán grandes males del siglo XIX. Las epidemias no actúan en un vacío sino en un contexto social de condiciones de vida muy desfavorables, probablemente acompañadas de decaimiento anímico, de angustia -exteriorizada aún de maneras contradictorias como podrían ser las fiestas en algunos casos-, que pueden redundar además en defensas bajas en el organismo.

LSA: Cartagena fue percibida como una tierra enferma -fue la fama en general de las costas-. Hoy de nuevo las cifras no ayudan y hay una narrativa de la indisciplina social de las principales ciudades del departamento ¿qué hay en el trasfondo?

A.M.:Los estereotipos siempre tienen algún sustrato de verdad, no se construyen sólo a partir de la imaginación. Lo que pasa es que la imaginación ayuda a alterar esa base real para otros fines.

En mi artículo “Caldas y la imagen de la Nación”, relato cómo la idea del "Sabio Caldas", un científico aplicado, de que hay territorios dotados para la civilización y otros que no, donde crecen seres inferiores, marcó la construcción misma de nuestra Nación. Este párrafo de uno de sus ensayos más famosos “El influjo del clima sobre los seres organizados” ilustra claramente lo que estoy diciendo y resuena con la idea de “indisciplina social” de los costeños tan difundida con la pandemia:

“Estos (las mezclas que crecen en los Andes) son más blancos y de carácter más dulce (...) aquí no hay intrepidez, no se lucha con las fieras … los bienes de una vida sedentaria y laboriosa están derramados sobre los Andes … unos principios de moral y de justicia, una sociedad bien formada y cuyo yugo no se puede sacudir impunemente. Un cielo despejado y sereno, con aires suaves... ha producido costumbres moderadas y ocupaciones tranquilas. El amor, esta zona tórrida del corazón humano, no tiene esos furores, esas crueldades, ese carácter feroz del mulato de la Costa. … El morador de nuestra cordillera se distingue del que está a sus pies por sus caracteres brillantes y decididos”.

Esta idea del "Sabio Caldas" es tomada de Georges-Louis Buffon, uno de los fundadores de la ciencias naturales europeas, quien tuvo el desafío de explicar las diferencias que había entre el hombre europeo, a quien había estudiado en detalle, y el que se encontraba en África o en América. Buffon era un católico ferviente que creía en la unidad del ser humano: si Dios creó al ser humano no creó a tres hombres diferentes. La forma como resolvió científicamente el problema fue argumentando que los africanos y los americanos sufrían una degeneración al enfrentarse a la naturaleza -que empieza a tener connotaciones morales-, a unos climas que la producen.

Las ideas del "Sabio Caldas" y -antes de Buffon- fueron replicadas durante todo el siglo XIX y calaron en nuestro imaginario hasta hoy. Tenían un fundamento en todo caso.

La mayor dificultad para construir el Canal de Panamá, por ejemplo, fue la fiebre amarilla. Con los descubrimientos del médico cubano Carlos Juan Finlay empezaron a ser controladas en el siglo XX, pero antes causaron la muerte de muchos ingenieros y capataces franceses que al pasar de climas secos y fríos al trópico sufrían esa fiebre.

La tremenda ironía es que la gran hecatombe de los pueblos indígenas la causaron los españoles que venían con las enfermedades, pero lo que queda en la memoria son los territorios enfermos de América, es decir, las costas.

Ahora llegó la pandemia del coronavirus. En Bogotá ha habido descontrol en muchos barrios, el más sonado ha sido Kennedy, pero la imagen que circula es la de los costeños bailando que no tienen disciplina.

LSA: Usted dice que esa idea de las tierras enfermas fue determinante en que Bogotá tuviera más legitimidad para establecerse como el centro gubernamental. ¿Por qué?

A.M.: Cartagena fue la ciudad más poderosa durante la Colonia, era el centro económico, tenía el grupo de comerciantes más rico, y militar, tenía el Ejército. No era el centro político, eso sí, que desde el siglo XVI era Bogotá por ser un lugar más seguro ante el temor que tenían los españoles a los piratas y a los corsarios franceses e ingleses que llegaban por el mar Caribe, incluso era un lugar más seguro para conservar los papeles. Cuando la disputa se resuelve con la Independencia, hay una reelaboración muy fuerte de la idea de Caldas a partir de la cual la gente andina aparece dotada de una superioridad natural.

Él estaba de acuerdo con Buffon en todo, excepto en que no pudiéramos aspirar a la civilización si teníamos territorios templados tan parecidos a los de la civilización europea, como los andinos.

Lo que pasa es que también tenemos lo “otro”, según Caldas, los trópicos de mulatos “libidinosos”, “inmorales”, y esa idea va a dominar el siglo XIX y va a ser importante hasta el día de hoy cuando se repite por diferentes razones.

LSA: Usted habla de dos libros. “Los juicios secretos de Dios” y uno de jóvenes investigadores de la Universidad de Cartagena que usted editó: “La ciudad en tiempos de epidemias” y a partir de ellos establece varias constantes con respecto a lo que está pasando hoy. ¿Cuáles son?

A.M.: Como siempre no se pueden hacer traslaciones mecánicas, pero hay varias constantes.

Una que parece ser muy clara, no solo en el contexto del Caribe colombiano, sino como una forma de comportamiento generalizado de las epidemias, es que golpean sobre todo a las gentes más pobres. Si te colocas en la gran epidemia de la peste negra en el siglo XIV, que mató por lo menos un tercio de la población europea, encontrarás que seguramente incidió en todos los sectores sociales porque las ciudades eran en su mayoría sucias, no había alcantarillado, los residuos eran mal manejados y además no se conocía el origen de la enfermedad ni cómo combatirla. Pero desde el siglo XIX empieza a haber un contraste real entre las condiciones de vida de la gente más pobre y miserable, y la de los sectores privilegiados, algo que se va acentuando con el tiempo.

El general Joaquín Posada Gutiérrez, que es quien describe mejor la epidemia del cólera de 1849, que fue la más terrible y que le sirvió a García Márquez para su novela “El amor en los tiempos del cólera”, dice que debieron morir cerca de 2500 personas, entre un 20 y 25 por ciento de la población, directamente por la epidemia, cifra que aumentó además con la hambruna.

Pero no golpeó a todos por igual. Así lo reconoció el General. De hecho, García Márquez en su novela se refiere a la preocupación que tenía el médico Juvenal Urbino de que la epidemia llegara a las casas altas, del centro colonial, donde había habido muy pocos casos. En la pandemia actual en la que el aislamiento social es fundamental para combatirla, las personas pobres tienen muchas desventajas.

LSA: ¿Cómo cuáles?

A.M.: Cuando las epidemias arrancan son muy destructivas porque la gente no sabe cómo defenderse de ellas y cuando ya hay algún conocimiento, la información no fluye de la misma manera, no fluye con la misma claridad en los sectores más pobres.

Pero, además, saber cómo defenderse no es garantía.

Lo que pasó el miércoles pasado lo pone en evidencia: se fue la luz en casi toda la Costa Caribe. Mientras en los barrios de clase media alta llegó al cabo de tres horas, 4-5 p.m., en los estratos socioeconómicos bajos, la luz llegó hasta por la noche y al día siguiente seguían todavía sin agua varios de ellos ¿cómo te vas a lavar las manos en esas condiciones?, y hay barrios enteros que no tienen agua nunca o solo por horas y les toca ir a arroyos a recolectarla.

Me pregunto ¿Cuál es el factor que más incide entonces en el contagio en esos barrios pobres?

Volviendo a las constantes, hay otra interesante y es que las epidemias sacan lo mejor y lo peor del ser humano, y entre lo mejor están las muestras de solidaridad.

En la cólera de 1849, en Bogotá varias personas recolectaron ayudas para enviar a Cartagena y hubo un grupo de teatro que se presentó en el Colón con ese fin. Varios médicos también, como Vicente García, prestaron sus servicios para atender a la población más pobre.

La otra constante que mencionaría es la del estado anímico que ayuda a que en un punto las epidemias se profundicen. Una de las epidemias más fuertes que sufrió Cartagena fue la de la viruela en 1822 y se dio en una ciudad devastada y arruinada después de que el reconquistador español, Pablo Morillo, la hubiera sitiado en 1815 causando la muerte de cerca de un 30 por ciento de la población.

Las condiciones extremas en que viven muchas personas en los barrios pobres de Cartagena, Barranquilla, pero también de Bogotá, Cali o Medellín, los hace más propensos a estados de angustia que pueden contribuir a que no haya una respuesta más “disciplinada” de la ciudadanía, para usar el término de moda.

LSA: En efecto, el alcalde Dau constantemente le ha exigido a la gente “no ponerse a pendejear saliendo”. El alcalde de Barranquilla Jaime Pumarejo y la gobernadora Elsa Noguera no se han quedado atrás. Ésta ha criticado que para cerveza sí tengan plata… el Gobierno Nacional habla de falta de cultura ciudadana...

A.M.: La disciplina implica aprendizaje, es el esfuerzo sistemático por conducirse con base en unas normas y se usa como uno de los elementos para distinguir el grado de maduración de una ciudadanía, es una cuestión civilizatoria: hay un mejor ejercicio de ciudadanía colectiva en la medida que hay una mayor disciplina social.

Pero la disciplina social también ha significado en muchos casos violentar normas culturales de muchos pueblos sometidos para imponer hegemónicamente otras culturas.

Baste recordar las Misiones del siglo XIX que buscaban que los indígenas por la fuerza abandonaran su condición de “salvajes”. Lo mismo se hizo con los pueblos afro: desde el siglo XVI se les prohibió el tambor porque producía un sonido demoníaco desconociendo que era un instrumento religioso que se usaba para invocar a los dioses.

En el momento actual, lo que se desconoce es que la “cultura ciudadana” no nace del aire: un buen ciudadano es aquel que tiene un trabajo y un ingreso estable que le permiten ordenar su vida; si tiene que rebuscarse para asegurar el sustento propio o de su familia, no puede pensar en “forma disciplinada” porque la vida sencillamente no se lo permite. La disciplina supone un elemento de estabilidad.

Hablamos además de familias enteras -la abuela, los papás, tres-cuatro hijos, uno de ellos con su esposa y su hijo- que viven en 44 metros cuadrados, muchas veces sin ventilación con el calor y la humedad espantosas de Cartagena o Barranquilla.

¿Cómo les exigimos desde la comodidad de nuestras casas, espaciosas, con aire acondicionado y seguramente con balcón, que se queden en las suyas?

LSA:Por lo mismo usted dice que hablar de la cultura de los caribeños tiende muchas trampas. La Silla ha registrado que en Barranquilla y Cartagena, los barrios más afectados son los más pobres. Sin embargo fiestas ha habido tanto en barrios pobres como en barrios de estrato alto como Bocagrande… ¿Hay algo que explique eso desde la cultura de las personas del Caribe?

A.M.: De ninguna manera estoy aplaudiendo la situación que estamos viviendo en el Atlántico pero lo que de forma simplista llaman “descontrol” tiene explicaciones más complejas que escapan a los estereotipos.

El baile es central a la cultura afrodescendiente, tiene connotaciones religiosas, era una forma de comunicarse con los dioses, y para los caribeños es parte de su rutina diaria. El clima nos empuja, además, a la calle.

Es difícil convencer a las personas del Caribe, que han hecho fiestas toda la vida, que ahora, en medio de circunstancias agobiantes y como una forma de desfogue, no las puedan hacer.

Ya decía García Márquez que las personas en el Caribe eran tristes y que recurrían a la música como una forma de tramitar esa tristeza.

Pero eso no tiene nada que ver con inferioridad, indisciplina o incapacidad de controlar los impulsos o las emociones que es la construcción mental que se ha hecho de los costeños.

Es una expresión cultural.

A los bogotanos nadie los culpa porque al menos, en los setentas, no les gustara y no supieran bailar aunque dicho sea de paso, cada vez más la ciudad se ha convertido en un gran laboratorio de la nacionalidad colombiana, se llenó de todo el país: se ven más pieles, fisonomías y se oye música en muchos lugares.

LSA:El fin de semana pasado fue noticia un entierro en Malambo, Atlántico, uno de los lugares con mayor contagio, en el que las personas abrieron el ataúd de alguien que había muerto por coronavirus. ¿A usted qué le dice esa escena?

A.M.: Además del de Malambo, esta semana me compartieron otro video, no sé exactamente dónde es, si Cartagena o Barranquilla.

Es también de un entierro en el que hay varios jóvenes afro alrededor bailando en lo que parece una reactualización de unos viejos rituales africanos en los que se cantaba y danzaba alrededor de los muertos para facilitar el encuentro con los dioses.

En los registros de la peste bubónica de 1340-1350, la más grande que azotó a Europa en el siglo XIV y que inspiró a Boccaccio para escribir uno de los relatos de "El Decamerón”, se cuenta que fueron comunes las orgías, incluso en los cementerios, como reacción a la idea de que había llegado el fin del mundo, lo que generó ansias de disfrutar la vida intensamente, por encima de cualquier cosa.

Son respuestas frente al miedo por el riesgo de muerte colectiva y no son privativas de las clases sociales bajas.

¿Por qué no se juzga de la misma manera a la gente que salió corriendo a amontonarse en las playas en California o en las piscinas en Missouri?

Necesitan grabar en la imaginación de la gente la imagen de los negros bailando y eso pareciera que liberara a los gobernantes y la sociedad en general de la responsabilidad por tener una pésima infraestructura hospitalaria, de servicios públicos, de vivienda, de educación, que se remonta, además, a décadas de corrupción.

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