La romantización del azúcar: Un cañazo histórico en el valle del Río Cauca

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Edición #100
13 de noviembre, 2024

En el valle del Río Cauca, entre los Departamentos de Cauca, Valle y Risaralda, las ciudades han crecido bajo la monarquía cañera que simula ser constitucional, pero es absolutista, y ha aplastado todo intento de libertad o autonomía, defendiendo la posesión de lo que considera sus territorios.

Por Teresa Consuelo Cardona G.

Docente, investigadora y poeta cucuteña, hija adoptiva de Palmira
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Jorge Isaacs describe en su novela María, las tierras del Valle del Cauca de mediados del Siglo XIX, con una belleza que casi se puede acariciar. En sus muchas páginas dedicadas al paisaje exuberante, hace mención de vastas haciendas rodeadas por campos de cultivo y flanqueadas por colinas verdes que dan cuenta de un lugar idílico con jardines llenos de flores, árboles frutales y una atmósfera de paz que, francamente, contrasta con los acontecimientos dramáticos que se estaban presentando en la Colombia de la época. Se había disuelto la Gran Colombia y se formalizaba la República de la Nueva Granada (un cambio que no fue dulce), sometiendo el país a constantes enfrentamientos entre bolivaristas y santanderistas. Es necesario recordar que la Provincia de Popayán, a la que pertenecían estas tierras de Isaacs, se mantuvo leal a la corona española por mucho tiempo, aunque ya hubiera avanzado el proceso de independencia. Mientras María esperaba anhelante los besos lejanos de Efraín, se desarrollaba la Guerra de los Conventos y la puja por el poder estaba en su apogeo entre los liberales que intentaban la separación de iglesia y Estado y los conservadores, que querían un Estado confesional.

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Evidentemente no estamos frente a una novela histórica, sino una romántica. Eso está claro. En términos de economía, podemos deducir del texto de Isaacs, que las haciendas de los años 1830 al 70, eran propiedades extensas, con grandes casas señoriales que reflejaban la riqueza y el estatus de sus propietarios y en los que se desarrollaba una gran actividad económica y social, donde la vida giraba en torno a la agricultura, principalmente el cultivo de la caña de azúcar. Isaacs nos da cuenta del espíritu idealizado de una época aparentemente marcada por la convivencia armoniosa y la conexión íntima con la tierra, dirigida por una aristocracia de hacendados nobles y bondadosos. Ignora todo lo demás mostrando, por ejemplo, a las personas esclavizadas como una parte integral del paisaje sin describir las escenas violentas propias de la época y convirtiendo la omnipresencia de la esclavitud en la vida cotidiana, en un hecho que, aunque triste, es aceptado. Tal vez por ello, Efraín estuvo a gusto con que su padre le hubiera dado la libertad a Nay, aunque ese gesto en nada cambió que ella hubiera tenido que quedarse a trabajar en la casa de la hacienda hasta su muerte. Tampoco le cumplió la promesa de devolverla a África.

La evolución de esa visión romántica de inmensas alfombras verdes, hacendados aristocráticos, la aceptación social de la esclavización de personas y mucha riqueza y progreso concentrado en pocas manos, ha llegado hasta el Siglo XXI, habitando el subconsciente colectivo de los pobladores del Valle geográfico del Río Cauca que se extiende por 3 departamentos. Ese éxtasis idílico mantuvo a la academia silenciada por muchos años, bajo la avalancha de justificaciones que estuvieron a punto de subsumir la realidad de la región bajo la falacia del paisaje cultural de la caña. Pero hasta la romantización más literariamente consagrada, tiene sus límites. Diversas organizaciones, comunidad científica, y uno que otro gobernante, rompieron el embrujo y alzaron la voz para denunciar semejante disparate, antes de que fuera propuesto en la COP16. Cuando se levanta la alfombra de la caña tendida por 226.000 hectáreas, se puede ver debajo, un acumulado trágico.

Por un lado, las precarias condiciones laborales de los corteros; por otro, los efectos ambientales como el uso intensivo del agua y, además, los devastadores impactos sociales, como la pobreza extrema y el hambre generada por la inseguridad y la dependencia alimentaria.

Las consecuencias de los monocultivos, cualquiera que sea el producto sembrado, se han probado científicamente en todos los territorios que los padecen. El más visible es el impacto en la tierra, al agotar los nutrientes del suelo, porque una sola especie de planta extrae siempre los mismos nutrientes de manera constante, lo que lleva a la degradación del suelo, la pérdida de fertilidad y la erosión. La desnutrición de la tierra suele atenderse con fertilizantes químicos para mantener la productividad, ocasionando contaminación del suelo y del agua. Donde hay monocultivos no hay un hábitat variado necesario para que muchas especies puedan sobrevivir, y ello generalmente, ha llevado a la pérdida de biodiversidad. Los insectos polinizadores encuentran menos recursos y sus poblaciones se ven afectadas causando un detrimento en la polinización de otras plantas. Los monocultivos son más susceptibles a la propagación de enfermedades, que exige el uso intensivo de pesticidas, tóxicos para otras formas de vida y contaminan el medio ambiente. Esas condiciones que se dan en torno al monocultivo afectan directamente la salud de las comunidades y las limita a una disminución sensible del acceso al agua, disminución de oxígeno, la desecación de humedales, la conversión de suelos fértiles en desiertos, la invasión de pavesa por la quema de caña, la ruptura de la relación inter-sistémica de los territorios y como consecuencia, la falta de comida para humanos y otras especies.

También los científicos sociales han focalizado sus observaciones en los conflictos que se generan en torno a los monocultivos, como el desplazamiento interno de comunidades porque el uso que se le da a la tierra no deja espacio para el cultivo de comida y, tal como lo dicen los campesinos, “de la caña no se hace sancocho”.

El romanticismo es un movimiento cultural europeo que se desarrolló entre el Siglo XVIII y XIX, el mismo tiempo en que se instaló la caña en el Valle del Río Cauca, a miles de kilómetros de distancia. Según varias definiciones, el Romanticismo prioriza las emociones y la subjetividad, liberando a la literatura de las restricciones de la razón y la lógica predominantes en la Ilustración. Los románticos encuentran en la naturaleza una fuente de inspiración y consuelo, viéndola como una manifestación de lo sublime y lo divino. Las descripciones exuberantes y detalladas de paisajes naturales en la literatura romántica reflejan un anhelo por lo infinito y lo inefable. Aunque en Europa el movimiento romántico avanzó hacia la crítica de la sociedad industrial y los valores burgueses, promoviendo ideales de libertad y autenticidad, y los escritores románticos solían rebelarse contra las normas y convenciones, buscando la verdad en la pasión y la intuición, en torno al Río Cauca ese aspecto del romanticismo no se conoció. La idea idílica de un Valle romántico quedó inmortalizada en la novela María y el bambuco de Rodrigo Silva y Álvaro Villalba, Mirando al Valle del Cauca:

Paisajes que se duermen en tu río,
palmeras, que abanican su verdor,
¿Cómo no recordar el paraíso?
María, Efraín, su gran amor.
Luciérnagas fugases en la noche,
Magnolias que regalan suave olor.
Al cielo van bordando las estrellas,
la luna sale ya e ilumina el balcón
de la hermosa caleña, bella por tradición. 

Después de María, el panorama literario del Valle del Cauca se vistió de violencias políticas, racismo, narcotráfico y mucha salsa, y en ninguna de esas historias, la caña tuvo nada que ver. Otra vez, posiblemente desde otros géneros literarios y periodísticos, romantizamos la realidad, tal vez ignorando el hecho de que la industrialización de la caña en los contextos neoliberales, es una forma de violencia que mata, despoja, desplaza, enajena derechos, acapara tierras y agua, perpetúa ciclos de pobreza y marginación mediante la explotación humana y reprime con apoyo del estado o del paramilitarismo. La combinación de estos factores ha creado un entorno de violencia estructural y directa que debilita el tejido social y minimiza las oportunidades de desarrollo sostenible para las comunidades locales. Y nada de eso suena muy romántico.

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En el valle del Río Cauca, entre los Departamentos de Cauca, Valle y Risaralda, las ciudades han crecido bajo la monarquía cañera que simula ser constitucional, pero es absolutista, y ha aplastado todo intento de libertad o autonomía, defendiendo la posesión de lo que considera sus territorios. Los gobernantes de pequeñas poblaciones son como los esclavos domesticados y las comunidades son como María, que sienten un amor triste que se consuela con una mezcla de migajas y esperanzas, para mitigar el infortunio de su trágico destino.


 

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