El real objetivo de la ofensiva mediática contra el presidente Petro

salva el pueblo
Edición #98
Agosto 2024

En nuestro país, cualquiera puede constatar la realidad de la campaña mediática contra el Gobierno Petro: la avalancha de noticias y propaganda incesante, abiertamente hostiles a sus ejecutorias y a su proyecto político, que por radio, televisión y prensa bombardea día y noche a los colombianos.

Marcelo Torres Benavides

Secretario General del Partido Del Trabajo de Colombia

Sobre la campaña contra Petro, la no tan nueva modalidad del “golpe blando”, su origen y utilización

No, la campaña mediática que se adelanta contra el actual Gobierno no se reduce a la consabida oposición rutinaria y habitual en los gobiernos del establecimiento. Va mucho más allá: se trata de una campaña política enfilada a deponer, a derrocar al presidente Gustavo Petro.

En ese empeño, las actuaciones delictivas confesas de Olmedo López y Snyder Pinilla, reveladas a raíz del escándalo de los carrotanques de la UNGR, brindaron incomparable ocasión para escalar a un nivel de intensidad sin precedentes dicha campaña, que procede sin ambages con el objetivo inmediato de desbaratar las filas superiores del Gobierno para vincular al insuceso al mismo presidente de la república. 
    
Debe ponerse el acento en que esta campaña ofensiva, aunque reviste múltiples formas y se libra en diversos escenarios, tiene como modalidad principal su carácter mediático. Es la manifestación del acusado rasgo adquirido por la dominación capitalista y sus aliados en la era de la llamada sociedad de la información, en la cual este dominio, no obstante seguir reposando en últimas en la fuerza, procura asegurarse el consentimiento de las clases dominadas mediante el control diario de la información y la elevación previa de los valores del capitalismo neoliberal a la categoría de pretendidos axiomas o “consensos” sociales.

Sobre todo, dado el considerable costo político adverso que terminaron teniendo los golpes de Estado de los años sesenta y setenta (en Brasil, Chile, Argentina, y Uruguay, por ejemplo), traducido en el repudio universal y la condena a los cabecillas de dichos golpes y, en especial, al inocultable apoyo y organización de estos por el gobierno de Estados Unidos. Fue un hecho que a pesar del aura de gran estadista de Henry Kissinger, estrella de la administración norteamericana en la época de la Guerra de Vietnam, sucesivas informaciones sacaron a flote sus secretos manejos en el golpe de Estado de Pinochet en Chile, al igual que su participación en la coordinación del llamado Plan Cóndor adelantado por aquel entonces por las dictaduras militares del Cono Sur, revelando que el flamante asesor de seguridad y luego secretario de Estado gringo quedó en aquel tenebroso asunto con las manos bastante manchadas de sangre, al igual que su superior, el presidente Nixon.

En línea con esta finalidad de conseguir el respaldo de las propias clases y sectores a la dominación y explotación que las agobia, se buscó entonces darle un manto de legalidad, una adecuada indumentaria “democrática” al derrocamiento de gobiernos de izquierda u opuestos a los intereses imperialistas norteamericanos. Surgió así la técnica del golpe blando, para evitar las reacciones adversas del público.

Se buscó entonces darle un manto de legalidad, una adecuada indumentaria “democrática” al derrocamiento de gobiernos de izquierda u opuestos a los intereses imperialistas norteamericanos. Con tal propósito, conseguir el respaldo de las propias clases y sectores a los protagonistas de dichos golpes, a los continuadores de  la dominación y explotación que las agobia, se convirtió en la prioridad a satisfacer. Agencias de los gobiernos norteamericanos como los tanques de pensamiento y las fundaciones privadas creadas por iniciativa de las grandes corporaciones, se empeñaron en la tarea. Surgió así la técnica del golpe blando, para evitar las reacciones adversas del público. 

El golpe blando: antecedentes y surgimiento

Se tiene como el antecedente más temprano de lo que mucho después se llamaría “golpe blando,” el golpe de Estado en Irán de 1953, cuando la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) organizó la Operación Ajax, una serie de protestas callejeras en Teherán que propiciaron el derrocamiento  del  presidente nacionalista de Irán, Mohammed Mossadegh. Sin embargo, fue mucho después, ante la condena universal contra los golpes de Estado con pólvora y sangre, como quedó dicho, que surgió la necesidad de revestir de apoyo popular o ciudadano los golpes de Estado fraguados por los gobiernos estadounidenses y ejecutados por sus cómplices, las camarillas gobernantes de distintas latitudes en todo el mundo. La respuesta a dicha necesidad, fue presentada y empezada a poner en práctica entre la comunidad de inteligencia militar norteamericana a mediados de la década de 1980.  La elaboró un postgraduado egresado de Harvard, el sociólogo y politólogo Gene Sharp, con un método consistente en la ejecución de una secuencia de fases mediáticas dirigidas a impactar la opinión pública en favor del derrocamiento de un determinado gobernante. Autor de numerosas obras, entre ellas su manual “De la dictadura a la democracia”, y “Como empezar una revolución”, desgranan el catálogo de recetas o procedimientos   para tumbar un gobierno.

En la actualidad, el método combina técnicas de comunicación avanzadas, sicología de masas y acciones políticas y de sabotaje económico dirigidas a impactar la opinión pública empujándola en el sentido de estimular todo descontento e insatisfacción, generalizar una percepción de incertidumbre, desconfianza e inseguridad, y tendiente a provocar pánico social. De modo que cuando se juzgue oportuno organizar y financiar protestas públicas  que le den un carácter “social” al descontento previo al momento culminante de toda la operación, el golpe de Estado, haya sectores de la población dispuestos a la movilización para contribuir a consumarlo. 

Ya en 1985 la OTAN había encargado un estudio al susodicho Gene Sharp, después publicado. La ocasión para el debut del método en adelante denominado “golpe blando” fue en 1989, cuando la CIA encargó al artífice de este su aplicación práctica nada menos que en China. Fue durante las protestas conocidas como  de la Plaza de Tien anmén de 1989, una prueba temprana del golpe blando que terminó en el fracaso. En 1990, Sharp trabajó con el coronel Reuven Gal, psicólogo jefe del ejército israelí (más tarde asesor adjunto de seguridad nacional de Ariel Sharon y quien dirigió  operaciones diseñadas para manipular a jóvenes israelíes no judíos). Sharp y Gal –es decir, Estados Unidos e Israel– establecieron programas de formación para jóvenes activistas de derecha a través de fundaciones y Ongs de distintos lugares del mundo, con el objetivo de entrenarlos en la organización de golpes de Estado.  Con el derrumbe de la Unión Soviética y la separación de los países bálticos, luego en Serbia y 1998 tras el derrocamiento del presidente serbio Slobodan Milosevic, Gene Sharp perfeccionó el método de las "revoluciones de color". Estas tuvieron lugar en el Líbano (Revolución de los Cedros), Túnez (Revolución de los Jazmines) y Egipto (Lotus Revolución).

Aplicación en América Latina

Y a lo largo de lo que va corrido del siglo XXI, la región donde más aplicación ha tenido aplicación el método del golpe blando ha sido América Latina, por el empeño de Estados Unidos de reversar las dos oleadas sucesivas de los Vientos del Sur.  En varios casos la destitución de mandatarios indeseables a los intereses gringos ha sido efectuada por la vía parlamentaria, desembocando en algunos en violentas represiones oficiales, pero en otros, el golpe se ha consumado al viejo estilo, directamente con tanquetas y fusiles. Y en otros muy especiales, las tentativas golpistas fracasaron. 

Así ocurrió con el fallido cuartelazo a Hugo Chávez, en 2002 en Venezuela, por la inmediata resistencia multitudinaria del pueblo. En Honduras el Congreso destituyó a Manuel Zelaya en 2009 con apoyo del Ejército; a finales de 2021 fue electa la actual presidenta de la república Xiomara Castro, con una orientación política de izquierda, esposa del mandatario depuesto. En Paraguay, en 2012, Fernando Lugo fue derrocado mediante un golpe parlamentarioii.  En Brasil, también el Parlamento destituye a Dilma Rousseff en 2016. En Bolivia, el golpe contra Evo Morales en 2019 fue todo menos “suave”; a fines de mayo del presente año, se difundió la noticia de que militares golpistas pretendieron deponer al presidente Luis Arce. Se supo enseguida que habían fracasado sólo para añadir confusas versiones de “autogolpe” por el cabecilla de la intentona, general Zúñiga, y acusaciones al presidente por parte del expresidente Evo Moralesiii.  En Perú en 2022, hubo destitución de Pedro Castillo por el Parlamento, pero a continuación hubo una mortandad a sangre y fuego. Y en Guatemala, en 2023, la presión democrática en ese país y a nivel internacional pudo impedir el golpe con el cual se intentaba impedir que el presidente electo, Bernardo Arévalo, asumiera su cargo.

La violencia, última y vigente instancia del dominio de clase

Las técnicas de golpe blando de los últimos tiempos, como el acento puesto por la dominación del gran capital multinacional norteamericano y de sus socios de los Estados del Norte desarrollado en la manipulación de lo que piensa y hace el grueso de las poblaciones de los países mediante el control mediático y virtual de la información diaria y de las redes sociales, ha dado pábulo a algunas curiosas ideas. Una de ellas es la de que, dada la primacía absoluta otorgada por estos puntos de vista a las nuevas tecnologías de la comunicación en la dominación de clase ─que un autor denomina infocraciaiv ─ se considera que los antiguos métodos, la represión e incluso la extrema brutalidad y el salvajismo son cosa del pasado, o algo ya secundario y marginal, puesto que con el control sobre la información y la predictibilidad y manipulación de la conducta y las decisiones de los individuos de grandes volúmenes de población ─con nuevas tecnologías como las técnicas del marketing digital aplicadas a la política, el big data y la analítica aumentada─, basta para asegurar la dictadura del gran capitalismo globalizado. Nada más alejado de la realidad contemporánea. Desde luego que este máximo grado de incidencia logrado por el dominio de clase del gran capitalismo sobre la conciencia social y la mente de los individuos, en cuanto implica la aquiescencia de la dictadura clasista por las grandes masas que la padecen, puede reputarse como la forma históricamente más perversa de dicho dominio. Pero en modo alguno hasta el punto de convertir en superflua la última instancia decisiva de toda opresión de clase: el ejercicio organizado y  sistemático de la represión y la violencia.      

La preocupación imperialista por los inconvenientes acarreados a su prestigio como “guardián de la democracia” por la ostensible violencia e ilegalidad de los golpes de Estado puros y duros es real. Ha evidenciado que con ello arriesga que su verdadera faz explotadora y opresora quede completamente al descubierto, y que esa toma conciencia por los países y pueblos sometidos a su dominio facilite que se subleven más prontamente, incluido el del propio Estados Unidos. Constató que necesitaba perfeccionar un método que le permitiera propinar un vuelco sustancial, una alteración total de la percepción del gran público sobre los gobiernos adversos a sus intereses que derroca o quiere derrocar. Y lo hizo. El golpe blando es un capítulo especial inscrito en el gran conjunto del método general de control de la conciencia social e individual  que las nuevas tecnologías de la información le suministraron  a la gran plutocracia gringa y sus socios globalistas. Un método de importancia fundamental para su dominio, por supuesto. Algo que no descarta, en absoluto, la determinación de las élites imperialistas y de sus cómplices y subordinados en nuestros países, de emplear el uso implacable de la fuerza, el empleo más destructivo de la violencia ─sin descartar los peores  y más atroces métodos de los nazis─, siempre que lo demanden sus intereses en cualquier latitud del planeta, que en las dos décadas y media que lleva este siglo XXI viene padeciéndolos el mundo con más frecuencia e intensidad. 

Desde luego, que el otro aspecto de la cuestión, su contrario, es la resistencia, tanto al control mediático y virtual como al más arrasador ejercicio de la fuerza imperial, como tendencia mundial permanente y creciente. Puesto que, si los avances de la ciencia y la tecnología son efectiva y cruelmente utilizados por las minorías globales explotadoras y opresoras y sus apéndices y agentes, también pueden serlo por las mayorías mundiales de explotados y oprimidos, y a la larga con una potencia mayor, como un instrumento de emancipación. Se ha querido reducir la emergencia de los hackers a un fenómeno de la delincuencia común, cuando en sus filas también actúan nuevas fuerzas democráticas de resistencia global en el estratégico terreno de las comunicaciones.

Lo propio cabe decir de revelaciones de amplia y resonante repercusión mundial como las de WikiLeaks, sobre las tropelías y crímenes de guerra en gran escala cometidas por tropas norteamericanas, y agencias de seguridad estadounidenses, públicas y privadas, en la invasión de Afganistán y de Irak. El mundo quedó enterado de que, en represalia por la caída de las Torres Gemelas, Estados Unidos recrearon la barbarie con la política de tierra arrasada sobre el territorio de afganos e iraquíes. En violación de todas las Convenciones de Ginebra, perpetraron innombrables ultrajes a prisioneros afganos dados a conocer en las denuncias sobre la cárcel de Abu Ghraib, adelantaron el asesinato “colateral” de civiles inermes y periodistas, secuestraron en sus países y encarcelaron a miles de personas acusadas de terroristasv. Trasladaron masivamente gran parte de ellas a docenas de centros de tortura ─los llamados “sitios negros”, en ejercicio de las “técnicas mejoradas de interrogatoriovi” de la CIA─ en Estados de Europa Oriental, del Medio Oriente, del Sudeste asiático y del norte de Áfricavii. Amén de las confinadas en Bagram, Kandahar y otras muchas prisiones militares en Afganistán, y sobre todo en la base de Guantánamo en Cuba, que en nada difieren de los campos del tormento y la muerte de la Alemania hitleriana.        

Aquellos escapes de información clave avivaron más los movimientos transnacionales contra las guerras de agresión, mostraron la doble faz de los raseros políticos de Washington y el inmenso valor de las fuentes independientes. La implacable represalia contra Julian Assange, su larga estadía oculto y asilado primero y su infame aprisionamiento después ─héroe de nuestra época y revelador de uno de los mayores expedientes secretos de la historia─, lo demostró con brutal elocuencia.

Tales filtraciones, que incluían el espionaje de las agencias de seguridad norteamericanas a sus propios socios de la OTAN, pusieron aún más de presente la cardinal importancia que para los imperialistas tiene mantener sus actuaciones secretas celosamente ocultas y el peligro que para sus intereses entraña su divulgación, y por tanto, la absoluta necesidad que tienen del control sobre la información cotidiana que reciben las grandes masas de población de ciudades y países del mundo entero. Como el papel primordial que su refutación adquiere así para la abrumadora mayoría de la población del orbe, y el lugar central que ocupa este duelo actual en el terreno omnipresente de las comunicaciones y la información, entre las fuerzas democráticas del globo y las fuerzas regresivas del imperialismo.

Por regla general, Estados Unidos respalda estos golpes o tentativas de golpes de derecha, bien sea desde su inicio o porque termine reconociendo al gobierno golpista. La razón es muy simple: los gobiernos de los Vientos del Sur ─incluido México– se orientan no sólo en el sentido de ampliar la democracia y mejorar  el nivel de vida del pueblo en sus países, sino también en el de provocar un cambio de naturaleza en las relaciones de nuestros países con la metrópoli imperial norteamericana. Aunque la política de Washington respecto de Colombia no aparezca clara y abiertamente hostil al actual gobierno de Colombia ─salvo intermitentes señales─, resultaría muy engañoso creer que es visible en toda su magnitud y que escapa a la antedicha determinante fundamental. Tan crucial aspecto, amerita seguirlo y escrutarlo con la mayor atención y detenimiento.  

El turno de Colombia

En la actualidad, las múltiples manifestaciones típicas de la modalidad señalada de golpe de Estado, en el contexto de un agravamiento general de las contradicciones del país, muestran inequívocamente que el aciago turno en la preparación en curso de esta práctica corresponde a Colombia.    

En nuestro país, cualquiera puede constatar la realidad de la campaña mediática contra el Gobierno Petro: la avalancha de noticias y propaganda incesante, abiertamente hostiles a sus ejecutorias y a su proyecto político, que por radio, televisión y prensa bombardea día y noche a los colombianos.

El completo espectro de asuntos sociales y económicos, los temas nacionales y los mundiales, los problemas reales y los inventados, incluida la vida privada del presidente y su familia, todo es buen motivo en tratándose de desacreditar y levantar infundios contra el gobierno. Se persigue con ello implantar una percepción generalizada de desgobierno, incertidumbre, de incapacidad administrativa, de que el país es conducido poco menos que al caos o a la catástrofe por el Gobierno Petro.

El cometido oligárquico: falsear la conciencia del pueblo

El propósito de tan persistente ofensiva mediática reside en crear una opinión pública adversa, prevenida, desconfiada, o cuando menos decepcionada y desesperanzada, respecto del actual gobierno y su proyecto de cambio. De modo muy definido, se trata de impedir que el pueblo colombiano cale la raíz, la causa profunda y permanente de su desdicha, de sus insatisfacciones y penalidades, y de mantener oculto el verdadero fondo del atraso y la pobreza, la falta de democracia y la violencia que flagelan a la nación. Para ello se persigue invertir los términos reales básicos de la realidad del país, atribuyéndole el origen de todos los problemas y toda suerte de intenciones aviesas, todos los males causados en los gobiernos oligárquicos y en el régimen neoliberal que soportamos desde hace más de tres décadas, al gobierno actual.

Se pretende que todas las desgracias y vicisitudes surgieron ahora y que de ello es responsable el presente gobierno. En una suerte de inducción de hipnosis generadora de amnesia masiva, se aspira a que se borre de la memoria colectiva, como si nunca hubiesen tenido lugar, la desesperanza, la pobreza y la vida sin futuro, la carencia o precariedad de derechos, la violencia, el despojo, la inseguridad y el desamparo de los ciudadanos de trabajo y de a pie, la corrupción oficial rampante y el miedo infundido a la población por los salvajes métodos de represalia empleados, como por el agravamiento de un deplorable estado de cosas, que han caracterizado desde siempre a los gobiernos oligárquicos y sus partidos. Esta oposición y crítica al Gobierno Petro, jamás ejercida en el pasado contra gobierno alguno en defensa de los de abajo, ahora se apela a la tergiversación descarada, a las fake news, y al tremendismo en procura de generar pánico social.

Todo ello a la espera de que las acciones abiertamente desestabilizadoras que se emprenden contra el gobierno –el “fuego” mediático, el lowfare o “guerra jurídica”, las protestas callejeras de sectores engañados y de la población– involucren fracciones de las Fuerzas Armadas, cuenten con la activa colaboración de las otras ramas y agencias del Estado ─Congreso, altas cortes, las ías─, e incluso con la vieja burocracia con poder que permanece en el Gobierno. De manera que ante el saboteo de gran magnitud al desempeño del Ejecutivo y la crisis económica y social que logre así generarse, la gente sencilla, el pueblo, en una sustancial proporción, aturdida por el estrépito de los medios y acuciada por las necesidades y afugias diarias, llegue a preferir el advenimiento de cualquier orden político distinto con la ilusoria expectativa de que por lo menos traiga estabilidad y termine el “desorden”.

Se trata, en suma, de una pugna feroz y sin cuartel por ganar la opinión pública, acorralar la cabeza del Gobierno, empujar al país a una crisis que propicie el golpe, y ganar la anuencia del ciudadano raso o por lo menos contar con su pasividad frente a la conspiración que lo fragua. Lejos de toda consideración por la verdad, la campaña antipetrista carece de todo escrúpulo y se cifra en lograr el oscurecimiento del entendimiento de millones de colombianos y colombianas. De crear un estado de conciencia entre el pueblo, o mejor dicho de inconsciencia, de alteración o falseamiento tan descomunal de la percepción de la situación real del país, que no sólo predisponga sino que mueva a actuar con hostilidad ante el gobierno actual a considerables sectores populares o al menos a no salir en su defensa. En una palabra, se busca fabricar un estado de ánimo generalizado, una perturbadora conmoción, que siembre tal desconcierto aún entre los partidarios del proceso de cambio, que ralentice o paralice su acción en defensa del Gobierno Petro.

La clave de todo: esclarecer la conciencia popular

La amenaza que para la democracia y el futuro del país encarnan los grandes capitales de los círculos financieros dominantes de la oligarquía colombiana que financian y orientan el aparato mediático, la genuina palanca detrás de la ofensiva que busca no sólo impedir la marcha del Gobierno Petro sino derrocarlo, no puede desestimarse o minimizarse tras eufemismos como el “derecho a la oposición” o “la libertad de prensa”. Tampoco puede omitirse que por grande que sea esa fuerza del viejo país, más grande y potente puede ser, si resurge y se pone en marcha de nuevo, el pleno despliegue de la arrolladora iniciativa popular que estremeció la sociedad colombiana  con las monumentales movilizaciones y el estallido social de los paros nacionales de 2019 y 2021.

Con acierto y a tiempo, el presidente Petro viene apelando reiteradamente a esa iniciativa y a ese despliegue de masas, el verdadero factor en el cual reside no sólo la defensa eficaz del gobierno del cambio sino el porvenir de Colombia. Corresponde a las organizaciones y partidos progresistas y de izquierda, todos a una, concentrar sus fuerzas en un solo haz conformado por una coalición o frente compacto que reúna por ahora lo más avanzado del país. Para librar la decisiva batalla ideológica y política frente al golpe, blando o duro, que prepara la oligarquía y sus agentes. Esclareciendo la conciencia popular que quiere enturbiarse por la ofensiva mediática en curso. Refutando sus mentiras y tergiversaciones; ilustrando a fondo entre el pueblo la naturaleza de las reformas sociales y del rumbo del proceso de cambio y los avances hasta ahora logrados.    

Lo hasta aquí descrito es el tramo de las fases preparatorias del golpe blando. Para comprender, prevenir y derrotar su eventual culminación, hace falta ahora detenerse en cómo viene operando en concreto en los distintos frentes del Gobierno Petro que bajo ataque graneado pugna a diario por desmentir las infamias en serie y que, refutándolas, asegure el paso al proyecto de transformación y cambio. Es lo que ventilaremos en un próximo artículo.

28 de julio de 2024

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