Colombia no empeorará su competitividad por culpa de la reforma tributaria
Así que, muy a pesar de los anuncios catastrofistas de los billonarios y sus mal llamados centros de estudio –mejor llamarlos centros de presión–, la reforma servirá para subir varios escalones en la raquítica competitividad. Si es que eso existe.
Por Pascual Amézquita Z.
Una de las grandes mentiras que propalan la Andi, Fedepetrol, Fedesarrollo y demás gremios interesados en sabotear la reforma tributaria del presidente Petro es que el país perderá competitividad.
Sin embargo, como afirma el economista Paul Krugman, “la competitividad es una palabra sin sentido cuando se aplica a economías nacionales”. Pero entrados en el mundo de esas que el mismo autor llama ideas zombis, asumamos que existiera, caso en el cual la ya muy mala competitividad que exhibe Colombia en las mediciones internacionales difícilmente puede caer más hondo. Finalmente, en ese mismo submundo, la reforma tributaria contribuye a mejorar, no a empeorar ese embeleco llamado competitividad.
El neoliberalismo competitivo
Uno de los axiomas del neoliberalismo es la idea nunca demostrada –como ocurre con cualquier axioma– de que existe algo llamado competitividad. Bien puede pensarse que el concepto hunde sus raíces en lo más profundo del capitalismo, la lucha salvaje por la supervivencia entre los agentes económicos, ese tipo de darwinismo social que justifica los horrores de fascismo pasando por destrucción de cualquier atisbo de protesta social porque afecta la competitividad.
Véase lo que plantea Krugman en un artículo certeramente titulado La competitividad: una peligrosa obsesión:
“Este artículo tiene tres puntos. Primero, argumenta que las preocupaciones acerca de la competitividad están, como un asunto empírico, casi completamente sin fundamento. Segundo, trata de explicar por qué definir el problema económico como uno de competencia internacional es sin embargo tan atractivo para tanta gente. Finalmente argumenta que la obsesión con la competitividad no solo es equivocada, sino peligrosa [...] Pensar en términos de competitividad lleva directa e indirectamente a políticas económicas equivocadas en una gama amplia de cuestiones internas y extranjeras ya sea en el campo de la salud o del comercio”.
Las teorías de la competitividad llevan a suponer que con una alta competitividad un país puede, por ejemplo, vender más que sus vecinos, hacer mejores productos, aumentar el volumen de la producción, atraer inversión extranjera, crecer a tasas más altas, acabar la pobreza y mil maravillas más. Pero si se toma cualquiera de esas soñadas metas y se analiza, con facilidad se descubre que su logro puede hacerse a través de diferentes y hasta opuestas políticas económicas y que los beneficiados no son nada parecido al “país”.
Así, por ejemplo, si la competitividad es vender barato, los productos alemanes o coreanos estarían por fuera del mercado, o Apple no tendría el dominio que exhibe. O las economías del norte europeo, que tienen las mayores tasas de tributación y de salarios, no serían competitivas, o Estados Unidos debería estar en la cola de las mediciones porque hace muchas décadas compra más de lo que vende, la devaluación de la moneda sería una política universal porque así se vende más en el extranjero. Bajar los impuestos a las multinacionales petroleras y carboníferas (es decir, darle vía libre al modelo extractivista) hace ganar puntos, pero la destrucción medioambiental que acarrean esas explotaciones implica pérdida de puntos en el índice de sostenibilidad. Y muchos ejemplos más.
Es decir, lo que para una empresa o sector en particular puede ser una buena medida de competitividad, para otro puede ser exactamente lo opuesto. De ahí la conclusión que extrae Krugman de que no tiene sentido alguno hablar de competitividad para un país. Cuando se prohíbe a las empresas petroleras deducir lo pagado por regalías de los impuestos a pagar, es evidente que dejan de ganar, pero el fisco nacional gana, es decir, la salud, la educación o la infraestructura que se mejoran con esos recursos. Si se aumentan los salarios, los empresarios podrían afirmar que su inversión pierde competitividad (pues ganan menos) pero en cambio los obreros pueden aumentar el consumo nacional, otra de las medidas en la tabla de competitividad.
La ambigüedad de la medición y del significado político que hay detrás (por ejemplo, al subir los salarios) explica en buena medida que se preste para manipulaciones, ya no solo ante la despistada opinión pública sino ante los mismos inversionistas mundiales. Es sabido que el Banco Mundial tuvo su propia encuesta de competitividad mundial durante casi veinte años hasta cuando se denunció que China quedó más arriba de lo que le hubiera correspondido porque al parecer sobornó a alguno de los estadígrafos, mientras que Chile en otro año quedó más abajo de lo que le hubiera tocado, todo porque su gobierno era de izquierda y los dómines del BM no podían aceptar que quedara como un buen ejemplo. Descubierta la trampa el BM decidió no volver a hacer la medición.
Si hubiera competitividad
Puestos a discutir en el escenario neoliberal-darwiniano de la competitividad, véanse los siguientes datos, tomados del Centro de Competitividad Mundial, que trabaja con el Foro Económico Mundial de Davos, en el informe último informe del 2022. La gráfica 1 muestra el escalafón mundial que abarca 63 países (de casi 200), es decir no mide África y buena parte de Asia sur oriental. América Latina, con 6 países (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y Venezuela) está en el último lugar. México está incluido en la región de América del Norte.
Gráfica 1. Ranquin de competitividad 1-63
Colombia ha estado por lo general en los últimos lugares del escalafón regional, ocupando el puesto 57 en el informe 2022 entre 63 países referenciados (puesto 54 en 2020 y 56 en 2021). Chile ocupa el 45 (primer lugar regional) y México el 55.
Cuando se desagregan los diversos factores (la escala que usa el Foro Económico Mundial mide unos 350 indicadores) Colombia en muy pocos está por encima del promedio y en cambio muchos otros están por debajo. Dado el diferente peso que se le asigna a cada uno de los factores se obtiene el resultado anotado.
Uno de los cuentos autocomplacientes que se echa la dirigencia neoliberal en cuanto foro haya es felicitarse por tener la economía más estable de la región. Pues bien, en el desempeño macroeconómico general, Colombia ocupa el puesto 45, por debajo de México (27) y Perú (40). En la misma línea está el indicador Medida en que las políticas gubernamentales conducen a la competitividad, donde Colombia ocupa el 59 (Chile, 30; Perú, 52). En cuanto al Grado en que las empresas se están desempeñando de manera innovadora, rentable y responsable, otra de las mentiras que se arrogan los empresarios, Colombia ocupa el puesto 60. Igual ocurre con la eficiencia del sector financiero, que ocupa el puesto 60.
Ahora bien, mirados los diferentes aspectos relacionados con la reforma tributaria el resultado es que mejorará la competitividad en el mediano plazo, hacia mitad del gobierno de Petro.
Entre los aspectos que hacen referencia a este parámetro están la carga tributaria, es decir en relación con el PIB cuánto es el recaudo. La exótica medida dice que entre más recaudo haya, menos competitivo es el país (¡pobres daneses o alemanes!) y bajo ese sofisma de todos modos Colombia ocupa el escaño 44 en cuanto a política tributaria y el 49 en finanzas públicas con todo y el dato de que está por debajo del recaudo promedio de América Latina y que el promedio europeo es el doble del colombiano.
El bajo recaudo tributario fue una de las razones aducidas por las calificadoras de riesgo para quitarle a Colombia la calificación positiva y bajarla a negativa (no recomendable para invertir) en el gobierno de Duque. Así que la tarea es aumentar el recaudo como lo logra la reforma de Petro. Es decir, mejora la competitividad.
Cuando se miran los puntos obtenidos en sectores que dependen en buena medida de la actividad del Estado (salud, 50; educación, 60; infraestructura 40, internet, ciencia y tecnología, 50) Colombia tiene indicadores bien por debajo de la media. Como es sabido, el gobierno Petro ha anunciado que los veinte billones de pesos de la reforma tributaria se dirigirán a mejorar esos servicios.
Así que, muy a pesar de los anuncios catastrofistas de los billonarios y sus mal llamados centros de estudio –mejor llamarlos centros de presión–, la reforma servirá para subir varios escalones en la raquítica competitividad. Si es que eso existe.
Lo que de verdad sí mide la vida diaria de la población es el Índice de desarrollo humano (IDH) (salud, educación, vivienda, agua potable, alcantarillado) en el cual, casi sobra decirlo, Colombia ocupa uno de los puestos más bajos de la región (ver tabla 1), y en el planeta de 190 países evaluados ocupa el puesto 88, habiendo caído del 83 que traía antes de la pandemia, que, hay que recordarlo por si acaso, afectó a todo el mundo. La reforma tributaria dará recursos para mejorar este índice, que es el que de veras interesa al grueso de la población, así para los centros de presión solo sea un dato que ponen a pie de página en sus informes.
IDH de algunos países latinoamericanos
El regional mejor posicionado es Chile (puesto 42).