Hecho en China 2025

Por Pascual Amézquita

PhD en economía 

Finalizando el primer año del siglo XXI, en diciembre de 2001, la muy renuente República Popular China ingresó, por fin, a la Organización Mundial del Comercio, OMC. Desde que se estableció la OMC en 1995 Occidente inició una fuerte campaña para presionar al país asiático a que ajustara ciertas políticas económicas para ingresar a la Organización (abolir medidas proteccionistas, permitir la devaluación de su moneda, acabar con las subvenciones a las exportaciones, entre otras). Sin darle mayor gusto a tales exigencias finalmente China tramitó el ingreso.

El marxismo plantea un axioma en cuanto al comercio exterior: es la forma a través de la cual las potencias capitalistas se apropian de la plusvalía producida en los países atrasados. Es bajo esta premisa que las potencias de Occidente, resuelto el obstáculo que significaba la Guerra Fría, impusieron al planeta un nuevo modelo, el Consenso de Washington, obligaron a los países atrasados a abrir sus fronteras y presionaron a China a hacer lo mismo.

La política de desarrollo china

La dirigencia china infirió que para poder obtener los máximos beneficios del comercio exterior debía primero fortalecer su economía interna a través del fortalecimiento del capitalismo de Estado, que Deng Xiaoping robusteció al máximo luego de la muerte de Mao. Era aprender y repetir el proceso que tuvieron en los siglos anteriores las potencias de hoy, Reino Unido, Estados Unidos, Japón o Alemania. Es decir, los chinos entendieron que si salían a la arena mundial a disputar en la esfera comercial sin tener la suficiente fuerza económica, estarían abriendo las puertas a que la plusvalía producida por los millones de chinos (que adquiere la forma de ahorro interno en las cuentas nacionales) terminara en manos de sus competidores externos.

Una buena medida del esfuerzo está en la lógica que se percibe en los planes quinquenales de desarrollo de la época de Deng y sus sucesores y que alcanzaría su máxima expresión en el eslogan “Hecho in China 2025” que puede entenderse como el cálculo de que para ese año de 2025 estarían listos para entrar a la arena de los gladiadores. Mientras tanto había que exhibir un bajo perfil.

Hecho en China 2025 fue lanzado públicamente en el año 2015, si bien su contenido puede rastrearse en años anteriores en los planes de desarrollo, en particular con el décimo, que se inició en el año 2000. En síntesis se trata de consolidar la industria moderna y fortalecer la infraestructura, a través de gigantescas inversiones en ciencia y tecnología y en los medios de comunicación y transporte como los trenes bala y redes de internet súper rápidas. Todo ello se ha venido consolidando en lo que se conoce como la tecnología G5 que implica una serie de novedosos aparatos y de la red que transporta la información. Esto sin abandonar el continuo mejoramiento de sectores “antiguos” como el del acero, la petroquímica, el automotriz o el de la química, para no hablar del aeroespacial.

Un nuevo vaquero en la Casa Blanca

Así, si nos atenemos a la consigna, parece que el gobierno chino calculó que promediando la próxima década estaría listo para competir de tú a tú con su rival.

Sin embargo la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos marcó un viraje en las relaciones de la potencia mundial con sus aliados, con sus neocolonias y con China. No es este el lugar para dilucidar si las políticas de Trump obedecieron a una bien pensada estrategia o al repentismo del personaje, pero lo evidente es que cuenta con un significativo respaldo entre sectores dirigentes de la economía y la política gringa, que han logrado engrosar sus billeteras, y amplios sectores populares que han caído en la trampa tendida a través del miedo a fantasmas tan imposibles como el de la llegada del “castrochavismo” a la Casa Blanca.

En cuanto a la política exterior, hay que anotar que no es la primera vez, ni siquiera en tiempos recientes, que la Casa Blanca violenta públicamente a sus aliados para que actúen de acuerdo con sus intereses a costa de los propios, a nombre de la pelea contra un enemigo común. En el año 1985, bajo el gobierno Reagan, obligó a sus aliados, Francia, Alemania y Japón, a importar más mercancías gringas y a disminuir sus exportaciones, y a manejar sus monedas de manera tal que permitieran el fortalecimiento de la economía gringa luego de la crisis de comienzos de esa década. Este episodio se conoce como el Acuerdo Plaza. El argumento geopolítico de fondo fue la necesidad de contener a la segunda potencia de ese entonces, la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS. Hoy el alineamiento a punta de improperios es contra China.

Con el tacto de un vaquero del medio oeste Trump decidió salirle al paso a los planes chinos, y es evidente que está logrando crearle problemas. Mientras la tasa de crecimiento del PIB gringo se mantiene en leve ascenso (con tasa de desempleo muy baja), la economía china ha venido desacelerándose. En la relación exportaciones-importaciones China es más débil pues, por ejemplo, sus exportaciones a Estados Unidos aunque son mayores en dólares que sus importaciones, están concentradas en menos productos. De ahí que sea más fácil a los gringos golpear a los chinos con sus medidas arancelarias. De igual manera, las importaciones chinas de Estados Unidos son más importantes para su economía que las de Estados Unidos respecto a China no en cuanto a su precio sino en cuanto a su utilidad económica.

La geopolítica Huawei

Como ha sido puesto de relieve por numerosos analistas, el bloqueo a Huawei desde diversos ángulos (prohibición de venderle componentes claves en su fabricación y del software para su funcionamiento, veto al uso de su tecnología para las redes G5, detención en Canadá de la hija del fundador, entre otras) no es simplemente al celular sino a la posibilidad de que China logre consolidarse como el primer productor de las tecnologías derivadas de la incipiente cuarta revolución industrial. La apuesta china era lograrlo para el año 2025, de manera que hoy podría decirse que está a punto de perder el partido a pocos minutos del pitazo final.

Otro tanto puede decirse sobre lo que se conoce como la nueva Ruta de la Seda, un ciclópeo plan de infraestructura que se extiende a lo largo de unos sesenta países (trenes, puertos, carreteras, oleoductos y gaseoductos, fibra óptica, internet vía satelital) para controlar el comercio mundial, también está a medio camino. Grandes puertos como el de Gwadar en Pakistán, o canales como el de Kra en Malasia, súper trenes en el oriente africano o la utilización del Amazonas para su comercio, han absorbido multimillonarios recursos pero les falta el empujón final. Hoy China es el mayor socio comercial con 124 países del mundo, buena parte de ellos atrasados, en tanto Estados Unidos lo es de 56, empezando por los más ricos, los europeos.

El cumplimiento o aplazamiento del ultimátum de Trump de que las sanciones a Huawei recaerán con toda su fuerza en agosto próximo (incluido el veto para su uso en varios países europeos y en neocolonias como Colombia) permitirá dilucidar si efectivamente China necesitaba aún de un lustro para lanzarse a la arena o si lo hará ya corriendo con los riesgos. Todo parece indicar que en el mejor estilo de su milenario juego, el go, pedirá un alargue.

Un buen punto de referencia es ver las guerras en los pasados veinticinco años en torno a los sistemas operativos de los computadores o en los buscadores. Después de que se lanza uno nuevo al mercado (asumiendo para la comparación que hoy ya los chinos tengan el reemplazo de Android y otros de uso mundial) pasan varios años antes de que logren desplazar al antiguo. O también sirve de referencia la velocidad a la cual la moneda de la potencia nueva desplaza a la de la vieja, como ocurriera en el tránsito de la libra esterlina al dólar. Son cambios que se toman su tiempo. Hecho en China 2025.

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