La Mojana: un país posible
Amena crónica en la que el autor, en compañía de Juan Guillermo Garcés, el colombiano que más sabe de la Mojana y de su hijo Marc, hace una cruda radiografía de la situación de pobreza, abandono y desperdicio en que se encuentra la región de La Mojana, extenso territorio que se extiende por cuatro departamentos y con el cual es posible resolver no solo la vida de millones de compatriotas sino además aportar a la meta de la autosuficiencia alimentaria.
Por Fernando Guerra Rincón
En compañía del científico Juan Guillermo Garcés, el colombiano que más sabe de la Mojana y de su hijo Marc, un explorador del espacio y de la vida, estimulado por el actual drama que viven sus aproximadamente quinientos mil habitantes, quienes desde agosto del 2021, permanecen inundados por el desbordamiento del río Cauca en el punto conocido como Cara de Gato, en el municipio bolivarense de San Jacinto del Cauca, emprendí un viaje de estudio y profundización por esta región encantada, con un multifacético y rico acervo cultural, que toca los departamentos de Sucre, Bolívar, Córdoba y Antioquia.
Cuatro culturas distintas, realidades socio económicas diferentes y un común denominador: un pasado de relativa prosperidad basado en su riqueza hídrica y en la admirable tenacidad, alegría e imaginación de sus gentes; con un enorme potencial agropecuario, desaprovechado por el deterioro ambiental y un deficiente ordenamiento territorial agravado por la preeminencia de la minería ilegal; la presencia de cultivos ilícitos y los ejércitos irregulares que origina esta actividad; la ganadería intensiva, la concentración de la tierra; la falta de estado.
Salimos de Medellín en una poderosa cuatro por cuatro que hizo posible la travesía, por la vieja, sinuosa y peligrosa carretera que une la capital de Antioquia con Caucasia, donde termina un país y empieza otro: la costa caribe colombiana.
Después de escalar a Ventanas, por tramos dentro de la niebla, bajamos buscando el río Cauca, con el espectáculo del valle interandino al costado derecho de la vía, metido entre las cordilleras emergidas hasta llegar a Tarazá, parte de la Mojana ampliada, donde la destrucción de la minería en los territorios se muestra hasta Caucasia y el río reciente la contaminación del mercurio y la espesa sedimentación que genera la actividad aurífera que contribuye de forma grave al deterioro del eco sistema hídrico de la Mojana.
La minería, establecida desde los tiempos de la Conquista en el Bajo Cauca, en El Bagre, Zaragoza, Nechí, Caucasia, fue fuente de acumulación de capital junto a la actividad cañera y ganadera en la Mojana, que propició posteriormente el desarrollo del cultivo del arroz y su industrialización, lo que dio origen a un intenso tráfico fluvial que se movía entre Barranquilla, Magangué, Guaranda, Nechí, Caucasia, Ayapel y Zaragoza.
Numerosas familias extranjeras atraídas por esa intensa actividad y el afán de riqueza se radicaron en esas poblaciones y contribuyeron con su tenacidad y visión de negocios al progreso de la región y a su cultura. Hubo extranjeros, entre quienes se destacan los sirios libaneses, en Magangué, Majagual, Achí, Guaranda, Sucre, Ayapel.
Pernoctamos en Caucasia, capital del Bajo Cauca antioqueño, donde confluyen situaciones críticas que propician escenarios de violencia e intranquilidad en la región. Hoy los municipios del Bajo Cauca y el noroeste antioqueño son el centro de intensos movimientos de mineros artesanales que agitan la vida social a orillas del río Cauca, donde este afluente maravilloso empieza su viaje hacia el delta fluvial de la Mojana, para conformar una región privilegiada para la producción agrícola del país que pasa por Nechí, toca a Guaranda, poblado que ve al frente, pasando el Cauca, ahora recostado a Puerto Pajon, la Serranía de San Lucas, con crecientes cultivos de coca, hasta llegar a Magangué, viejo puerto sobre el río Magdalena que acusó mejores días como centro arrocero y comercial[1] de toda la Mojana y que sufre, como nadie, su abandono y el del río Grande de la Magdalena. En 1962, Magangué tenía 22 molinos de arroz que absorbían un promedio anual de 100.000 toneladas de arroz paddy que procedían de la Mojana y el bajo Magdalena.[2]
A partir de la década de 1950, la mayoría de las grandes casas comerciales de Magangué desaparecieron, debido al decaimiento que sufrió la navegación a vapor por el río Magdalena lo que produjo una reducción drástica de todas las actividades agropecuarias y comerciales, situación que aún pervive en el siglo XXI.
La noche fatídica del 19 de enero de 1961 se quemó el David Arango en las muelles de la Albarrada de Magangué, el más bello barco que surcó jamás las aguas del río Magdalena, por el que viajó la ilusión, el amor y el desengaño, la codicia de los viajeros y el espejismo de los aventureros.[3]
Era otra Colombia, otra Mojana. Magangué y la Mojana son un antes y un después del incendio del David Arango. Hoy, La Mojana, el Bajo Cauca y el noroeste antioqueño, son una mezcla explosiva de minería ilegal, coca, ejércitos irregulares, abandono y pobreza. Un reflejo del atraso general del país y de la súper dependencia de fuentes extractivas, riqueza mortal, en los tiempos que corren.
Si la minería de oro fue una fuente de acumulación de capital en la Mojana y el Bajo Cauca, en el siglo XIX y parte del XX, hoy es su némesis: su tragedia. No eran tiempos de cambio climático acelerado. Según la Contraloría General de la Republica el 85% del oro que exporta Colombia es de origen ilícito.[4]
Entre 2002 y 2021 el precio del oro en el mercado mundial se ha incrementado en un 434%, sin embargo, las empresas mineras pagan impuestos irrisorios en comparación con el enorme daño ambiental que causan aguas abajo del río Cauca, es decir, en toda la Mojana. Debería pensarse en un impuesto compensatorio para resarcir en algo a las poblaciones de la Mojana por las externalidades negativas que les causa esta actividad extractiva.
Si bien Colombia contribuye muy poco a la emisión de Gases Efecto Invernadero en el contexto de la crisis climática planetaria, la destrucción de la naturaleza en esta parte de la geografía colombiana es notable, dañina en exceso. Y de esa actividad depredadora viven miles de colombianos. Es urgente, justo y necesario, buscar las formas de legalizar la minería ilegal y darles salidas democráticas a esos compatriotas. Es urgente recuperar el control territorial absoluto del estado. Nada le sirve más a la Mojana, al Bajo Cauca y al noroeste antioqueño, como el éxito de la política de paz total. La suerte de la Mojana es un asunto central de la nación.
Colombia ocupa el puesto 18 en el ranking de países que más producen oro en el mundo, pero igualmente su tasa de ilegalidad es la más alta del planeta. El 65% de la actividad aurífera tiene un origen ilícito, según UNDOC. El oro y la coca se trasmutan, con ventaja para el oro conforme a las coyunturas de los precios en el mercado mundial. Hoy es más rentable el oro que la coca. Y el oro es legal. Transita por los aeropuertos sin problemas. Con su corolario: la inmensa contaminación y destrucción que causan. El país está al borde de una masacre ambiental.[5]
De Caucasia madrugamos para Nechí y de allí hacia Caro de Gato por una carretera imposible que comunica las poblaciones de Nechí y San Jacinto del Cauca, Bolívar, donde nos topamos con la Hacienda Santa Anita que cultiva 500 hectáreas de arroz al pie del rompedero del mismo nombre y con obras de mitigación que nunca han servido. En la hacienda nos encontramos con Jorge Contreras Torres, un ingeniero civil que se la ha jugado por la Mojana y no ha emigrado a otros territorios porque conoce la Mojana como el que más, un territorio que ha sido su vida.
Jorge ha ejercido como Secretario de Planeación de Nechí y nos habla de las enormes potencialidades de la Mojana si los distintos gobiernos nacionales que han sido, hubieran habilitado el progreso de la región con obras de infraestructura vial, carreteras, que sean transitables en todas las épocas del año.
Nos habla de la importancia de intervenir los ocho kilómetros de la vía terciaria entre Nechí y San Jacinto que propiciaría un cambio radical en las condiciones de vida de sus habitantes. Así como la pavimentación de la vía Colorado-Nechí de 13.5 kilómetros de extensión. Bien vale la pena incluir estos trayectos en el Plan Nacional de Desarrollo con la Transversal de la Mojana y/o en los 33.102 kilómetros de vías terciarias, de vías para la paz.[6]
El contraste, o la comprobación de esta afirmación, lo encontramos en la vía San Marcos-Majagual-Achí-Guaranda, que recorrimos al día siguiente y que nos devuelve otra vez al río Cauca, en las dos últimas poblaciones. En Majagual observamos el Caño Mojana, un canal fluvial fundamental en el desarrollo y el comercio de la Mojana durante el siglo XIX por donde se acortaban las distancias entre las poblaciones antioqueñas de Zaragoza y Nechí en el Cauca, y las de Sucre y Ayapel en el San Jorge y entre Magangué y Barranquilla en el Bajo Magdalena.[7]
Esta carretera es una vía en excelente estado, pavimentada, que hace de terraplén, que separa las zonas inundables de las zonas aptas para la siembra de arroz que ha vivido un resurgimiento gracias a esta. San Marcos-Majagual-Achí-Guaranda, conforman un distrito arrocero de enormes posibilidades y funcional a la seguridad alimentaria objetivo estratégico del gobierno nacional y consignada en el Plan Nacional de Desarrollo.
La Mojana es un delta interior único en Colombia del cual hay pocos en el mundo, no comprendido en su complejidad geológica, lo que ha llevado a lo largo de los años a soluciones incorrectas no compatibles con la naturaleza, al desperdicio de cuantiosos recursos públicos, a prolongar el sufrimiento de sus esforzados habitantes, porque las intervenciones realizadas hasta hoy en el territorio no han solucionado el problema de las inundaciones en sus planicies de subsidencia, una herencia de la historia de la tierra.
Un Delta es un accidente geográfico formado en la desembocadura de un río, en un lago o en el mar a través de sedimentos que deposita la corriente. El Delta está compuesto por un cumulo de brazos fluviales formados por los sedimentos que transporta el propio río. Los deltas se cuentan entre las zonas más productivas para la agricultura en el mundo.
Tierra fértil, fundamental para volver a sembrar e industrializar el campo. Con una característica: son muy frágiles a la acción antrópica de la actividad humana. Es la Mojana colombiana, “una región gigantesca y misteriosa, más llena de agua que de tierra, habitada por garzas que llegan por las tardes y fantasmas que salen de noche”.[8] Los colombianos que la habitan y la aman, merecen que le habiliten el progreso para aprovechar su enorme potencial y convertirse en la despensa agrícola de Colombia, que le devuelva su antiguo esplendor.
[1] El cultivo del arroz está ligado intrínsecamente a la historia cultural de toda la Mojana. Ver: Bernardo Ramírez del Valle y E, Rey Sinning, La Mojana, población, poblamiento y conflicto social. Costa Norte, editores Colombia, Pag.125. 126, 127.
[2] María M. Aguilera. Magangué puerto fluvial bolivarense. Banco de la República, 2002. Pág.22
[3] El David Arango, un buque incendiado, El Universal, Gustavo Tatis Guerra.
[4] Explosivos y fuego: la arremetida oficial contra el oro ilegal en Colombia, El Tiempo, 5 de febrero de 20203, Pág. 1,13
[5] El 85% del oro que exporta Colombia es ilegal, El País de Madrid, septiembre de 2022.
[6] Apuestas en infraestructura por 84.8 billones de pesos, El Tiempo, 28 de febrero de 2023, Pág.1.8
[7] La Mojana, obra citada, Pag.111.
[8] Juan Gossain, La Mojana, tierra del diluvio, El Tiempo, 12 de junio de 2013.