Algunas características psicológicas del fascismo como proyecto político

Fascismos
Edición #71
Noviembre de 2020

La historia no se repite, nunca es igual un proceso del presente a otro del pasado. Pueden existir similitudes o parecidos, pero cada época trae sus afanes, angustias y situaciones. En la actualidad asistimos a la aparición de elementos propios del fascismo por todo el globo, que no constituyen de por sí una situación idéntica a la del desarrollo de los fascismos de los años 30 y 40 en Europa, pero que sin duda nos hacen rememorar tan complejos procesos políticos. La educación represiva o autoritaria, produce individuos particularmente aptos para proyectos políticos que reivindican esas características. Acostumbrados a reprimir sus opiniones y sentimientos, este tipo de personajes hicieron que los delirantes proyectos fascistas tuvieran un apoyo abrumador, basando sus políticas en la obediencia absoluta al líder mesiánico y salvador, y en una insolencia y crueldad inhumana con el “otro”.

Por Esteban Morales Estrada
Magister en Historia y docente 

En el año 1987, cuando el Magazín Dominical de El Espectador tenía un importante nivel intelectual y un papel central como difusor de una cultura universal dentro del país, apareció un texto muy interesante para intentar entender el mundo de hoy. El artículo, escrito por uno de los más importantes filósofos de la segunda mitad del siglo XX colombiano (particularmente activo en las décadas del 80 y 90) llevaba por nombre: Cultura y barbarie: la dimensión política del narcisismo[1]. Su autor, Rubén Jaramillo Vélez, relacionaba varios aspectos centrales para entender el fascismo alemán y sus atrocidades, enfocándose en una visión psicológica[2] de gran interés, para analizar un presente donde los fantasmas del autoritarismo desembozado y acrítico regresan por todas partes.

La historia no se repite, nunca es igual un proceso del presente a otro del pasado. Pueden existir similitudes o parecidos, pero cada época trae sus afanes, angustias y situaciones. En la actualidad asistimos a la aparición de elementos propios del fascismo por todo el globo, que no constituyen de por sí una situación idéntica a la del desarrollo de los fascismos de los años 30 y 40 en Europa, pero que sin duda nos hacen rememorar tan complejos procesos políticos, por la figuración de algunos elementos similares a los que se presentaron hace poco menos de un siglo.

¿Cómo podemos evitar la aparición de esos elementos fascistas en nuestra realidad? ¿Qué hacer para fortalecer la lucha contra esas tendencias, que, como presencias espectrales, regresan nuevamente al contexto cotidiano[3]?

En un primer punto, podemos traer a colación el papel de una educación crítica y humanística para contrarrestar las tendencias fascistas. La educación autoritaria, que busca reprimir y acostumbrar al niño a obedecer irrestrictamente a sus mayores, sin retroalimentación o explicación, causa en el menor represiones que se proyectarán más adelante por medio del resentimiento y la agresión a los “otros”, a los “demás”. En este punto, retoma Jaramillo Vélez las características o elementos de la “pedagogía negra”, expuesta por Alice Miller en su texto Por tu propio bien.

En definitiva, según la perspectiva expuesta por Rubén Jaramillo, la educación represiva o autoritaria, produce individuos particularmente aptos para proyectos políticos que reivindican esas características. Acostumbrados a reprimir sus opiniones y sentimientos, este tipo de personajes hicieron que los delirantes proyectos fascistas tuvieran un apoyo abrumador, basando sus políticas en la obediencia absoluta al líder mesiánico y salvador (que todo lo sabe y lleva a cabo un proyecto grandioso), y en una insolencia y crueldad inhumana con el “otro”: llámese judío, comunista, gitano, socialista; que disimulaba la propia insignificancia, los profundos resentimientos y las debilidades. En ese sentido, señala Jaramillo que el individuo que en su educación infantil se acostumbra a seguir acríticamente “leyes no escritas y renunciar a sus sentimientos, obedecerá con tanta mayor rapidez las leyes escritas sin hallar protección alguna en sí mismo. Pero como el ser humano no puede vivir totalmente sin sentimientos, se unirá a grupos en los que sus sentimientos, hasta entonces prohibidos, sean aprobados o incluso estimulados”.

Otro elemento de primer orden, tiene que ver con la importancia de la “herida narcisista”. El fascismo en Alemania, fue una vía de escape para una inmensa acumulación de contradicciones. El nazismo se constituyó entonces como una “fuga hacia adelante”, luego de una crisis profunda de inflación, desclasamiento, hambre, problemas de posguerra, y limitaciones de todo tipo. La revancha, el desquite y la grandeza recobrada de Alemania, sin duda se constituyó en otro elemento central de la entrega de los individuos a la multitud acrítica y voluntariosa del nazismo.

Adicionalmente, Jaramillo Vélez explora otra vía de análisis bastante interesante en torno a la importancia de la propaganda en estos regímenes fascistas. La antinomia entre cultura y propaganda, impone una fricción fundamental que desemboca en un desprestigio del ideal burgués del individuo autónomo y único, reemplazándolo, por medio de eslóganes y campañas publicitarias efectivas e impactantes, por un individuo dócil y acrítico. Dichas campañas buscaban como eje central y fundamental, “elevar a la persona aislada, atomizada, abstracta e impotente, al recordarle que, al precio de su renuncia a la dignidad de hombre libre y autónomo pertenece a una raza de señores que subyugarán en su provecho a todos los otros pueblos”. Lo anterior se resume en la existencia de una especie de pacto entre el líder supremo, y los que lo siguen: a cambio de la renuncia total a la individualidad, la persona adquiere su entrada en un grupo con una misión histórica, que lo hace ser parte de algo.

Finalmente, señala el filósofo colombiano un aspecto central en lo que tiene que ver con lo que podríamos llamar aspectos psicológicos del fascismo. Dicho elemento tiene que ver con la idea de “semi-cultura”. El provincialismo y la ignorancia de los más importantes líderes del nazismo alemán, se vio matizada por la seguridad e irresponsabilidad de sus concepciones (que se relacionan con el tema de los eslóganes y tiene mucha actualidad con la pos-verdad). A pesar de intentar tener un “aire de enterado”, y hacer parte de la comunidad y el prestigio social, el nazi promedio, no hacía más que defender una “pseudocultura” que lo ubicaba ante los demás como alguien con conocimientos sólidos, fijos y relevantes, pero que en el fondo no hacía más que escudar y disimular su desconocimiento por medio de su poder.

Sin duda, Rubén Jaramillo presenta importantes elementos en este texto. Si bien no es viable construir modelos psicológicos generales y totalizantes, es indudable que ciertos elementos enunciados aquí tienen plena validez para analizar el fenómeno del nazismo, pero también pueden verse desde la luz del presente. Temas como la importancia de la propaganda, la igualdad o equivalencia asumida por muchos en torno a verdad y propaganda, la recepción acrítica de noticias falsas creadas con intencionalidad de confundir y criticar sin crítica seria, la preponderancia de la pseudocultura y sus seguridades inamovibles (basta ver a Trump y Bolsonaro con sus aseveraciones anticientíficas, propias de un charlatán iletrado, que con plena seguridad vociferan normalmente), la relación entre una educación (tanto institucional como familiar) autoritaria, violenta e impositiva y las tendencias de proyectar por medios insospechados en “otro”, dichas imposiciones, supresiones y represiones, como mecanismo de revancha y evasión; la tendencia de ser dócil con los superiores y tiránico con los inferiores socialmente, entre muchos elementos, cobran gran relevancia para analizar la realidad mundial y local.

Como cierre, cobra una vital importancia la educación crítica y respetuosa de la individualidad, la educación que enseña a reflexionar y no a obedecer acríticamente, la formación de ciudadanos capaces de dirimir entre el océano de falsa información, que opten por el argumento antes del ataque, que toleren las diferencias y las valoren como parte de la cotidianidad, entre muchos más elementos. La clave es la educación, y en ese sentido hay mucho trabajo por delante, ya que es una prioridad el fortalecimiento de la misma en el país.

Notas:

[1]Rubén Jaramillo Vélez, “Cultura y Barbarie. La dimensión política del narcisismo”, en Magazín Dominical (del Espectador) n° 236 (1987). 

[2]Respecto a este enfoque, Max Horkheimer hace una crítica a la “concentración exclusiva en los fenómenos y explicaciones psicológicos”, ya que dicha visión o perspectiva, “es unilateral y relativista”, sugiriendo que “el análisis social representa un correctivo necesario del psicologismo”. Ver: Max Horkheimer, “Enseñanzas del fascismo”, en Sociedad en transición: estudios de filosofía social (Editorial Planeta-Agostini), pág. 130. 

[3]El caso concreto de EE. UU. y el auge de toda una variopinta multitud de grupos es ilustrativo. Ver: Fernando Herrera Calderón, “De la penumbra al primer plano: sobre la ultraderecha estadounidense en la era de Trump”, Revista Común (octubre de 2020).

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